En uno de los diplomados que impartí, allá por los inicios del nuevo siglo, en lo que ahora es la Universidad del Valle de México y que en aquel entonces se inauguraba como edificio principal de la UNITEC, antes de ser comprada por la UVM, tuve una experiencia muy significativa para el tema que trataba.
La ubicación de este inmueble está el entronque entre el Viaducto Tlalpan y la Calzada de Tlalpan (campus Coyoacán).
El diplomado era sobre Liderazgo y Oratoria, recuerdo perfectamente que inicié la primera sesión con estas dos actividades: mencionen a un líder que conozcan o reconozcan y, ¿qué características debe tener un líder ideal?
No faltaron los Hitler, Martin Luther King, Lenin, Gandhi, Napoleón, Jesucristo, Mandela, Buda, y hasta nuestro Luis Donaldo Colosio.
Respecto a las características que deben tener los líderes, se mencionaron las siguientes: seguridad en sí mismos, iniciativa, visión, empatía, conocimientos, inteligencia, tanto racional como emocional, capacidad de persuasión, facilidad de palabra, carisma, etc. Los participantes al diplomado eran empleados sindicales de la Secretaría de Educación Pública de aquellos tiempos.
El diplomado tenía una duración de 160 horas, durante las cuales íbamos a sacarle toda la esencia y el tuétano al tema, hasta sus últimas consecuencias.
Se vieron los tipos de liderazgos, las competencias que se deben tener o que ya se traen, la experiencia, la efectividad en la comunicación tanto verbal, vocal y visual, la actitud, los valores, los conocimientos, los talentos personales, etc.
Dentro de esa dinámica, muy propia de este tipo de eventos de capacitación, uno de los participantes tomó la palabra y nos compartió, a todos los allí presentes, una experiencia que tuvo en el partido en el que militaba (el PRI) y que lo había marcado de por vida respecto al tema que tocábamos.
Comentó que él tenía un ejemplo de un verdadero líder: “En cierta ocasión, en una cumbre internacional de mandatarios políticos, antes de entrar con gafetes y todos los protocolos acostumbrados en estos eventos, recordó que había unos torniquetes que impedían el acceso al recinto y que él, desde afuera, observaba extasiado a los mandatarios de otros países dialogar entre sí en medio de abrazos y carcajadas”.
No era el único que observaba el espectáculo. Afuera también se encontraban esperando para entrar varios colegas de otros partidos políticos del México de aquellos tiempos: del PAN, el PRD y otros partidos satélites y menores, así como muchos periodistas que preparaban sus instrumentos de trabajo y logísticos.
Lo impactante viene ahora, nos comentó, atrayendo la atención y el interés de todos los que estábamos en el aula ahí reunidos: “empecé a observar que venía caminando hacía los torniquetes Porfirio Muñoz Ledo, con un paso lento, balanceándose, con un caminar parecido a los movimientos de un oso recién alimentado hasta la saciedad. Todos le dábamos paso con reverencia, sin que faltaran los que se atrevían a tocarle el hombro como señal de reconocimiento y admiración”.
“Finalmente, se detiene, y mira hacia adentro con un rictus de molestia ante el obstáculo que le impedía continuar su paso, los torniquetes”.
Desde muy lejos, el expresidente Felipe González lo descubre, de soslayo, y corre a su encuentro, lo abraza y le dice: qué bueno que estás aquí Porfirio y como única respuesta, Muñoz Ledo lo señala con el dedo índice: “Te advierto que no traigo invitación”, a lo que Felipe González le responde: “Tú no necesitas invitación”, lo toma de los hombros y así, abrazado, lo introduce en el recinto.
“Todos nos quedamos perplejos y boquiabiertos ante dicha situación y entendimos, sin falsos argumentos teóricos e hipócritas cualidades y máscaras de pseudo líderes, lo que es realmente un líder, incluso si 80 por ciento de su sangre contiene alcohol y el otro 20 es botana”.