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viernes, marzo 29, 2024

¡Ding, dong! ¿Quién es? ¡Un Lamborghini!

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En el más reciente libro de Anabel Hernández, titulado “Emma y las otras señoras del narco”, la autora desvela lo que era un secreto a voces: que existe una relación simbiótica entre mujeres de la farándula, políticos y narcos.

Pero hablemos específicamente de las primeras.

El libro contiene algunos capítulos breves, pero muy reveladores, sobre el modus operandi de las mujeres del showbuisness que son seducidas por ese supuesto glamur (que no es glamur) que rodea a los capos de la mafia.

El caso específico de Ninel Conde debe leerse con cuidado.

Si bien es mundialmente conocido el intercambio que Televisa tenía con políticos y potentados para ofrecer un surtido rico de mujeres de su empresa, la experiencia de estas señoras del narco tiene algunas variantes: la más visible es que nadie las manda, ellas llegan solas a la ratonera.

Nombres van y vienen. Todas saldrán a negarlo. Comenzará la danza de las demandas y lo que tenga que venir, sin embargo, la situación que en su momento vivió Emma Coronel tuvo un contexto distinto: a ella, el Chapo la escogió y se la apañó el día que la vio desfilando en una pasarela de mises.

Coronel era prácticamente una adolescente sin demasiadas opciones para poder salir corriendo.

Por el contrario: Ninel, Galilea y hasta la propia Lucha Villa, eran mujeres hechas y derechas cuando por su propio pie llegaron al mundillo narco.

Esto pasa no sólo con artistas, y se ha agravado a partir de que el cine y las redes sociales entronizan y suavizan la situación.

Si tu entras a Tik-Tok, hay cientos de cuentas de las famosas buchonas. Dichas cuentas tienen millones de seguidores y obviamente el contenido que generan se traduce en lujo, lujo y más lujo.

Hace algunos años tuve una experiencia delirante:

Fui a una venta nocturna del Palacio de Hierro acá en Puebla. Esas ventas, ya se sabe, ofrecen meses sin interés en marcas que por lo general no entran en ninguna promoción: marcas top, de lujo.

Estaba entonces curioseando y fantaseando con una bolsa que costaba 100 mil pesos. Jamás la compraría, ni empeñándome con el banco durante 24 meses. Se me hace un gasto excesivo por un cuero que se cuelga y que se llega a ensuciar y a deteriorar como otro cualquier cuero (aunque tengan servicio de por vida), sin embargo, respeto a quienes compran esas bolsas, si es que eso les llena sus vacíos.

Total, que mientras manoseaba las bolsas y las mascadas, me topé con dos conocidas que llegaron a pasar la tarjeta con una emoción sin límites. Estas chavas se llevaron una bolsa cada quien. Firmaron, sudando frío, y se quedaron ahí para tomar un espumoso y criticar a un par de voluptuosas que entraron a la tienda Louis Vuitton.

Las alegres compradoras se tragaron vivas a las “nacotas” recién llegadas, quienes, con la seguridad de un sicario, escogieron rápidamente sus respectivas bolsas (no una) y zapatos de la marca.

Las poblanas “bien” se llenaron de burbujas la cabeza y observaron incrédulas la escena.

Las buchonas entonces no preguntaron siquiera cuánto costaban las prendas. Se acercaron a la caja, la dependienta rubia y espigada también las miró con cierto desdén y de inmediato les recordó lo de los meses sin intereses.

Las buchonas no sonrieron. No se miraron entre sí. Sólo se hundieron en sus respectivos bolsos de la marca de enfrente (Gucci) y sacaron sendos fajos de billetes de a mil. Pagaron sin recato una cantidad obscena (aun no estaba la ley antilavado) y la dependienta guardó su terminal de las tarjetas y arqueó las cejas. Tuvo que llamar a una compañera para que le ayudara a contar la billetiza.

Las buenas niñas poblanas salieron mareadas, no por la champaña, sino por la envidia y la humillación: con una bolsa Tote (esas que parecen del mandado, pero con los logos) y su deuda dibujada en la frente. Dispuestas a comer un año Maruchan con tal de traer una bolsa con monogramas.

Fin de la anécdota.

Así las buchonas y la exorbitante vida que llevan.

Así las estrellas plásticas de televisa que, a falta de talento real, prefieren rifarse con un narco que tomar clases de canto o actuación.

Pero así también, y para nuestra desgracia, nuestras hijas y nuestras sobrinas están expuestas a ser apañadas por un señor que puede ofrecerles, como cuenta Anabel Hernández, un Lamborghini en la puerta de sus casas.

La pregunta que se impone es: ¿y qué pasa si le dices que no gracias?

Que no quieres ni las bolsas ni los viajes ni el Lambo rojo…

De terror, ¿no?

Esto es México buchón.

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