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jueves, noviembre 21, 2024

La Amante Poblana 59

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Capítulo 59

Retrovisores

 

La casa de Ruy Castro es una joya en medio de San José del Puente. Fue una de las tantas propiedades que pasaron a su poder gracias a la desgracia ajena, es decir, la recibió como un pago por un préstamo impagable. 

Los dueños anteriores, los señores Requena, fueron víctimas en su momento de un fraude que los llevó a la bancarrota, y tal como los Amaro, intentaron tapar el sol con un préstamo hasta que el ritmo de vida burguesa que llevaron siempre, acabó por tragárselos.  

De los Requena no se volvió a saber nada.  

Apenas entregaron su propiedad al usurero, desparecieron. Dicen que acabaron yéndose a Querétaro, lugar de origen de la señora.  

En eso iba pensando Lupe cuando se abrieron las puertas de la impresionante casa que, de hecho, ella conocía bien, primero con los Requena, luego con Ruy.  

Antes de bajar de su carro, se acicaló un poco y se vació la botellita de perfume que traía en su bolsa.  

Recordó pasajes delirantes en los jardines y la alberca, ya no en tiempo de los Requena, sino cuando su relación con Ruy se hizo más próxima.  

Todo se había dado de manera extraña. Se conocían desde jovencitos, cuando Ruy iba a ver a su hermano Tony, que murió a los 45 años por atascarse de cocaína.  

Ese evento, la muerte de Tony, volvió a acercarlos.  

Lupe ya tenía a sus tres hijos y aún no se había involucrado con Juancho, el socio de su esposo.  

Castro era un seductor nato al que le gustaba estar rodeado de mujeres de todas las edades y, todas, sin excepción, sabían de la existencia de las otras.  

Nunca las engañaba; simplemente les advertía que no eran exclusivas, y de ahí, la aventura comenzaba.  

El primer encuentro erótico con Lupe fue después de una fiesta que dio el gobernador. Casi casi en las narices de Fernando.  

Desde ese momento Ruy le dio una lección sobre cómo mentir con la verdad, y le repetía constantemente que los amasiatos eran como los espejos retrovisores de los carros: los objetos siempre están más cerca de lo que aparentan…  

–Lupita querida, pásale, por favor.  

–Ruy, cómo estás. Gracias por atenderme.  

–Para ti siempre estoy disponible. Aunque te hayas ido como las chachas.  

–No empieces con eso, querido. Tiene siglos que pasó y así fue mejor.  

–Ay, pero qué bien lo pasamos.  

–Eso sí, ni negarlo. Ahora, prefiero que no hablemos del tema.  

–¿Pero por qué? Aunque no nos volvimos a ver en ese sentido, sabes que fue especial.  

–Qué especial ni que la manga del muerto. Era una más de tu colección, yo no sé por qué me arriesgué tanto.  

–Porque está en tu naturaleza.  

–Fue la única vez que le fui infiel a Fernando.  

–Eso no es cierto.  

–¿Ah no? ¿Quién dice? 

–Amor, entre hombres nos contamos cosas. De hecho, nos contamos todo.  

–No sé de qué hablas.  

–Juancho, mi vida.  

–Estás loco. Eso es falso.  

–Bueno, tu secreto está a salvo… al menos en los círculos de señoras… salvo tus amigas.  

–Son infundios. No vine a eso, Ruy. Pero sí quiero que tomes en cuenta la amistad y la grandísima confianza que hubo entre nosotros. Apelo a tu buen sentido y gran corazón que sé que en el fondo tienes.  

–Qué quieres, Lupe.  

–Danos tiempo. Un poco más. Yo no había querido intervenir porque Fernando no me lo permitió. 

–Por Dios, mujer, ¿y de cuándo acá tu marido tiene influencia sobre tus decisiones? A otro con ese cuento.  

–Bueno, bueno… tal vez no quise meterme para obligarlo a cumplir.  

–Pobre cabrón. Mira que me cae bien ¿eh?… lo de la cárcel no creas que me dio gusto, sin embargo, ya no me dejó otra alternativa.  

