Me resisto a creer que la mentira, el odio y la venganza sean valores de la sociedad actual. Pero la proliferación de toda una industria que las postula como algo necesario, hacen que cualquiera sucumba a esas tentaciones en una comunidad que corre aburrida y confusa y que se aloja en la inmediatez como su hogar permanente.
Dispone la sociedad, desde siempre, del lenguaje como comunicación y sustento del aprendizaje. Las palabras construyen ideas y mueven decisiones. Entonces, es difícil aceptar como lógico, natural y justo, que las palabras postulen algo contrario a lo que se cree y persigue como útil y eficiente.
La mentira está más cerca de la debilidad de no buscar y no encontrar lo verdadero y refleja cansancio, pesimismo y fatalidad. Sin embargo, se utiliza mucho y ahora la industria digital quiere que la aceptemos como un bien eficaz para corregir la acción social.
En la conversación digital, muchos mienten a propósito para gestionar odio y motivar
venganza. Ese sería el retrato actual de todas las sociedades nacionales en el mundo global y viral, en una realidad auspiciada por una superestructura de hiperconectividad, en la cual se viraliza todo lo contrario a lo que, algún día, fue eficiente para entendernos, solidarizarnos y prohijar concordia.
Algo hay que hace que ahora la fácil interacción en las redes sociales, anónima, irresponsable y perversa se construya para que algunos manipulen al resto social.
No es novedad en la historia de la humanidad, que siempre hay quienes utilizan la audacia y el pensamiento para controlar a los demás, lo novedoso es la facilidad digital con la que ahora amenaza la integridad social, agrede la dignidad personal y multiplica todos los defectos humanos, a los que quiere que hoy rindamos tributo de acatamiento.
Cuántos generadores de contenido digital, influyentes y extensos, hacen su vida diseñando, emitiendo, retroalimentando mentiras que hacen de la reputación una masa irresponsable que solo responde al capricho del odio y la venganza.
Las redes sociales son una vía para expresar sentimientos, éxitos y fracasos, abundancia y escasez, que al concurrir todos a la vez forjan valentía para construir diálogo, entendimiento y solidaridad, pero también, con mayor incidencia, fundan irresponsabilidad y complicidad.
Cuántas mentiras hemos leído y, sin meditarlo, aceptado. Con cuántas críticas hemos celebrado el daño ajeno sin pensar que puede ser contra uno mismo. En la risa, en el compartir los contenidos sucios, muchos hemos contribuido a su éxito.
“No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre”, decía mi abuelo, un pueblerino, bohemio y feliz, que siempre habló con la verdad de su vida sencilla y limitada, pero crítica y mordaz también.
Necesitamos construir una resiliencia atípica a los fenómenos artificialmente inducidos con mentiras, odios y venganzas. Aceptar la oferta, sin oponer resistencia, sería traición. Tenemos que ser diferentes a quienes nos hacen daño, no repetir sus mentiras, no ingerir su odio, no practicar su venganzas. No navegar en sus incapacidades, sus frustraciones y sus imposibilidades.
Que cada uno pague, con sus propios recursos, lo que la vida le cobre.
No mentir, no robar, no traicionar, y yo agregaría no odiar, no vengar… Así sería más eficiente el eje transversal para construir el segundo piso, ese segundo piso muy de moda hoy, en este país mágico, que por momentos todo engulle, todo deglute, todo defeca.