La mujer de la Biblioteca Municipal es blanca, semblante delicado y caminar pausado. Mira con extrañeza la sala completa y, como todas las encargadas de las bibliotecas, buscan el origen del ruido.
Mientras su mirada serena se asoma entre los lectores de la sala por su mente atraviesan pensamientos desesperados, pues ya es la tercera vez que ese ruido le taladra la mente.
Entre más diminutos los murmullos en la biblioteca, más agudos; cual balas silenciosas detonan en su interior.
Ya es la tercera ocasión, pensaba. El primer ruido sonaba como un chillido metálico, crujiente, desquiciante. El origen: una mujer con chaqueta de cuero negra. Arriba de ella, en la pared, hay un anuncio con una persona sugiriendo silencio con el dedo tapando los labios y con mirada amenazante.
Desplazándose de un lado a otro, el origen del ruido que es una mujer mayor de 50 años, observa un video y brincotea moviendo las manos de un lado a otro intentando mover el cuerpo para imitar a la cantante que observaba proyectada en blanco y negro sobre la pantalla del ordenador No. 2 de la sala.
La mujer de la biblioteca se acerca amablemente para pedirle que guarde silencio, y después de hacer que la bailarina se alebrestara por tremenda interrupción, le argumenta que hay más gente estudiando y que no se podían concentrar con ese crujido.
Otros lectores también hacen ruidos imprudentes; como arrastrar sillas o abrochar sus chaquetas bruscamente, pero nadie tan aventajada como la mujer que bailotea en la silla.
Han sido el flamenco que sale apabullante de los audífonos de aquella soñadora y los pasos marcados que solo con sus brazos logra, los motivos suficientes para desconcentrarnos a todos.
Al coro en la sala se suma su llanto, intentando respirar sin agitarse. Pues ya sabe que su libertad en el baile es un impedimento en este sitio con wifi gratuito donde salta desde videos de los años 60 hasta flamencos con imágenes de caballos y toros, mujeres de vestidos largos y brazos extendidos.
Su llanto retenido confunde a uno que otro lector. Causa duda, pues la música también puede hacer sentir tanto como las letras, o quizás más.
El llanto se desploma un segundo sostenido con los videos de boda, banquetes, iglesias, misas, trajes y paisajes de atardeceres. Son un bombardeo en sus ojos inundados.
De prohibir el baile pasó al llanto con tan solo un click en el teclado para cambiar de género musical, que minutos después detonaría una avalancha de chasquidos y miradas.
Las imágenes y la música removían su emoción, de la alegría pasó al sentimiento de culpa, una tristeza profunda que no escatimó al demostrar. Tenía una cruz como adorno, un amuleto que sostenía al recoger sus cosas e irse prácticamente corrida del lugar. Pues al repetir estos ruidos, fue intervenida por otros lectores que incluso preguntaron si se encontraba bien.
Días después de este momento de poca concentración me enteré que aquella mujer suele ir a tomar el wifi gratuito de la biblioteca en la calle Mirat para escuchar música. Varios la califican con alguna patología. ¿Qué habrá hecho o no habrá hecho en sus años mozos para haber desarrollado ese cambio repentino de ánimo y esa tristeza que encuentra consuelo en su amuleto?
¿Tendrá que ver con una especie de culpa?
Estoy de acuerdo con ponerle nombre a las cosas. A decir verdad, cualquier sociedad, durante su propia organización, le coloca nombre a las cosas que deben de ser nombradas.
Todos los hablantes del español conocemos la palabra ‘culpa’ la podemos decir incontables veces durante el día. Incluso, se menciona en la iglesia, cuando alguien comete un “error” y se arrepiente, la escuchamos de las abuelas, de las madres, en la escuela cuando se comete alguna travesura y hay que saber quién es el “culpable”. Es una palabra muy recurrente en la vida de los hablantes del español.
En el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra ‘culpa’ en su primera acepción se define como: “Imputación a alguien de una determinada acción como consecuencia de su conducta”.
“Tú tienes la culpa de lo sucedido”.
Pero en los pueblos indígenas este concepto no existe. Por lo menos se traduce desde un sentido metafórico y no hay registros históricos antes de la colonia que lo contengan. Palabras como ‘culpa’, ‘perdón’ y ‘arrepentimiento’, son conceptos que se emplearon desde la religiosidad para hacer entender lo que era un pecado, en náhuatl utilizaron raíces de los verbos ‘perderse’ o ‘quemarse’ para dar explicación y hacer entender estas palabras que dan sentido a la religión católica y que son el núcleo de su filosofía.
Pero como tal, no existen desde la cosmovisión nahua. En la época de la evangelización y con los procesos de conquista espiritual se debió haber generado lo que desde la lingüística llamamos neologismos, palabras que explican la idea o el sentido de un concepto y que se traducen de modo que los hablantes lo comprendan.
Incluso, el lector debe saber que con la llegada de las cuatro órdenes religiosas de Nueva España y posteriormente, las Reformas Borbónicas se discutió por años el idioma que se utilizaría para evangelizar a los nativos de América. Por eso no es de extrañarse que existan más gramáticas del náhuatl que de otras lenguas mesoamericanas. Aunque también debe considerarse que el ñahñhú fue otra opción de lengua en la que se interesaban para la evangelización. Como sea que hayan terminado los intereses. El náhuatl tiene traducciones religiosas desde el siglo XVI.
Desde la filosofía indígena no hay una manera de decir ‘culpa’. La palabra que resulta en el contexto de sentir ‘culpa’ es el ‘arrepentimiento’ o el ‘perdón’ pero, ¡sorpresa! Tampoco existe la traducción literal de la palabra ´’perdón’ o ‘arrepentimiento’ desde un sentido cultural.
Lo anterior me llevó a reflexionar acerca del sentido de importancia que le damos, verbal y anímicamente a estos conceptos. Que parecen venir del mismo campo semántico o cajón de significados. La culpa es muy significativa para algunas personas, qué digo ‘algunas’; la mayoría, el sentir culpa por haber hecho alguna cosa y que no haya terminado en algo positivo, o el romper las reglas del orden social y moral, consecuentemente nos lleva al arrepentimiento, y después, al ‘perdón’. Pero ‘tlapopolhui’ que sería una manera de traducir el concepto ‘perdón’ en realidad viene del verbo ‘limpiar’ en náhuatl.
Entonces desde la cultura nahua, por lo menos, y analizando estos términos. No existe el sentimiento de culpa, no como lo hay en la idea que da el catolicismo. Porque si una persona tiene principios y es consciente de sus actos, no hay por qué pedir perdón, ni sentirse culpable por algo que ya ha hecho. Desde el habla cotidiana de un hablante americano se puede interpretar como una equivocación de la cual se puede aprender y no está siendo sentenciado por nadie más que la abstracta idea del bien y el mal. Se da por hecho que existe un aprendizaje.
No se si aquella mujer que sufría en la biblioteca sentiría alguna culpa por no haber cumplido con los requerimientos sociales, culturales, religiosos y familiares. Quizás las risas que atropellaban los libros de los libreros le traían algún gusto a la mente, pero por alguna razón llegué a imaginar que la culpa puede existir, en la medida que está construido ese concepto en tu mente y por medio de tu lengua.