Víctor Baca*
Uno, Historia sobre el poeta y sus trabajos
Charles Baudelaire decía que en la naturaleza, floreciente y rejuvenecida, siempre había algo de imprudente y tortuoso. Lo habían invitado a participar en un pequeño volumen sobre la naturaleza que organizaba Fernand Desnoyers y en una carta se preguntaba ¿Sobre qué habré de escribir? ¿Sobre los bosques, las grandes encinas, los insectos, y me imagino, el sol? Al parecer su negativa era una forma de plantear, no la anulación del tema sino la reconsideración de los espacios que el romanticismo había planteado desde tierras inglesas y germanas. Pero en el fondo tenía razón porque poco tiempo después las escuelas naturistas harían su aparición, con un trasfondo complicado pero no por ello despreciable. Tiempo después, tal vez Kafka comprendió que la literatura y sobre todo el hombre tenían un compromiso para establecer esa relación, pero ¿cómo? La respuesta no tardó en llegar con la creación de un magnifico y terrible bestiario que podemos entresacar de la obra del escritor checo. Una mañana Gregor Samsa despertaría convertido en un escarabajo, poco después el propio Borges emprendería su propia tarea pero sus creaciones maravillosas, que, por cierto, se desprendían de su imaginario y, en cierta manera, volvía a patentar la excusa del autor de las Flores del mal. Las analogías y correspondencias baudelarianas se imponían y en las letras solo imperaba para referirse a la naturaleza, esas claves.
En nuestra tradición poética poco o nada se ha hecho al respecto y tal vez si exceptuamos a Juan José Arreola o algunos versos sobre la naturaleza, tal vez de Tablada o José Emilio Pacheco, tampoco podemos decir que la tronante sentencia de Baudelaire haya dejado impávida a toda la tradición poética en nuestro país. Las posturas en lo general sobre la naturaleza se resignaron en cierta forma a establecer algunas analogías y correspondencias del fenómeno, pero no encuentro, espero que un sesudo académico las encuentre, sin referenciar por supuesto a Empédocles que, según el gran estagirita, Aristóteles, aunque escribiera en verso, solo lo reconocía como naturista y no como poeta, ni a las metamorfosis de Ovidio, o algunas obras que caminen sobre esos derroteros.
Pero ¿por qué hablar aquí de ciencias naturales y su relación con las expresiones poéticas? La respuesta es sencilla, recordar a un poeta, y éste, tal vez, desatendiendo o desafiando al vate francés, escribió un poema, sí, un poema sobre los insectos, una breve pero significativa plaqueta, que debo decir, a manera de reproche, que la crítica, la inexistente crítica poblana, tal vez no se haya dado cuenta, pero este poema publicado en 2003, como tantos otros poemas han pasado de noche injustamente e invoquen las ausencias notables y sensibles en estas mesas. Más aún, siguiendo la tradición poblana, tal vez aquella de sólo atender a los poetas que siguen la tradición de Liszt Arzubide, o la de aquéllos con el simple ánimo de participar en los escándalos de la vida literaria para hacerse notar o de la Bohemia poblana, nuestro poeta Víctor Rojas, nacido en Chalchicomula de Sesma, prefirió avocarse a un trabajo paciente de la orfebrería creativa o tomar su cámara que como se evidencia en Insectos, al depositar su mirada de forma semejante a la de un fotógrafo, paciente y minuciosa, con la intención de construir o plasmar algunos versos, que rehicieran la historia de la poesía poblana y por qué no decirlo de la tradición nacional.
Poco se ha hablado sobre el imperceptible movimiento que se generó al interior de la escuela de filosofía y letras en los años ochenta de la Uap, signadas, tal vez, por un par de revistas de brevis vitae, márgenes y la infame turba y la labor casi espectacular de la editorial de la Buap, (hoy, hay que decirlo, en estado lastimoso), en las que el poeta Rojas participó activamente al lado de algunos de los poetas que sin duda hilvanaron la historia de la última poesía en el estado.
Lo que aconteció en aquellos años fue que los poetas de Puebla por fin encontraron sus voces, distantes entre sí, como en cualquier intentó emplazado por poetas, aunque después de una entrevista a uno que no era parte de ellos, con autoridad enfatizó solo algunos juicios que a decir verdad nada dicen ni ayudan a la comprensión de la poesía que se hace en la actualidad.
En el caso de Víctor Rojas y en específico de su poemario Insectos, al parecer el poeta que tenía publicado unos años antes su primer trabajo intitulado Vigésimo octavo, en alusión, quizás, a los años que él tenía cuando lo escribió, o a un enigmático febrero sin bisiesto, la verdad es que se nota un hombre que busca su voz no su decir que parece ya claro, pero al final es difícil pensar en ese poemario como algo más que eso. Tal vez en él encontremos cierta persistencia de un hombre que es un espectador y aunque no encuentra el instrumento que le habría de conducir por los senderos de la creación poeta, se percibe una intención fuerte de crear ciertas imágenes y metáforas que, a manera de ensayo, le servirían para trabajos posteriores.
