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jueves, noviembre 21, 2024

Cristóbal Colón y su necesidad enfermiza por los nombres propios

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La capacidad humana para crear es similar a la de otros animales. 

Ya lo dijo Benveniste, describiendo la compleja arquitectura y obsesionada creatividad de las abejas, sus elegantes modos de comunicación. La idea de que los signos están para realizarse en oposiciones y para significar. Algo que la lingüística clásica no comprendía durante el siglo XIX. 

La tesis de Benveniste explica que las abejas tienen un código de señales que no es considerado un lenguaje.  

Sinceramente, cuando escuché y leí esta premisa en la carrera de lingüística, me ofendí. Quizás no sea un lenguaje de comprensión humana, pero si se trata de un sistema de signos para establecer comunicación yo lo llamaría lenguaje. Pues lo mismo, o casi lo mismo que Benveniste decía del sistema de signos, Cristóbal Colón, pero del idioma de los indios. El escritor y crítico francés Tzvetan 

Todorov examina el comportamiento de los conquistadores europeos y en especial, hace un análisis brutal de la precepción que Colón tuvo durante los primeros contactos con los indígenas y su lenguaje.  

Según Todorov, la otredad puede ser percibida desde el punto de vista ajeno al Yo, pero el Yo es otro también. Lo que regresa a mi memoria el nombre Jakobson, con su exquisita descripción de los papeles de enunciación.  

¿Quién es el Yo del sujeto y quién es el Yo del Discurso? 

Muy complicado debió haber sido para Cristóbal Colón enfrentarse a un mundo completamente ajeno a su realidad. 

Si es cierto, que en la actualidad América representa otro mundo para los europeos. Comenzando desde la idea de que los americanos no percibimos la realidad de la misma manera debido a la vigente plurietnicidad y multiculturalidad. Así lo describen entre letras los grandes complejólogos y estudiosos de las sociedades, quienes describen cómo América posiblemente sea el Continente más complejo del mundo.  

Ahora, imaginemos a Colón y su necesidad de comunicarse con los “indios”. 

Al momento de llegar a Las Antillas, lo primero que percibió fue que aquellos “salvajes” habitantes no hablaban, sino balbuceaban. A lo que otra persona pudo llamar lengua él lo llamó: Balbuceos incomprensibles.  

El hecho de escucharlos “rechinar con el aparato fonador” le causó repudio. Él lo sabía, por palabras de la Reyna Isabel. Esas personas no tenían alma. Y por lo visto tampoco lengua, ni pensamientos razonables y mucho menos sentimientos.  

¿Encontraremos similitudes con los procesos de discriminación racial actuales? 

¿Qué será lo primero que le viene a la mente a un europeo cuando ve a un latino? 

Lo primero que se le ocurrió a Cristóbal Colón fue colocarles nombres religiosos a los lugares. Topónimos que comenzaron su historia/histeria bilingüe con “San Salvador”.  

Después escogió nombres de la Realeza para identificar más lugares.  

Como Colón estaba bastante convencido de que las cosas tenían una relación especial con los nombres, decidió nombrar cada objeto que no conocía con los nombres con raíces grecolatinas.  

A veces se dejaban llevar por la sonoridad para españolizar conceptos, para poder pronunciarlos y darse a entender con los indios.  

Este curiosísimo personaje creía que los indígenas solo conocían las onomatopeyas y que sus palabras carecían de significado profundo.  

Hoy en día, en Puebla y otros estados conservamos los mismos nombres, aunque ya se han agregado los topónimos indígenas. 

San Martín Texmelucan 

San Andrés Cholula 

San Gregorio Atzompa 

San Pablo Oztotepec 

La forma de nombrar lugares en México también es Iberoamericana.   

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