Capítulo 26
ARTE PIPOPE
La esposa de Roberto, Leticia Robledo, esperaba a Anais en su nueva casa.
Fernando había cumplido con entregar la obra ya con acabados terminados apenas dos semanas antes de que lo mataran. Una caja de leche gigantesca con paredes de triple altura y tres ventanales con puertas alemanas ultra selladas que aislaban por completo la estancia de cualquier ruido exterior… como si en el célebre fraccionamiento no hubiera, per se, una calma sospechosa.
Leticia era una mujer alta, de metro setenta y tantos de estatura, de una blancura casi enfermiza, pelo atestado de luces blondas y ojos demasiados separados de la nariz.
Cuarenta años. Heredera de una compañía de toallas y textiles que surtía de estos productos a las grandes cadenas hoteleras de México.
Anais conocía a Leticia superficialmente, de algunas fiestas o reuniones de ex alumnos de la universidad. Se le figuraba la tipa más frívola y esnob de los alrededores. Intransitable por sus ínfulas de grandeza. Era, lo que ella llamaba, un anuncio ambulante (y parlante) de marcas de lujo. Todo lo que destetaba Anais en la gente, Leticia lo portaba con orgullo.
Pensó mucho ante de tomar el trabajo, pero bajo las nuevas circunstancias no estaba en posición de ponerse a discriminar a sus clientes. Necesitaba que el dinero volviera a fluir para sobrellevar los meses venideros. Le preocupaba, sobre todo, tener que pagar los honorarios de Senderos, a pesar de que él le había ofrecido ponerse al corriente hasta que ganara el asunto del departamento.
Leticia caminaba inquieta de un lado a otro hablando por su celular en altavoz. La voz de su interlocutora se sobredimensionaba por la resonancia que da una casa vacía de esas dimensiones pantagruélicas. Anais no tocó la puerta al llegar. Estaba entreabierta y se desplazó con soltura desde el umbral hasta la sala, en donde los ventanales alemanes ofrecían una vista privilegiada del campo de golf y de otras casas igual de presuntuosas.
–A las tres, Jo. A las tres que hayan recogido a los niños y me los lleven a la casa. Antes no puedo, ahorita estoy acá en la nueva casa, tengo cita con la decoradora.
La voz del otro lado del teléfono era de una mujer con el acento más poblano que Anais había escuchado. Obviamente, esa voz no sabía que el personaje en cuestión, la decoradora, había entrado a escena.
–¿La decoradora? ¿La golfita, la viuda de Feeer? No jodas, Leta, ¿cóoomo se te ocurre contratarla a ella con esa famita que se carga?
–Ya sé, JO, pero qué quieres. Wey, me la impuso Roberto. No hubo manera. Me dijo que ella iba a ser porque quedó con Fernando y tenía que cumplir.
–Wee, qué horror. Bueno, atenta, eh. No la dejes nunca sola con Beto, eh. Aguas.
Anais se aclaró la garganta para que Leticia se percatara de su presencia.
Leticia se puso nerviosa, le dijo a la otra “te marco al rato” y colgó.
La anfitriona iba ataviada con un traje deportico lleno de monogramas de Gucci, tenis aparatosos de la misma marca, un reloj impráctico que le hacía ver la muñeca aun más huesuda y una bolsa Birkin color camel. Todo muy ad hoc con el estilo de casa y el carro y la vida que llevaban sus nuevas vecinas.
–Ay, hola, Ana, ¿cómo estás? Disculpa la mega facha en la que ando, es que tuve junta en la escuela de los niños y ya no me dio tiempo de regresar a cambiarme. ¿Tú cómo estás? ¿Cómo vas?
–Bien, Leticia. A tus órdenes, ¿pudiste ver la propuesta que te envié en el usb con Beto?
–Sí, sí, y me encanta, sobre todo la paleta de colores para la parte de abajo. Me gustan los muebles, aunque la verdad la verdad, preferiría algo más vintage para la sala.
–A ver, mira. Los que tú llamas muebles vintage, que me mandaste por whatsapp, son, como decirlo… son los mismos muebles rústicos que se usaron hace dos décadas, pero los patinan con colores pastel. Son de pino, por lo general de tercera, que da el gatazo muy bien para poner una cafetería o un consultorio mono, pero no para un espacio como este. Le invirtieron millones de pesos a la casa, Lety, no le metas baratijas.
–No, o sea, obvio no todos del estilo, pero sí el espejo ese que te mandé está divino, ¿no?
Roberto igual me dijo que no le gustaron, pero a mí sí.
–Lety, es tu casa, y va a ser tu casa ya para siempre. Se hizo a la medida de tus sueños, por decirlo de alguna manera. Así que yo te recomiendo los muebles que te puse en el render.
–Oye, ¿y los de parota? Vi unos gajos así, súper toscos, súper de moda para la mesa del comedor.
–La moda de las tajadas de parota va a durar máximo tres años. Vas a alucinarlas en breve.
Anais caminó hacia la cocina y puso su computadora sobre la barra.
–Mira, ven: Roberto ya me autorizó la sala, el comedor, las recámaras, los adornos de los baños.