El poeta nos describe, nos cuenta una historia de su visita, de su forma de enfrentar un jardín que por momentos puede ser un bosque con una casa, con ventanas y puertas, y nos describe porque quiere acercarse a la naturaleza con la que se siente fundido, no busca metáforas busca correspondencias, busca que lo que pasa por su mirada nos seduzca, nos presente una naturaleza vida y sabe que con su palabra, atrapada entre el versículos y algunos verso más inmediatos, los insectos, las plantas, las hojas, las aves o los escarabajos establezcan una correspondencia para que su poema, tal vez, en homenaje a la solicitud del entrañable amigo de Goethe, Johann Winckelmann exigiendo que su poema cumpla la misión de arte.
Su arma es su mirada en correspondencia con la mano que borronea y en cierta manera el poeta piensa en su función de elevar el paisaje a nivel de la expresión artistica, sabe que su voz ausente, más que su silencio, tienen la tarea de evocar y fundirse en la naturaleza.
Conforman ese libro, algunos poemas iniciales sin aparente unidad entre sí, un semanario incompleto a manera de diario y después le siguen algunos poemas numerados y salteados como si no encontrara en su actuar diario la materia que buscaba; por otra parte, como nos acontece a algunos, ciertas imágenes y estrategias poéticas aparecen a lo largo de su poemario como con un sentido autocrítico natural que le impide llevar a buen puerto este trabajo. Sin embargo, el poeta que mira de manera discreta y, tal vez, hasta un poco en silencio, el contorno que los rodea y limita, se da cuenta sobre la necesidad de establecer justo con algunos de sus comparsas una editorial que sirva como escape a los trabajos literarios que realizan los mismos que están empeñados en generar una estructura firme para el crecimiento de las letras poblanas. Así nació, creo yo, la editorial LunaArena. No es gratuito que varios de los más representativos poetas convocados, por la amistad por de medio, estén publicados ahí. Pimentel, Sarabia, Gerardo Lino, Víctor García, Alejandro Palma o Juan Carlos Canales están en sus colecciones Serie mayor o poetas de una palabra donde conviven algunos poetas nacionales e internacionales como Miguel Ángel Zapata, María Auxiliadora, Víctor Toledo, Josu Landa, Jaime Augusto Shelley o Roxana Elvridge, entre otros. El punto es claro nuestro poeta no solo se avocó a escribir sino tenía la preocupación de crear los canales por los cuales la poesía poblana encontrara su propio camino.
Dos, Otra historia sobre Insectos o la naturaleza y el arte
Para comprender la propuesta de este poemario hay que pensar desde muy lejos, para encontrar cómo se plantea, lo que no quiere decir que el poeta necesariamente conozca esos antecedentes, pues nuestro máximo poeta, Octavio Paz, decía con atingencia que no debemos olvidar que la poesía es la anticipación de la filosofía, y digo esto porque detrás del poemario en cuestión hay toda una discusión entre poesía y filosofía, poesía y naturaleza que desde hace casi doscientos años, ya se discutía entre esa portentosa generación de poetas filósofos, Schiller y Novalis o Hölderlin entre otros, en abierta discusión con Schelling o Goethe.
En Insectos llama la atención que las imágenes que se despliegan a lo largo de este poema fragmentario o de largo aliento, como ahora le gusta llamar algunos, a los poemas de varias páginas. Insectos en realidad es un poema largo a dos voces, donde una y otra voz juegan a cambiar el papel como si el poeta fuera un observador de una calle llena de jardines y él observara de forma casi obsesiva a las plantas, aves y un escarabajo; y otra voz que es como si el poeta fuera ese escarabajo y reflexionara asimismo sobre el mismo paisaje que observa el poeta, es decir, es un desdoblamiento que no se percibe como tal, porque el poeta se apodera de ambas voces para contemplar a la vida natural que tiene ante sí y solo como si fuera un fotógrafo sin cámara, toma imágenes que convierte en metáforas o exclamaciones que va otorgando vida no solo al poema sino a la naturaleza misma. (Años más tarde, la cámara se convirtió en cómplice del poeta)
Esto es como si el arte que a él atraía, según una antigua expresión del filósofo Schelling, juegue el papel de poesía muda o enfrente él esa naturaleza y en lugar de que juegue ese papel pasivo, a través del lenguaje se erija como una naturaleza viviente y profundamente ligada a la actividad creativa, por eso exclama al observar a un colibrí:
Me gustaría tener un ejemplar entre las manos.
No muerto.
No.
