Luis Manuel Pimentel*
Roberto Fernández Retamar con su reflexión sobre Calibán abre una puerta en la escena cultural latinoamericana, vista como herencia, cosmogonía ancestral, y esta misma herencia se multiplica en lo que somos ahora, una actualidad cambiante, que se ha dinamizado con la presencia de la tecnología y ha generado nuevas formas de leer nuestros espacios culturales como signos dinámicos, a pesar de la confrontación entre un discurso político social renovado y los otros que hacen políticas clásicas como si viviéramos en la era de los dinosaurios.
El enfrentamiento de dos ejes ideológicos como lo entendemos en la representación entre Calibán y Próspero, son símbolos que se multiplican y encuentran una o muchas voces, de ciertas particularidades en la idea del ser salvaje y en el ser civilizado. Las pugnas y la tensiones que se han generado en la historia, desde la conceptualización del personaje de Shakespeare y las interacciones simbólicas culturales nos muestran panoramas diversos, sobre todo, buscando crear un mapa de lo que fuimos, de lo que somos y de los que seremos, visto como si estuviéramos en una sala de terapia intensiva si no se asume una conducta de superación, como lo postuló Sarmiento, al vender como la gran idea civilizatoria la norteamericanización de los pueblos latinoamericanos como vías del desarrollo político y cultural. En contraposición a esta desviación social, está José Martí, con una mirada más real sobre lo que hemos sido como cultura y lo que nos han querido silenciar, y este Martí, hombre promotor de nuestra identidad cultural, que hasta el momento era silenciada y opacada por los otros, supo que la verdadera historia estaría en mirarnos a nosotros mismos.
La naturaleza de las ideologías nos lleva a la dicotomía entre lo bueno, lo malo, lo primitivo, lo civilizado, el cielo, el infierno, el blanco, el negro, como signos que se contraponen y el hombre, con su afán de imponer posturas particulares, logra crear tensiones políticas en estos planos. En este caso, aparece la idea del mestizaje como una fuente energética donde todo cabe y donde todo parece ser posible, desde la conformación biológica hasta las raíces culturales, que se presentan en patrones descriptivos sobre lo que hemos sido y lo que somos, para mal o para bien, como lo hizo Cristóbal Colón desde su Diario de Navegación, pasando por el Ariel de Rodó hasta nuestros días.
Siguiendo las rutas que nos abrió Retamar, podemos enfocarnos en estas ideas que siguen vigentes, solo que con otras perspectivas conceptuales: civilización y barbarie, realistas y patriotas, americanos y anti-americanos, opresores y oprimidos, caníbales y prósperos, explotadores y explotados, este ha sido el guion occidental que nos han vendido y que sirvió para cambiar la cultura, a sabiendas que las realidades varían en cada uno de las historias locales y particulares del ser comunitario latinoamericano.
¿Y en la actualidad cómo podemos mirarnos?
Los actuales proyectos políticos tienden a generar un patrón socialista y populista en los países latinoamericanos, por lo menos el que me tocó ver en Venezuela, que ha ido en franco fracaso. Claro está que para la mirada del que tiene el poder, lo han logrado y gozan de la confianza de que seguirán mandando. Pero un verdadero proyecto político en vez de dividir sería sumar, y así como hicieron los colonizadores con su trabajo ideológico, se repite el mismo patrón solo que ahora apuntan a modelos de procesos revolucionarios; procesos que se crean en la enajenación política de las voluntades del pueblo y esto es, de raíz, seguir con lo mismo.
Pienso en la imposibilidad de una cultura socialista pura en América Latina, porque los mismos dirigentes de la misma izquierda al llegar al poder se han encargado de acabar con estos principios, empezando por los altos niveles de corrupción. Habrá que buscar una balanza que pese en iguales proporciones ya sean de izquierda o de derecha, que no permiten un avance a lo que llamaron “el mundo libre”; aunque se jacten en su leitmotiv que nos liberan de los opresores. Cuando en realidad lo que han hecho es velar por sus propios espacios de interés, los de la izquierda promueven una participación del pueblo, los de la derecha una apertura al mundo capitalista, sin embargo, todo queda allí en un proyecto que ni unos lo aceptan y que los otros imponen, pero no piensan en una educación de excelencia, que nos enseñe a mirar más allá de los procesos ideologizantes, y estar atentos del presente con la que se pueda generar un proceso social de reconocimiento del otro, si a fin de cuentas venimos de una misma fuente cultural.
En países como Venezuela el proyecto del socialismo del siglo XXI ha ido en detrimento, más allá de la culpabilidad de las sanciones económicas impuestas por otros países, del autoexilio de millones de venezolanos, del mismo fracaso repetido de la oposición; pues el mismo grupo político que tiene el mando ha hecho que el deterioro institucional, de salud, educativo, sea haya desvanecido a tal punto como nunca antes en la historia de nuestro país, y sean ellos mismo quienes manejen a su antojo los recursos económicos. Detrás de eso hay un aparato importante de representantes sociales, que han jugado a la manipulación y el pueblo sigue cayendo.
En este sentido, estamos siendo devorados por nuestros mismos caníbales políticos que en algún momento nos vendieron la idea de resistencia. Pienso que a José Martí le hubiese gustado ver el avance social tan importante en la historia de Venezuela, pero los mismos representantes, quienes tuvieron el poder en sus manos para cambiar el rumbo de nuestros destinos oprimidos, sucumbieron a parecidas estrategias de los civilizados, con la intención en la venta de una falsa utopía.