–Mmmm. Sí, ya lo platicamos y nos encantó de verdad, pero aay… tú eres mujer Anais, y ¿a poco no te gustaría ser tú misma quién eligiera todo lo de la casa-a?
–Tú vas a elegir, esto sólo son opciones, sin embargo, Roberto me dijo que adelante. Lo que me encargó es, sobre todo, que viéramos el tema de los cuadros, la fuente y las esculturas.
–Me caga, me súper caga que siempre quiera ser él el que decide al final, pero okey. Ya decidió lo de los muebles. Oye, pero haznos una ofertita, ¿no? ¡El comedor de 300,000 pesos! Supongo que con todo y sillas y con el mueble de atrás, ¿no se te hace demasiado?
–Es una madera endémica de Chiapas, preciosa, te va durar toda la vida y el diseño es atemporal. No lo vas a tener que cambiar nunca. Aparte es una mesa para 16 personas, Lety. Ve el espacio de la casa… querías casa grande, métele muebles grandes, si no va a parecer que no te alcanzó.
–Obviamente no le voy a meter una miniatura, sin embargo, ashhh. ¿Madera? No puede ser una mesa, no sé, de base de metal y un vidrio increíble arriba.
–Se puede, pero va a romper con todo y la vas a odiar en tres años, como las tajadas de parota.
–No pues, ya ni hubiera venidooo. Roberto ya palomeó todo. A ver, los cuadros. Se me antoja que en esta pared haya un Nierman así con su marco plateado.
–¿Nierman? Yo no metería un Nierman. Todo mundo en Puebla tiene Niermans, entras a las casas de los vecinos de acá y tienen a Nierman como santa trinidad. Conseguí este Alejandro Santiago para esa pared. Mira.
–No le entiendo. Están súper raros los monos. Son cabezas, ¿no? Y los colores… prefiero los azules del Nierman.
–¿Ya viste de qué tamaño es el muro? Tu Nierman se va a ver como de liliputiense.
–¿Qué es eso?
–Nada, nada. Si insistes en el Nierman, que sea el Nierman.
–Acá voy a poner uno que ya tengo en la casa actual: es de una chava de acá de Puebla que hace unas intervenciones padrísimas de Dalí, y así. Es enooorme. Acá va a quedar perfecto.
–Para ese especio Roberto ya me autorizó un Vicente Rojo que me ofrecieron.
–¿Quién es ese Rojo?
–Mira, es este.
–Ay… muy raro. Parece cartel, no me encanta, pero bueno. Lo que sí es que para en medio de la fuente quiero que sea una cabeza gigante de Marín. Y ahí sí no hay negociación.
–Ven, Lety. Asómate: ves ese bulto que se ve en la casa de allá: es un Marín. Y desde acá no se nota, pero en esas tres casas también hay cabezas de Marín.
–No me importa, equis. Yo la quierooo.
–¿En el estudio qué va a colgar?
–Un Gironella.
–No pues bueeeno, en su casa lo conocen. En fin. Oye, ya me tengo que ir. La neta no sé para qué nos vimos si Roberto se iba a pasar por el arco del triunfo mis sugerencias. Lo que sí es que el pasillo que va a mi cuarto quiero colgar una colección de bolsas de marcas de lujo que ya enmarqué.
–¿Cómo, las bolsas en cuadros?
–No, no, o sea, las bolsas de papel en las que vienen las bolsas y los zapatos. Se ven súper chic colgadas. Mira, acá tengo la foto en mi Instagram
Anais no podía aguantar la risa al ver la colección de las bolsas de las bolsas. Pero encogió los dedos dentro de los zapatos y le dijo: okey.
Lety recogió de la barra su amada Birkin, a la que llamó “bebé”, se bajó los inmensos lentes que traía acomodados en la cabeza, marcó un número en su celular y lo puso en altavoz. Esperó a que su chofer diera la vuelta al carro mientras empezó a hablar. Era Roberto.
Anais abrió los ventanales y se quedó mirando hacia el fairway.
–Ya la vi. Oye, no jodaaas, ya escogiste todo tú.
–Ya, Leta, ya urge que eso quede listo. Aparte lo que propuso está de poca madre.
–Pues no sé. Se me hace carísimo todo. Además, para los cuadros puso a puro desconocido. Yo quiero mi Nierman sí o sí.
Subió a su flamante carro y arrancaron. Anais se despidió a lo lejos con la mano.
Tomó su celular y le llamó a Narda.
–¿Lista para la cena con Senderos?
–Listísima. ¿A qué hora?
–Lo cité a las ocho.
–Okey, ¿qué haces ahorita?
–Vine a ver a una pendeja a la que le voy a decorar la casa. Un anuncio ambulante de Gucci que prefiere colgar un espantoso Nierman a un Alejandro Santiago.
–Una nueva rica mamadora, seguro.
–Ni tan nueva… sus papás ya tenían lana, pero esta es de la que van a Nueva York a meterse a las tiendas antes de pisar el MET.
–Típico. Por eso tú empínatelos. No les rebajes nada.
–Y no me vas a creer, pero va a colgar una colección de bolsas de papel de marcas de lujo.
–Pfff, de seguro es una güera pedorra de esas que le dicen nacos a cualquiera que no ande con las marcas de fuera. Pobre gente…
–Ya veo por qué les dicen PIPOPES.