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miércoles, diciembre 11, 2024

Se dicen cosas horribles de ti / 03

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ENTREGA III

Todos los nombres de los personajes son reales.
Todos los enredos de los personajes son ficticios.

 

7

Entre las cosas horribles que se dicen de Raúl Padilla es que al verdadero Raúl Padilla lo mantienen con vida artificial en un hospital de Nueva York y que el que vemos inaugurando la FIL, y abrazando a Silvia Lemus y a Carrère, no es sino un klōn (mezcla de holograma, androide y cabeza parlante) creado en la NASA a su imagen y semejanza.

Otra de las cosas horribles que se dicen de él es que al llegar el klōn a su casa, los sirvientes lo conducen a un área refrigerada y homogeneizada, donde queda colgando como un saco de tintorería.

 

8

Las puertas de la Sala 1 se abren y sale una señora gorda disculpándose porque hace mucho calor. La edecán me deja pasar con gesto aburrido. Habla Emiliano Monge, quien confiesa haber leído a Carrère sólo en traducciones porque él es “el último monolingüe”. Carmen Boullosa se ríe al lado de Carrère dando a entender que ella es políglota y ciudadana del mundo. De entrada, vive en Nueva York y presume de hablar francés como Marguerite Duras. Cuando le llega el turno, le dice a Carrère algo en francés y éste protesta porque no entiende una sola palabra.

—¡En españoul por favour! —pide Carrère—. ¡Hable por favour en españoul!

Carmen Boullosa se sonroja y ríe avergonzada. No sabe dónde meterse. Guadalupe Nettel disfruta la pena ajena. Emiliano Monge se solidariza con ella. Gonzalo Celorio no entiende la escena. Alguien se la explicará al otro día.

Una señora de unos cuarenta años con cara de yogui pide la palabra y le pregunta a Carrère si está de acuerdo en que los seres humanos tenemos un genoma emocional. Carrère la mira como si viera a Charles Manson y prefiere cambiar de tema. Entonces mira a Alejandra Machia y la desnuda con la mirada, pero su novia francesa le clava una daga entre ojo y ojo.

Se dicen cosas horribles de mi esposa.

 

9

Alberto Ruy Sánchez sube a la pista del Salón Veracruz del brazo de su hija. Una orquesta de negros veracruzanos toca una cumbia que podría ser la de la medianoche o la de la madrugada. Ruy Sánchez se pavonea como Toña la Negra cantando Última Carcajada de la Cumbancha. No baila. Teoriza. No mueve los pies. Pone en movimiento su pensamiento. A unos metros, Joaquín Diez Canedo baila un chachachá con una debutante: nada que ver con lo que tocan los negros.

Salido quién sabe de dónde, entra a la pista Jorge Volpi con un traje de cónsul panameño. Detrás suyo va una mujer: su esposa. Ellos sí llevan el ritmo de la noche. Pienso que su literatura nada tiene que ver con su manera de bailar. Pienso también en dos bailarines de la televisión mexicana de los años sesenta: Josefina y Joaquín. Salían con el cronista deportivo Ángel Fernández en un programa sabatino patrocinado por shampoo Vanart.

Las puertas del Salón Veracruz se abren y entran dos personajes: con 130 kilos, y un pantalón que oculta el trasero, va Diego Osorno. Vestido de negro, como un padrote cuidando el negocio, va Emmanuel

Carrère. Cada uno por su lado. Al novelista francés lo siguen los celos de su novia y tres o cuatro escoltas. Osorno va más solo que un zeta en Brandenburgo. Carrère da pasos contundentes y de pronto se detiene ante la orquesta de negros. Ni uno ni los otros saben frente a quién están. Si lo supieran el silencio se apoderaría del lugar. Tras dos minutos de asombro, Carrère se va a sentar a una mesa con sus acompañantes a beber tequila.

 

10

Otras de las cosas horribles que se dicen de Raúl Padilla es que es el cacique ilustrado y que todas las noches ––antes de quedar en estado vegetativo–– le inyectaban hormonas de mono blanco, también llamado Tití. Esas hormonas lo mantenían lúcido cuando, por ejemplo, tenía que ir a comer con Carlos Monsiváis. A una señal del cerebro tití, Padilla decía “qué interesante, querido Carlos” o “qué profundidad la tuya, querido Carlos” o “claro, querido Carlos”. Las hormonas le permitían, incluso, conversar con dos o tres Jaimes Labastidas al mismo tiempo. En esos casos no era necesario estar atento para responder. Hoy basta con poner el klōn en automático.

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