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sábado, mayo 18, 2024

La Amante Poblana 60

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Capítulo 60 

 

Diez para la hora

 

Cuando llegaron al edificio, Anais y Senderos se encontraron con Narda en el estacionamiento.  

No tenían muchas ganas de invitarla a pasar; más bien querían estar solos, pero Narda los abordó con las compras del súper en su carrito y les mostró una botella difícil de rechazar.  

–Tienen que contármelo todo. ¿La compartimos? 

Manuel hizo una mueca de tedio, pero al final aceptó. Subieron los tres por el elevador y se bajaron en el departamento de su vieja amiga.  

–Y bueno… al final en qué paró el drama de Fer, ¿qué resolviste abogado? 

–Te va a encantar. A partir de la próxima semana, Lupe va a ser tu vecina, así que, o se reconcilian, o te mudas, o preparas una cáscara de plátano para que se tropiece y te libres de ella.  

–No la chingues. No, no me digas eso. De plano perdieron la casa.  

–Sí, y ya no vamos a ser vecinas. ¡Te voy a extrañar! 

–A ver, a ver, barajéamela despacio: ¿a dónde te vas a ir a vivir tú, querida? 

–Manuel me prestó un departamento acá cerca. En lo que las cosas se estabilizan. Yo no podía ser tan hija de puta como para dejar que el suegro se muriera en la cárcel, así que les dejé el departamento de su hijo. Es lo que hubiera hecho Fernando por sus papás.  

–No estoy de acuerdo. ¿Te das cuenta de que una vez dentro, no vas a sacar jamás a Lupe? 

–Lo que Lupe no sabe es que Manuel hizo un contrato con Fernando. El préstamo es por dos años. Como una especie de comodato, ¿no es así? 

–Está amarrado. Lupe tiene dos años para moverse o comprar. Y en el ínter, reina, te la vas a tener que chutar. Y si estira la pata Fernando antes, hasta enjugarle las lágrimas.  

–No te pases, Manuel. Va a ser una tortura tenerla tan cerca. Oye, nenita, ¿y cómo viste a tu suegro?, ¿sí se ve demacrado ya? Estaba tentada en hablarle, pero si dicen que ya llegan la otra semana, seguro no tardo en toparlo.  

–O puedes subirle una gelatinita de rompope de bienvenida.  

–¿Por qué eres cabrón, licenciado? ¿Oigan, y Ruy? 

–Yo no lo conozco y estoy francamente intrigada después de que Manuel me contó que tuvo su romance con doña señora.  

–Ah, claro. Todo el mundo lo supo. En Puebla todo se sabe. Los hombres son un periódico mural. En el vapor se cuentan todo, ¿cierto o no, lic? 

–Todo. Aunque yo me enteré un año después, cuando mi prima Bere andaba de nalgas por Castro y llegaba a chillarme porque Lupe lo seguía persiguiendo. Es una tóxica de marca.  

–Y mi suegro tan tranquilo. Metiéndose siempre en camisa de once varas por ella.  

–Y claro, para Lupe no hay cosa más maravillosa que ver como caen las putas, es la primera en escupir veneno. Y Fer… mi Fer se hace pendejo, esa es la verdad. Como la mayoría de los santones que pululan por acá, querida. Las esposas son nomás para llevarlas a bautizos y bodas, mientras en la casa chica es en donde verdaderamente son ellos mismos. Yo sé que Lupe era distinta con Juancho y con Ruy: divertida, bajaba la guardia.  

–Ahora ya le estás quemando incienso… no jodas, decídete. 

–Manuel, tú no lo puedes entender porque vives el otro lado; el de los tipos que se creen dueños de la verdad y de las vidas de sus mujeres. La verdad me sorprende mucho que le hayas entrado al ruedo acá con mi niña, sabiendo que es un alma libre.  

–No te creas… le gusta que la sometan.  

–Eso es parte del juego erótico, Manuel. Y tal vez no es que sea sumisa, sino que le das algo que nadie le había dado. 

–Unas cogidonas de miedo.  

–No, no te pares el cuello. Es algo más neto, querido: le das seguridad. Las mujeres como ella y yo no queremos blandengues, aunque no por eso nos convertimos en sus esclavas.  

–Dejen de hablar de mí. Ya suficiente tengo con cargar el mote de la viudita alegre. No me molesta, viniendo de quien viene, sin embargo, me genera mucho ruido ver cómo destrozan a una mujer en esta ciudad cuando todas tienen sus milagritos. Por otro lado, miren al tal Ruy, es un viejo degenerado al que le lamen los pies, incluyendo sus víctimas, es decir, mi suegro tuvo que recurrir al sancho para costear la vida de su mujer, la mujer que años atrás lo engañó con el propio tipo que acabó “salvándolo”… y con el compadre.  No me espanta, todo lo contrario, lo que me irrita es que Lupe sea la Torquemada más grande de Puebla. Yo la respetaría más si no fuera por la vida con ese doble discurso. Creo que Fer (hijo) supo las andadas de su mamá. Alguna vez me lo dejó entrever.  

–Por supuesto que lo supo. Sólo su familia próxima la veía como ejemplo de rectitud. Lo que pasa es que como Fernando nunca se dio por aludido ni armó dramas, es como si no hubiera pasado. El tiempo desdibujó el lado oscuro de Lupe, que era el mejor de sus lados, insisto.  

–Señoras, yo me retiro. Las dejo con su vino y su chismorreo.  

–Hey, ¿ya no vas a mi casa? 

–Ya váyanse, váyanse los dos. Perdón por retrasarles su date romántico.  

Anais dejó su copa sobre la barra y le dio la mano a Manuel. Salieron del apartamento y en el elevador comenzaron la danza del cortejo.  

Llegaron al departamento. Manuel se fue directo a la habitación mientras ella preparaba unos tragos en la cocina.  

Se quitó la falda y los zapatos, apagó las luces de la sala y entró.  

Manuel la abordó por atrás de la puerta y la tumbó en la cama… 

Cogieron como perros durante toda la noche y luego, ya con los primeros rayos de sol entrando por las persianas, pararon para fumar un cigarro.  

Intentaron no hablar más del tema de los suegros. Estaban planeando un viaje, cuando se escuchó la vibración del celular de Manuel dentro de su saco.  

–Déjalo, dijo él.  

–No, ¿y si es algo importante? Contesta en lo que voy por más vodka.  

–Son casi las siete, reina. Mejor un café…  

Manuel se bajó de la cama en busca del saco, tomó el celular y contestó aclarándose la garganta.  

Anais estaba radiante, silbando una tonada en lo que la estaba listo el café.   

Cuando volvió a la recámara, Manuel ya había colgado. Estaba atónito, pendejeando a alguien invisible.  

–¿Quién era a estas horas? Estás hablando solo.  

Aventó el celular hacia el buró.  

–Siéntate, reina.  

–¿Qué pasó? ¿Todo bien? 

–Lupe fue a ver a Ruy ayer por la tarde, cuando nos fuimos. 

–Vieja terca, carajo.  

–Se ve que la mandó al diablo. Llegó a su casa y se metió un frasco de pastillas con brandy. Me acaba de hablar Fernando.  

Esta muerta.  

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