La semana se contempla impetuosa
Lunes:
Ella recibe una llamada de su amiga la Caracolita, quien le lee un fragmento de un libro que está devorando donde la autora expone, entre otras ideas, la teoría del “cajoneo amoroso”, es decir, enterrar en los archivos muertos todo aquello que inquieta o que sencillamente se pretende desaparecer.
–Esta teoría es fascinante –comenta entusiasta la Caracolita –el lenguaje es una instancia viva –continúa – el término cajonear da cuenta de una realidad que clama por ser nombrada, deriva de cajón y hace referencia a un comportamiento por el cual las personas tienden a guardar dentro de un cajón aquello de lo cual no quieren ocuparse por el momento, alejar de la vista lo que incomoda, postergar. Se cajonea en menesteres del amor. Las mujeres pretenden privilegiar exclusivamente los anhelos del ser amado. ¿Entiendes Ella los altos costos de esta actitud? Nos condenamos a perdernos de nosotras mismas por querer siempre agradar al otro.
–Me queda claro –responde Ella– nos tendemos unas trampas deliciosas al fantasear con la espera de la mano del ser amado para encontrar nuestro SER mujer extraviado por siempre. Qué patéticas. Sin duda.
Fin de la conversación.
Martes:
Ella recibe una carta de un hombre que alguna vez tuviera rostro. El SA-PO-E-TA, de cuya voz Ella se asiera en vano y obcecadamente.
Ella:
Y te miré hinchada, los ojos flotando y la voz lejana. Me dolió tu rostro, ¿por qué si ni te conocía? Quizá porque la distancia entre la agresiva, lúcida y buenota mujer que recordaba y “ese ser a medio ser” era demasiada. Quizá porque no recordaba alguna mirada –sonriente agresiva– que ya te había instalado en algún lugar de mi interior sin yo saberlo y luego sin querer reconocerlo. Toqué entonces tu pie y con él tu delirio. Porque sino, ¿por qué mi propia agresividad? ¿por qué dar por sentada una confianza inexistente y apelar a tu lucidez con un mínimo de recato? ¿por qué esas provocaciones, esas llamadas indecorosas ahíto en alcohol, rebosadas de mentira, demencia y destiempo, en lugar del respeto a una persona frágil, sensible y atribulada que se encontraba tomando decisiones de vida?, ¿y yo qué tenía que ver en todo eso? A veces pienso que el futuro definitivamente explica el presente. O el inconsciente reconoce flujos perdidos y hermanos. Conozco lo que a mi me destruye, las voces enemigas al centro del corazón, la arrogante estupidez que algo o alguien sembró alrededor de mi mirada atónita, ese veneno que ya no se escupe, que ya no circula, instalado desde ya en cada célula, y que demanda nuestra existencia zombi, nuestro circular hacia adentro, la gracia de un ser mezquino, astutillo, torpe y seguro de sí. Por eso miento. Por eso huyo. Por eso no te doy el rostro. Por eso mi voz es para ti “niebla húmeda”.
No conozco tus voces pero me suenan: “te invito a ser mejores personajes de nuestras propias historias” me dijiste. Pero desde el primer deslumbramiento me sentí superado, rebasado y se instaló en mí la mentira; “esto que apenas empieza y ya es un asunto de Estado” te escribí. Desde ese primer encuentro mentí con dolorosa alevosía. Tu ser inteligente me cautivaba y me amenazaba. Te negué a mi compañera, una relación de años, dije que era “mi ama de llaves”. La menosprecié ante tu mirada y me menosprecié a mí mismo. Quizá no tengo escrúpulos. Había que evitar el libreto fácil, la cogida estándar, no podía evitar el hecho de ya arraigado, ya amado y amante pero sí la morbosidad simple de la travesura adulta. Sólo que contigo era distinto, te gustaba también la poesía. No soportó mi ego la idea de no ser una de “tus prioridades” como alguna vez impulsiva vociferaste. Y me habitó el miedo. Me acerqué a ti como un niño atónito. O quise, pues. Mezclado con lúcido adulto atribulado y pagado de sí, de su voz de poeta. Me acerqué a la posibilidad de que fueras cierta… Firma: La Piedra.
Ella lee la misiva una sola vez. No hay tono ni voz. La sepulta en el olvido, a la misiva. Su mirada está en otros lares. Entonces, para no engancharse en el anzuelo de una historia imposible Ella se inventa que recogió la epístola de la calle, que estaba tirada cerca de algún basurero o en un parque debajo de una banca cagada por una paloma, o en cualquier asiento del transporte urbano o que en algún taxi alguien dejó, con intencional descuido, el papel arrugado sin destinatario. Y se niega severamente a ser la receptora de esas “retóricas zozobrantes”. ¡Vaya alivio! Ya no hay apego, no hay más ancla con esa historia de desencanto, de desahucio. Y no se detiene, su mirar sigue hacia Weston. Mientras Ella piensa qué hacer con la epístola, Annie Lenox entona: “Here comes the rain again”
Here comes the rain again
Falling on my head like a memory
Falling on my head like a new emotion
I want to walk in the open wind
I want to talk like lovers do
I want to dive into your ocean
Is it raining with you
So baby talk to me
Like lovers do
Walk with me
Like lovers do
Miércoles:
Ella recibe un mail de su amiga Zayra que dice tener ya todos los preparativos para la pronta llegada de Ella y los críos a Weston. Falta sin embargo lo más importante: el permiso del patriarca, la autorización a la partida y a la nueva vida. Pero Ella tiene entre ceja y ceja que es el permiso o la descarnada guerra, hasta el final. No importan las consecuencias. No hay otra opción. No hay vuelta atrás. Y se prepara la guerrera para lo que venga. El que pega primero pega dos veces insisten los abogados.