–Está enfermo, Ruy. Tiene cáncer y no tomará tratamientos. Se va a morir.  

–Pues peor para mí, Guadalupe. Qué pésimo argumento para pedir una prórroga.  

–No lo estoy diciendo por eso. De todas formas, la que va a acabar pagando ahorita o unos cuantos meses, soy yo. Porque el trato que hizo contigo Manuel Senderos es con mis propiedades. Yo soy la dueña, así que muerto o vivo, Fernando no cuenta.  

–Qué dura eres.  

–Es la verdad.  

–¿Cómo piensas que vas a conseguir ese dinero, Lupe? Aterriza. Es imposible. Tienes que vender a huevo, y ahorita nadie te va a comprar.  

–Tengo otros proyectos. 

Mmmmm. Mi amor, eso es falso. Lo sabes tú y lo sé yo.  

–¿Dudas de mis capacidades? 

–Del mercado, bonita. La situación. Sé realista. No hay manera.  

–Déjame entonces comenzarte a pagar con Acapulco, pero mi casa no. Tú no quieres verme mal, Ruy.  

–No, claro que no. Pero estamos hablando de dinero que yo estoy perdiendo.  

–Dinero, dinero… es lo único que te importa. ¿No me vas a hacer el favor a mí? 

–No es lo único que me importa. Lo sabes. Son negocios, no es personal. No me puedo dar el lujo de perderlo, ahora menos que nunca.  

–No jodas, Ruy. Ve nada más a tu alrededor. Todo mundo sabe que te estás pudriendo en dinero. Y qué bueno, has sido muy hábil.  

–He trabajado, más bien.  

–Prestando…  

–E invirtiendo, construyendo. No todo es tan fácil como lo crees.  

–¿Cómo caíste tan rápido en la trampa de Senderos? 

–No hay trampa. Lo que es, es. Y será. Yo retiré los cargos a cambio del pago. Y es con tus bienes, mi reina.  

–¿Cuándo te volviste tan frío conmigo? Te estoy pidiendo un favor, no dices que yo soy especial.  

–Lo que tuvimos fue especial y te conservo un gran cariño, pero eso es una cosa aparte.  

–Me estás dando el tiro de gracia, Ruy.  

–No es verdad. Te irás a un lugar muy digno, además, como no dudo de tu potencial y tu inteligencia, la vida te volverá a sonreír en poco tiempo.  

–No seas hipócrita, Ruy. Sabes que, aunque soy inteligente, nunca trabajé y a esta edad qué carajos voy a hacer. Apenas y con el seguro que me deje Fernando podré acabar mis días. Despojada por quien menos lo pensé.  

–No seas trágica. No vas a estar sola, tienes a tus hijitos lindos.  

–Ellos tienen su vida, y mi consentido ya no está, y para colmo me heredó a esa pronta de su esposa.  

–La que anda con Senderos.  

–Ah, eso también lo sabes. ¿Te lo dijo él? 

–No. Manuel no me iba a decir nada al respecto, pero te repito: entre todos sabemos todo.  

–¿Entonces? ¿No me vas a ayudar? 

–Con gusto, en lo que quieras, menos en esto. Es un tema con tu marido, no debiste meterte. Aunque me da gusto que estés acá.  

–¿Y si retomáramos lo que quedó pendiente? 

–Lupe… basta. El tema del pago no está a discusión. Y retomar… ya estamos viejos, vida mía.  

–Estúpido. Me estás despreciando. Y al decir estamos viejos te refieres a mí. Qué poca madre tienes. Porque sé que sigues tan activo como siempre en tus romances, pero con escuinclas.  

–No tan chicas, amor. Cuarentonas. Como tu nuera, precisamente.  

–Eres igual al patán de Senderos.  

–No, mi vida, solo somos hombres. 

Lupe se levantó del equipal en donde estaba sentada y se encaminó hacia su carro.  

Otra derrota más.  

La última.  

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