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sábado, noviembre 23, 2024

Elogio de la oscuridad (apuntes sobre la obra de Gerardo Coyac)

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Figuras oscuras, caras y lenguas geográficas. 

Sombras que hacen sobrecogedora a la luz… como es la propia vida: un contraste. 

Todo lo que se teme es en realidad lo que te confronta. Nos muestra las posibilidades de fugarnos y ser otros. 

Sus cuadros están alejados de lo cosmético y de lo estéticamente normado con los parámetros occidentales de lo “bello”, o más bien lo funcional o accesorio. 

La obra de Gerardo Coyac se oxigena del instinto, de la raya callejera, el mural con aerosol que nada y todo tiene que ver con sus ancestrales abuelos: los frescos. 

El artista nace y con el tiempo se rehace, se define. 

Y el espectador se vuelve solo cómplice absorto y silencioso. 

No se acuerda muy bien en qué momento germinó su curiosidad por el dibujo. 

Si el juego es de las pocas actividades humanas que se satisfacen a sí mismas, Gerardo comenzó a pintar desde el juego. Copiando las cosas que le hacían bien a sus sentidos. 

Existen profesiones y oficios que se heredan, no así las pasiones. 

Éstas son una pulsión personal. 

En la casa familiar se hablaba de comercio de productos y mercancías, no de la belleza o el tremor que provoca un cuadro de Goya, Rembrandt o Francis Bacon, que son tres de los grandes maestros a los que recuerdan las formas y las emociones en su obra. 

Gerardo empezó a dejar correr el lápiz por travesura, como un mecanismo para no dejar ir ileso al tiempo que se va. 

Sus trazos han pasado de la espontaneidad del Grafiti a la severidad y la disciplina del caballete. 

Y son desconcertantes, brutales.

Cuentan historias, esconden secretos. 

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