I. La institución
La creó al cardenal Richelieu en 1634, bajo el reinado de Louis XIII, la época en la que se desarrolla la trama de Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas. Sus miembros son 40. No pueden renunciar y son pocos los casos en los que se les ha quitado esa distinción (por colaboracionistas con los nazis: Charles Maurras y Philippe Pétain).
II. Marguerite Yourcenar
En 1980 esta maravillosa escritora se convirtió en la primera mujer elegida por la Academia. Un misógino notable, Claude Lévi-Strauss, desaprobó su admisión, afirmando: “no se cambian las costumbres de la tribu”. No había vestimenta adecuada para ella, de modo que Yves St-Laurent confeccionó para ella un vestido gris oscuro y un chal de seda blanco. En ese chal fue envuelta la urna con sus cenizas. Así es la fama.
Hoy la secretaria de la institución es otra mujer: Hélène Carrère d’Encausse, historiadora especialista en Rusia y madre del gran novelista Emanuel Carrère. Yourcenar rompió un tabú; hace unos días se rompió otro, al recibir la Academia, por primera vez, a un escritor que no escribió su obra en francés: Mario Vargas Llosa.
III. Mario y su admiración por Flaubert
El joven peruano llegó a París y compró Madame Bovary. Se enamoró de Emma, como todos los lectores, pero también de la estructura narrativa de Flaubert y su búsqueda, casi neurótica, de le mot juste, la palabra precisa. El escritor normando fue un relojero; en cierta medida lo es también Vargas Llosa, sobre todo en Conversación en la catedral y en La casa verde. Sobre Emma y su autor, el Premio Nobel escribió un libro excepcional: La orgía perpetua -nombre tomado de una frase del propio Flaubert, que definía así el placer de escribir-. Escribió otro libro sobre Victor Hugo -un alma grande-. A mi juicio, Vargas Llosa tiene la mitad de la “artesanía” de Flaubert y la mitad del “alma” de Victor Hugo. No le llega a ninguno de los dos, pero es más que suficiente para que sea un gran escritor. Cuando vino a México, unos días antes de que le otorgaran el Premio Nobel, en la sala Netzahualcóyotl, respondió a la pregunta de Gonzalo Celorio sobre si Flaubert era un genio: “No lo era, se convirtió en genio”. Todo debido a una disciplina y a una voluntad que heredó intelectualmente el escritor peruano.
IV. El discurso
En su discurso de ingreso a la Academia, Vargas Llosa dijo: “En París me convertí en escritor. Pero lo más importante, quizás, es haber descubierto en Francia a Gustave Flaubert, que ha sido y será siempre mi maestro, desde que me compré un ejemplar de Madame Bovary la tarde de mi llegada en una librería ya desaparecida del Barrio Latino llamada La joie de vivre. Sin Flaubert, nunca me habría convertido en el escritor que soy, ni habría escrito lo que he escrito. He leído y releído a Flaubert muchas veces, con infinita gratitud, y puedo decir que es gracias a él que me reciben hoy aquí, por lo que obviamente estoy muy agradecido”.
Y termina diciendo: “¿Qué será de la literatura en el futuro? Lo que querramos, por supuesto. ¿Puede desaparecer? Podría, sin duda. Pero un mundo sin soñadores sería un mundo pobre y triste, un mundo sin aventuras, un mundo orquestado por los poderosos y sometido a su vigilancia constante. Esto no es lo que nos gustaría. Por el contrario, la literatura debe seguir explorando la vida y la muerte, estableciendo nuevos límites para la imaginación humana, sin olvidar la rica masa de sueños e irrealidades que ha dejado atrás”.
Larga vida al escritor Mario Vargas Llosa, larga vida al lector MVLL. Su amor por la literatura francesa lo ha llevado a entrar a la Academia Francesa, sin haber escrito una palabra de su obra en francés. Lo anterior demuestra que la literatura no tiene fronteras geopolíticas. Su territorio común es la belleza, que no tiene fronteras, ni límites.