1) Abro una botella de mezcal Delirio. Aspiro esa fuente de aromas prodigiosos. Podría pasarme horas alimentando mi espíritu de esta manera. Aún antes de dar el primer trago, me colmo de lo que esta bebida significa: tradición, historia, ceremonia, rito. Cada cosa que llega a nuestros sentidos y los afecta, está imbuida de culto.
2) Pongo música de Haendel. Sus Concerti grossi. Haendel es un dispendio para el oído. Con él de la mano, las cosas más ásperas resultan dulces. El mismo efecto provoca en mi ánimo este mezcal. Lo bebo con tanto deleite como cautela. Se trata de disfrutar la cara oculta del mezcal, que es la balsámica.
3) Haendel y el mezcal —el mezcal Delirio, no cualquier agave— transportan al usufructuario, que en este caso soy yo, al ámbito de la poesía de Jal Magrive: “Lamento breve/ Disimula mi alma/ El contenido”. “Triste a solas/ La noche estrellada/ Me alimenta”. “Sin ti sin miedo/ Mi sombra me protege/ De otras sombras”. “Noche mágica/ Guardián inesperado/ De mi angustia”. “Qué es el amor/ Acaso solo viento/ A cada paso”.
4) De pronto el arte de vivir se reduce a esto. Para degustar el arte de vivir no se requiere más que humildad. Poner nuestros sentidos —y nuestra alma, para que la poesía pueda entrar— al servicio del placer. Y del conocimiento. El alma avanza por el camino pedregoso del encanto. Todo lo que es gozo le resulta familiar. Nada hay nuevo para el alma. Porque está en la mejor disposición de disfrutar los dones de la vida.
5) La leyenda cuenta que la ancestral zona de Mitla, en Oaxaca, era la óptima para encontrar magueyes mágicos con el símbolo teómetl, aquel del maguey sagrado. De allí proviene este mezcal. Un mezcal prémium de agave espadín orgánico al cien por ciento. En sus versiones platino, reposado y añejo, el mezcal Delirio rinde tributo a lo sagrado. En eso radica el prodigio: en la articulación de las cosas. Lo mejor de la vida está concatenado. Una cosa depende de otra para su sobrevivencia. Se escucha Haendel y el deleite se desparrama en todo lo que rodea esa música de maravilla. Al punto de que el mismísimo mezcal ofrece aun una versión más acabada.
6) ¿Por qué conformarse con la mediocridad si es posible disfrutar la quintaesencia? Siguiendo un impulso hedonista —a cuyo altar me remito— prosigo la lectura de Jal Magrive: “Camino lento/ Disfruto el espacio/ Que me acoge”. “La eternidad/ Al fin ha comenzado/ A disiparse”. “Contemplo la luz/ Su contenido grave/ Chispa a chispa”. Paso a paso/ La montaña asciende/ Se engrandece”. “En un minuto/ La vida que me queda/ Es un segundo”.
7) Me sirvo un trago más de Delirio. Hasta en el nombre de este mezcal distingo la sabiduría —¿se le habrá ocurrido a don Rodolfo de León, su propietario?—, porque beber un sorbo de delirio pone al espíritu en ebullición. Pues las emociones se pueden adquirir en botellas a la medida de cada quien. Por ahí anda quien preferiría comprar una anforita de Sufrimiento, u otra de Esperanza. Y más allá quien pregunte por una botella de Desconsuelo. Pero Delirio le va bien al mezcal. Si por delirio entendemos quimera, fantasía. Porque el hombre está construido de quimeras, de fantasías. Es el único lado humano que vale la pena enriquecer. Todo lo demás se puede comprar en un centro comercial. Pero alimentar la fantasía le permite a un individuo enfrentar la podredumbre que significa la existencia cotidiana. La quimera en cambio quiere decir la ilusión, el ensueño. Algo de estricta resolución personal. Nadie más que el que se siente en el límite del abandono puede convocar la quimera que habita en su corazón, y arrojarse a los brazos de la pasión.
8) Haendel es la pureza misma de la música. Antes de que la música se contaminara de enjundia y arrebato, ya su música entretejía melodías de materias aladas.
9) “Voy cavilando/ Al lado no estás tú/ Soy mi presente” “Nieves eternas/ Que a las cumbres guardan/ En su esencia” “Destino frágil/ Al techo de la cima/ Hemos llegado” “En el celaje/ Dibujo con mis manos/ Paz y alivio” “El horizonte/ Al fin el horizonte/ En el arcano”. Leo y el poema se desliza en mi interior. Va a dar al mismo lugar de la música, al punto destinatario del mezcal: a mi espíritu. De ahí nadie podrá sustraerlo. Lo más valioso permanece intocable.