Amo el protocolo de las comidas.
Una buena servilleta de tela siempre será mejor que una de papel, aunque esta última no sobra jamás. Amo los platos grandes. Las copas para vino con un tazón de forma de tulipa ancha son inmejorables y vuelven noble cualquier mesa. Las cucharas grandes son mejores que las soperas de las fondas. Y qué decir de un buen cuchillo matador.
Amo tirar el vino sobre los manteles cien por ciento de poliéster hilado. Manteles blancos, por supuesto. Aunque derramarlo sobre un mantel de Pascua con funda Matzah (con un mensaje único de Pesach en hebreo) es una experiencia inigualable.
Odio los restaurantes cargados de música con volúmenes elevados. Siento que estoy en un antro. La música debe estar en un bajo volumen que permita la conversación. En tiempos de covid no es sano ni conveniente elevar el tono de la voz, pues el efecto nube generará en el corto tiempo una contaminación del organismo por la que volará a sus anchas el murciélago de Wuhan.
Amo los restaurantes discretamente iluminados, aunque sea de día. La luz ámbar ayuda a que el apetito crezca en los niveles exactos.
Un garzón platicador que constantemente esté interrumpiendo la charla no es recomendable. Quien sí lo es, faltaba más, es uno que entienda en qué momento preguntar por la siguiente copa o el plato que viene.
Un garzón educado no debe quedarse a unos centímetros de la mesa cual gendarme de barrio. Es muy desagradable hablar con alguien a sabiendas de que hay un par de orejas escuchando todo. En otros tiempos, esos garzones tenían dos trabajos: el de garzón y el de oreja de Gobernación. Las palabras dichas viajaban en menos de un minuto al escritorio de un burócrata gris, quien las metía en un sobre amarillo que llegaba más rápido que una rana a las manos del gobernador en turno. De ahí que sea conveniente, siempre, evitar a un garzón entrometido.
Ya con los digestivos deben llegar los puros. Un Hoyo de Monterrey siempre será mejor que un Cohiba. Para ello habrá que trasladarse a la terraza. Un buen brandy o coñac será siempre bienvenido para el muy antiguo ritual de echar humo hasta por los ojos.
Quien siga estos consejos vivirá más y mejores años que los usuarios de esos locales anticlimáticos de comida rápida.
Tiempos de Don Panchito y de Doña Ramona, de arzobispos a caballo y revolución peatona y una “buena sociedad” que ni la burla perdona
Renato Leduc
Abelardo ya es banquero
banquero de “gente bien”
unos tienen gallinero
y otros siembran henequén.
Qué bonito es el dinero
con tal de que te lo den.
Se volteó el coronelazo
se coló el licenciadito.
caray qué gente tan vil
ahí les va ese cañonazo
no es tanto nomás tantito
sólo son cincuenta mil.
Mi padre que fue ranchero
el pobre murió en Celaya
peleando por Obregón.
Yo me largo de bracero
sabe dios cómo me vaya
¡viva la revolución…!
Aquel vestido de corto
¿es bailarín o ministro?
tacuche así se lo he visto
a Sinatra en la pantalla
vaya… vaya… vaya…
Mi general, yo quisiera
encontrar colocación:
nodriza, mozo, enfermera.
¡Viva la revolución…!
que me den una curul
y seré pico de cera
como lo he sido en el FUL.
Tequila y mezcal tomamos
eso fue ayer no seas res
entonces pá qué peleamos
ahora se toma escocés…
En Peralvillo y Atlampa
no se consiguen frijoles
pero en los Jenas y Ambas
le entran duro a los jaiboles
Bailleres y Jojenjoles
El pueblo los ve y se ríe
cual se reía don Porfirio
de la insolente abyección;
este pueblo desnutrido
pero nunca arrepentido
que hizo la Revolución. . .