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sábado, abril 27, 2024

Sapos y culebras

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La política, dijo el maestro, es el arte de aprender a comer sapos y culebras, sin gestos, ni reclamos, hasta decir que no saben nada mal. En esa enseñanza hay o debe haber un gran aprendizaje. 

Quienes ejercen sus derechos utilizando los caminos de la política, saben que, tarde o temprano, enfrentarán los ataques a su liderazgo, en formatos que pretenden manchar su dignidad. También saben que su principal ganancia es conocer a sus enemigos y confirmar a sus amigos.   

Muchos les comentan que son costos y riesgos inevitables, por lo cual, si no quieren quemarse, no se deben acercarse al fogón. Nada más falso. 

La práctica política no tiene por qué ser un cochinero perverso, ni cínico. 

La inteligencia de los electores no debe desperdiciarse en esos juegos peligrosos, porque confunden su decisión y en lugar de fortalecer su libertad; la encarcelan en complicidios denigrantes que sólo los obliga a equivocar sus objetivos. 

Ese riesgo no debe ser el costo normal cuando decidimos lo que nos es útil a todos, lo que nos interesa a todos. La política nos convoca a decidir lo que haremos. Demanda firmeza de ideas y honestidad para saber aplicarlas para mejorar la calidad de la vida. 

Y las calumnias, las mentiras sobre la calidad de los candidatos que pueden ganar, solo distrae. No son útiles; son propaganda sucia que debe avergonzarnos. Fermenta peligros y divisiones. 

La publicidad sucia o negra aparece en una elección, con más facilidad que cualquier otro esfuerzo. Quienes la utilizan, creen que con eso disminuirán la capacidad de triunfo de un candidato, derribaran su liderazgo o anularán sus posibilidades de éxito. 

No se dan cuenta de que, en una sociedad excesivamente informada como la de ahora, las calumnias, las ofensas, sólo sirven para demostrar la mala calidad de la persona que publica, sin dar su nombre, contenidos falsos, en internet o distribuyen panfletos apócrifos. 

Los que atacan, sin dar la cara, sin poner su nombre, lo hacen porque carecen de valor para decirlo de frente y con su nombre. Sólo comprueban que desconfían de sus posibilidades de ganar, y que carecen de ideas, proyectos, respaldos y amigos que los apoyen. 

Ofender es lo más fácil y rápido en la práctica política. Pero no lo más eficiente. El éxito electoral de un candidato no depende de eso. Por más ataques que le envíen.  

Esos ataques son producto del miedo, de la impotencia, y del enanismo mental que acompaña la mediocridad y la tibieza de políticos ingenuos que no encuentran una razón para construir su fortaleza y carecen de capacidad de convencer. 

Y pensar que hay quienes creen que una elección sin salpicar estiércol no es elección. 

Calidad humana, diría mi abuelita. Estamos hechos de barro. 

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