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jueves, abril 18, 2024

Volver a Calibán

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Marco Antonio Cerdio Roussell*

 

Vuelvo al ensayo de Fernández Retamar después de años de su última lectura. De nuevo, la lectura de una obra no es el confrontar un texto aislado. En el mejor de los casos es un abanico de posibilidades que conviven en dicha lectura.

Por un lado, Calibán se asume como un punto más en una vieja discusión, una que va a constituir una particular tradición ensayística. Esta ensayística comienza con el Ariel de Rodó, un poco en consonancia con las preocupaciones de poetas modernistas como Darío; continúa con el trabajo de autores como José Ingenieros e incluso las ensoñaciones más esotéricas que racistas del Vasconcelos de los veinte (La raza cósmica) y a su vez con la mirada desmitificadora de Mariátegui y sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana.

En todas estas obras, el ensayo se convierte en la plataforma, el ágora y la arena donde distintas concepciones buscan clarificar la realidad del subcontinente, sus contradicciones, riesgos y juegos identitarios. A un nivel más cercano a nosotros, fundamenta ese entusiasmo por el ensayo que caracterizará la indagación sobre lo mexicano, desde Samuel Ramos hasta la aportación paciana en El Laberinto de la Soledad.

En este sentido, Calibán es también una cierta culminación y agotamiento. El texto que ya cumplió cincuenta años marca un punto de relevancia que se va moderando a partir de ese momento. Octavio Paz y Carlos Fuentes tienen ensayos profundamente interesantes y sumamente disfrutables para el lector, pero que ya no están en el centro de la discusión intelectual de la América Hispana. Ni Tiempo nublado ni El espejo enterrado alcanzan la relevancia que en su momento tuvieron Ariel o Calibán. En algún momento posterior a la década de los setenta, el ensayo pierde su primacía como espacio privilegiado para iniciar la discusión alrededor de tópicos políticos y culturales, manteniendo, sin embargo, un peso simbólico que persiste hasta la fecha.

Parte de esta relativa pérdida de influencia se explica por la relevancia cada vez mayor de la investigación y difusión universitaria en el marco de la cultura del continente, así como la expansión de los medios masivos en prácticamente todos los países hispanoamericanos. Esta situación tiene un particular resultado paradójico respecto a Calibán. El texto que en la década de los setenta encarna la voluntad de parte de la intelectualidad cubana oficial por marcar un giro diferenciador con respecto a la tradición previa enfrentará una profunda crítica por parte de nuevas generaciones cada vez más desencantadas con la gestión de la revolución cubana y su autoritarismo. Pese a lo anterior, la obra de Fernández Retamar será acogida con cierto entusiasmo por las academias estadounidenses.

Aquí es necesario hacer una pausa. De la propuesta cultural de la Revolución Cubana en un primer momento resalta la labor editorial de Casa de las Américas. Parte de esta labor implicó el establecer el discurso testimonio como una manifestación cultural equiparable a cualquier otra forma narrativa en cuanto a sus alcances. Este proceder encaja perfectamente con la intencionalidad expresada en Calibán: la identificación del subordinado como protagonista de la promesa de cambio.

Calibán no es más la encarnación de un materialismo burdo que se opone a un idealismo evanescente, es el descendiente de los verdaderos dueños de la tierra condenado a la esclavitud y a la deshumanización, mismo que tiene en la palabra el medio y la medida para su rebelión y liberación. Así, Calibán entra en diálogo con una tradición distinta. En los campus estadounidenses y latinoamericanos, al calor de la revolución nicaragüense comienza a construirse un nuevo camino radical american para el texto cubano.

El ensayo entra en diálogo con Fanón y Gramsci. Mariátegui reaparece, pero ahora contextualizado en la búsqueda de un marxismo no eurocéntrico. Es el momento en que la obra de Miguel Barnes, Biografía de un cimarrón o Tejas verdes del chileno Hernán Valdés reciben la atención de la crítica especializada. Ahora bien: a veces la crisis no es otra cosa que la oportunidad. De entrada, el ascenso y la consolidación del neoliberalismo en Estados Unidos parecería indicar que no es el mejor momento para darle otra vida a un texto de esta naturaleza. En paralelo, algo se mueve fuera de los espacios tradicionales de la intelectualidad latinoamericana en español o portugués.

Edward Said publica en 1978 su obra Orientalism. La manera en que expresa su crítica a la construcción y el sostenimiento de mecanismos postcoloniales de representación del subordinado abre la puerta al cuestionamiento de la manera en que hasta ese momento se ha pretendido comunicar la realidad de ese subordinado. De entrada, la relación con Calibán no resulta tan directa. En cambio, cuando Gayatri Spivak publica “¿Puede hablar el subalterno?” (1985) el golpe a la valoración del discurso testimonio es directo. La necesidad en este tipo de discurso de un “transcriptor”, un “intermediario” que le de voz a “quién no puede hablar” parece hecha a la medida de esa sustitución de la voz del subordinado que tajantemente rechaza la autora india. Y, sin embargo, la aparición y conformación de los estudios postcoloniales en el medio académico de Estados Unidos y Europa, marcan un renacimiento del texto de Fernández Retamar, una serie de nuevas lecturas que permiten darle una cierta autonomía al ensayo más allá de la trayectoria un tanto gris de su autor y a las coordenadas previamente establecidas por la tradición netamente hispanoamericana.

En este sentido, Calibán se convierte en un nodo de una red más amplia, un texto que, junto a algunos otros de la tradición latinoamericana, se convierte en un mecanismo de desentrañamiento de relaciones discursivas de dominación, una serie de textos en dónde en medio de los procedimientos de enmascaramiento y apropiación del discurso ajeno se busca atender aquello que permanece de éste en la obra. Al día de hoy ni la ingenua aceptación del discurso letrado como la “voz de la sin voz” ni la condena a priori de toda obra como falsificación pueden sostenerse. Sólo queda el lento discernimiento de los posibles sentidos de la obra, el seguimiento de los hilos que la misma entreteje con su tradición y las ajenas. Sólo de esta manera, Calibán y buena parte de la obra de la inteligencia latinoamericana del siglo XX puede tener vida y futuro para el lector actual.

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