En este poema que es el primero que antepone a su voz inicial puramente descriptiva que el poeta está consciente de otorgar esa vida a la naturaleza o también de imponer en su acto creativo la capacidad del demiurgo de negar la muerte, pues parece presentir que dar vida es mayor y más noble que dar muerte. Al llegar a este momento el poeta comienza con una voz que dará un sentido dramático al poema justo como Hölderlin clamaba. A partir de ahí el poeta se apodera de sus insectos y con este cambio de voces (que alternan con una única señal de poner en cursivas los responsos de la propia construcción), pues sabe que su descripción podría caer en la inmovilidad y se apresura a decir unas líneas o fragmentos más adelante,
Pero eso fue después, no aquí ni ahora.
La condición fragmentaria del poema se convierte en un instrumento eficiente y eficaz que responde a las necesidades, no tanto del poeta como del poema mismo, pues en su responso (así llamaremos a la voz en cursivas), el poeta al contemplar al escarabajo, sabe que este se despide y anota:
Miro alrededor. Solo restos y esta atmosfera de olvido que dejó el desastre. Tropiezo con un lento escarabajo. Sobre su cuerpo curvo leo un mensaje.
“Adiós”. Me dice. Un “adiós” creo adivinar entre los parcos reflejos y la melancolía me invade.
Todo aire resulta indiferente.
Después nuestro poeta enfrentará, como intercambiando papeles entre el observador y el observado, sin que nos permita ver bien a bien quién es el poeta y quién es el escarabajo, en cierta forma a diferencia de los naturistas e inclusive del propio maestro de los escarabajos, en efecto, me refiero a Kafka. Víctor Rojas, entenderá que el papel de contemplación, de nuevo a la manera de los poetas románticos, que afirman que solo quien aprende a contemplar, puede enfrentar la naturaleza y aquí aparece un rasgo que aquellos hombres no imaginaron, pues la postura del poeta aquí no solo ignora, sino que ni siquiera percibe que en esta actividad casi religiosa se pude prescindir de la religión. (En su sepelio me enteré de su plenitud atea) El poeta en cambio se contenta con fundirse con lo natural, con su entrañable paisaje desafiando ahora incluso el íntimo sentido del templo que se halla en la contemplación, prescindiendo entonces del sentido religioso parece evocar la presencia de Alberto Caeiro, aquél heterónimo de Pessoa, el agnóstico que sabe que la poesía puede prescindir de dios y la naturaleza lo supera a cada paso. En paráfrasis podríamos decir, basta de metafísica “en donde está el escarabajo aunque sea con su textura entre mis dedos, está dios”. Por supuesto que esto es falso y a Rojas no se le hubiera ocurrido ni siquiera la mención.
Pero el poeta sabe que está escribiendo sobre los insectos y su acto consciente no lo abandona porque de hacerlo abandonaría a la naturaleza, sabe que es la tinta la que cae sobre la página, sabe que:
Todo quedara reducido a esta mancha negra sobre la que vuelvo a escribir y escribir sobre la mancha negra.
Concluye el poeta.
Tres, Otra historia con imágenes y anécdotas
Poco después de que publicó este libro conocí a Víctor Rojas (circa 2005), a él, a Miraceti y a otros poetas, bueno algunos que me los presentaron como tales y ahora no puedo sostener mi afirmación ni de amistad ni muchos menos de lo segundo, sobre todo a aquéllos que se piensan poetas porque tienen publicados libros en versos, ni a los que sus trabajos deberían quedar como sus títulos, es decir inéditos, ni tampoco a los que ven como fin último la publicación de sus libros antes que pensar por lo menos si tiene algo que decir o si están bien escritos, pero, en fin, esa es otra historia, por ahora me interesa nuestro poeta.
Como continuación de su instrumento de contemplación desde hace algunos años se dedica a la fotografía, no resulta ocioso que algunas de éstas se dirijan a la naturaleza, aún recuerdo alguna sobre una mariposa que me evocó al poeta frente a su escarabajo de Insectos, y después sobre el cuerpo humano, preferentemente femenino, por supuesto, con pasión idéntica. (De esto hay ya bastante material no solo en el facebook sino en algunos libros que su discreción ha impedido alardear, como tampoco lo vi hacerlo como el editor que es ni mucho menos como poeta, algunas veces sus amigos teníamos que empujarlo, pero siempre su sencillez se impuso y le impidió mostrarse de cuerpo entero.) Por otra parte desde mi llegada a Puebla organicé con el poeta, tanto lecturas como encuentros de poetas, que en casi todas las veces de manera generosa él, tal vez no lo saben, pero sufragó los gastos con tal de realizar esta promoción a la poesía o el teatro, en 2014 me acompañó en el proyecto sobre los homenajes a Octavio Paz que concluyó con una antología sobre el Nobel mexicano.
Finalmente, quizá pocos sepan de su actividad como traductor, pero tuvo la beca estatal por su versión de algunos poemas de Mark Strand y si mi memoria no es infiel hace un tiempo lo pensaba sobre Yehuda Amijai, el gran poeta judío. (Nunca supe el destino de estos proyectos)
Concluyo y despido al poeta, fotógrafo, editor, animador y sobre todo amigo, Víctor Rojas. (1955-2022)