Jueves:
A ella la invitan a participar en el vigésimo primer aniversario de “equis” Sección Cultural con un texto sobre su bebida favorita. Tras varios días de dispersión, Ella logra consolidar la colaboración:
¿Le provoca un tintico?
A mí me provoca un hombre, me cautiva su voz y en ella ineludiblemente me extravío, pero el tema no es este sino la bebida favorita y la mía es el café. Imposible abrir los ojos en la mañana y despertar cada día sin la esencia del café. Ese bálsamo que embruja y retoza con cada uno de tus sentidos, de tu ser. Esa fragancia que al igual que la voz de un hombre te aturde y sitúa en un estado de pérdida.
La preparación del café es todo un culto, un ritual a las ciencias del goce. El grano, las texturas, los colores, los aromas, el tipo de prensa. Una vez vertido en la taza, de preferencia una pequeña para que preserve la temperatura, se impone el flagrante juego del deseo, de la seducción. Y brota esa atracción, la pulsión por dar el primer sorbo. El primer sorbo brutal, exacto, me arrastra a las memorias de la infancia, a las conversaciones de la abuela Aura a las 7:00 de la mañana con sus siete hijas sentadas alrededor de la mesa con el tintico en la mano endulzado con panela y la parva (pequeñas piezas de pan casero). Es el tinto que se vende en las cantinas del centro de Medellín “a cinco pesos el tinto y cinco pesitos el tintico”. Entonces el “tintico”, –ese compañero fiel– me desea. Tras ese primer sorbo el cuerpo completo se entrega a su fogaje, a su bouquet, a su sabor. El tinto o café, amigo cómplice y testigo de extraordinarias e insulsas conversaciones transita de la mano de quien lo toma. El café, bebida lúdica que estimula el placer –esa herramienta fuerte y poderosa-. El café inspirador de poéticas canciones como Ojalá que llueva café en el campo y grandes novelas como La Balada del Café Triste. ¿A quién no le provoca un tintico Reserva Doña Isidora de buen balance, acidez moderada, grano grande y jugoso de la Hacienda Cafetalera Mesa de los Santos de Santander Colombia? o por mencionar otro ¿un Jamaica Blue Mountain Coffee? Nada mejor que un buen café y sin azúcar claro, para los buenos tomadores. ¿Te provoca un tintico?, ven toma mi mano, abandona tus certezas, sumérgete conmigo en sus aromas, embriágate en ellos y nutre con tu asombro mi relato imaginario.
Fin del texto.
Viernes:
El amigo Ibrahim, conocido poeta y además poliamor invita a Ella a una fiesta de besos. Intrigadísima por todo el numerito Ella se alista, junto con su gasterópoda amiga, para participar en tan “magna” ceremonia. La concurrencia nada tiene de homogénea. Desde feos trancados harapientos hasta casi príncipes azules refinados y de porte noble. Ella toma tequila como agua para embolatar los nervios. Reconoce que socializar no es lo suyo. Al beso no le teme tanto como a la gente. Se acerca alguien de nombre Joaquín y le ofrece, sin rodeo alguno a Ella, jícamas con chile –del que pica por cierto–.
–¿Cómo así? –pregunta Ella con acento valluno pero sin la malicia propia del país en que habita. A lo que el ofertante responde con la seguridad propia de un experto vendedor de aspiradoras:
–Es una experiencia casi mística besar con los labios enchilados. Invariablemente se hinchan por el ardor y las papilas gustativas se dilatan por el chile. El ósculo entonces se torna jugoso por el exceso de secreción de saliva. ¿Quieres intentar?
Ella asiente de inmediato y se abandona a ese beso que sacia por mucho su sed, su curiosidad y su incipiente deseo. Joaquín se retira tras un delicado “gracias”. Y se aproxima a la mujer de al lado con la misma propuesta.
Tras sucumbir a tan picante demostración de casi cariño, Ella duda si debe acaso guardar las formas o abalanzarse a la barra de bebidas para mitigar las secuelas vehementes que aún inflaman sus labios y el interior de su boca. Poco sutil como sus arrebatos se lo dictan usualmente, opta Ella por lo segundo pero, en esta reunión de imberbes mozalbetes, las bebidas se han consumido totalmente y no hay líquido alguno, ni siquiera en el WC.
Ella decide que es tiempo de abandonar este gran palacio de la halitosis y pasa a despedirse –de beso– de los anfitriones que, para ese momento, se han entregado ya a una orgía de degradación y excesos.
Sábado madrugada:
¡Qué bien se siente cepillarse, lavarse, enjuagarse los dientes! Piensa Ella antes de deslizarse entre las sábanas para lo que promete ser un sueño reparador. En su mente parlotean aún los depravados con discursos sin sentido. Poco a poco sus voces se vuelven más confusas, menos audibles. Y por fin Ella duerme cuatro horas seguidas.
…Extraviada estoy en tu olvido. Blanco es el comienzo. La incesante lluvia de Pahuatlán. Un huracán atrapado que amenaza con salir de su refugio. Las voces etéreas y sus destiempos.