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domingo, noviembre 24, 2024

La Amante Poblana 57

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Capítulo 57

 

Dos muertos, dos

 

Mientras los Amaro discutían en el estudio, Senderos y Anais recorrían la sala y los pasillos de la casa.  

–¿Qué tal la cara de la bruja mayor? Está infartada.  

–No es para menos. Dejar todo esto no es fácil y más para alguien como ella. Veleidosa y hueca.  

–Cómo se le ocurre que ella podría ir a ver a Ruy Castro. Qué ideas, absolutamente demenciales.  

–Ni tanto.  

–¿Por qué? Hey, qué sabes tú que yo no sepa.  

Anais se le acercaba por la espalda y le lengüeteaba el cuello. Manuel torcía un brazo y le metía la mano en la entrepierna.  

–Pues que Lupe tuvo sus quéveres con él.  

–¿Cómo? ¿También? No te creo. ¿Hace cuánto? Ahora resulta que la suegra era toda una mujer fatal y yo no lo sabía.  

–Yo tampoco, pero ayer que fui a ver a Castro me lo contó. Ese cabrón tiene la lengua muy suelta, y si así me lo dijo a mí, seguro que todo su mundillo lo sabe. También me enteré de que el pendejo se tiró durante años a una prima mía, Bere.  

Caray, pues me hacía falta salir más y juntarme con la gente correcta para enterarme que Puebla es un manantial de adúlteras. En poquísimo tiempo cayó la máscara de la respetable señora que está ahí dentro.  

–Pero la pobre cree que todavía puede despertarle bajas pasiones al pillo de Ruy. Por favor, si está rodeado de las mejores pieles, jóvenes.  

–Imagínate a Lupe llegando de ligueros a ver al agiotista, qué risa.  

–Deja eso, los últimos rumores sobre él es que ya se cansó de los pollos que traía y ahora se le ve seguido con machos. Siempre tuvo un amaneramiento, igual y ya dejó el closet.  

Jajaja, o sea, que debajo de los hábitos de los poblanos más mojigatos habitan los cuerpos corrompidos de mil putas y puñales 

–No de todos, reina. A mí nunca se me ha antojado un cabrón. Me volteo cada vez que veo una de esas escenitas.  

Ay, qué pesado. ¿A poco jamás se te ha lanzado un tipo? 

–Sí, y lo he sentado a chingadazos.  

MMMmmm 

Se detuvieron en un punto ciego y comenzaron a fajarse.  

–Te he extrañado, licenciado. ¿Quieres irte conmigo al rato a dormir? 

–Por supuesto que no te me escapas hoy…  

–Nos van a ver.  

–Eso quiero. Y tú también, no te hagas.  

–Imagina que Lupe esté ahí en la orilla mirando. 

–Qué caliente te pone pensar que nos vean.  

–Es que me gusta.  

–Lo has hecho, verdad, putilla.  

–Sí… pero quiero hacerlo contigo. 

Los pasos de Fernando y Lupe Amaro se escucharon a lo lejos. Anais le dio un último beso húmedo a Manuel y se recompusieron. Caminaron lentamente hacia la sala.  

Cuando se reunieron los cuatro, Anais notó que su suegra tenía el rímel corrido. La súplica la había llevado hasta un llanto angustioso.  

–Manuel, acá están los papeles. Ya quedamos entonces.  

–Fernando, es lo mejor que puedes hacer, mano. Es esto o irte a morir a chirona.  

–Antes de que se vayan– dijo Lupe– insisto en saber los términos en los que se me va a quedar el departamento.  

–¡Guadalupe, ya! No estás como para exigir, coño.  

La señora Amaro dio media vuelta y se sirvió un trago derecho de whisky. Luego se acercó a Anais; tan cerca que podía sentir su respiración.  

–Ni pienses que te voy a dar las gracias.  

Cansada de recibir humillaciones, Anais decidió tirarle un dardo envenenado:  

–No quiero que me dé las gracias. Y pensándolo bien; sí podría ir donde Ruy Castro a agradecerle a él que retiró los cargos. Al fin que, por lo que sé, ustedes dos se entendían perfectamente hace unos años, ¿no? 

Lupe le propinó una mirada furiosa. Bebió el whisky de un solo trago y tiró el vaso sobre el fino kilim de la sala.  

Dio media vuelta y se perdió en el pasillo.  

Su reputación de señorona intachable se había desintegrado más rápido que el cuerpo del hijo muerto.  

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