Se ha iniciado ya la nueva historia de México. Su diferencia principal contra la antigua historia es, por supuesto, el liderazgo de las mujeres.
Desde hace un año, quienes vivimos en México comenzamos a entender la necesidad de abrir un espacio formal a las mujeres en el proceso de construcción de las decisiones que tienen que ver con el interés público, pero que, también, impactan la conducta individual de cada uno de los mexicanos y mexicanas.
Claudia Sheinbaum inició la tarea de buscar el reconocimiento de todos a la necesidad socialmente eficiente de que, por primera vez, una mujer dirigiera todo el esfuerzo nacional.
En medio de las tradicionales incomprensibles masculinas, en medio de las también abundantes envidias y desconfianzas femeninas, el proyecto de Andrés Manuel de promover a una mujer para Presidenta de la República se fue abriendo paso a controversias, debates y también pleitos acerca de la conveniencia y de la posibilidad de que la sociedad mexicana estuviera, o no, preparada para tal decisión.
Otros partidos, ubicados en la oposición al gobierno actual, iniciaron sus análisis internos y concluyeron también en la posibilidad de ese objetivo nacional.
Todos iniciamos juntos un recorrido por las condiciones y las ideas. Todos incluimos el tema en la conversación diaria. Todos entendimos y al final aceptamos que sea una mujer quien dirija a la nación entera.
Al margen de las condiciones legales, cuya trayectoria se había abierto paso en las decisiones y en las conveniencias, y había venido ganando el debate en toda la esfera pública, la equidad de género, como principio legal, ganó espacio propio y derecho consumado.
Pero el que una mujer dirija al país como Presidenta de la República consolida, además, el principio de alternancia de género en esa posición. La equidad de género en la actividad política es ahora una decisión políticamente viable, más allá de los aspectos forzosos de la ley. Aquí comienza la nueva historia.
Estamos convencidos de la inteligencia, la solidaridad y la capacidad política de nuestras mujeres. A ellas entregamos el mando nacional en la mayoría de sus expresiones en el gobierno, en sus tres niveles y en la representación popular, federal y local.
Lo que decidiremos el 2 de junio va en ese sentido histórico.
Es también una revolución pacíficamente integrada que será una de las más grandes experiencias en el proceso de transformación nacional. No habitará en la hegemonía de género, coexistirá con toda la sociedad en un proceso de reflexión profunda, honesta y comprometida, fuera de la tradición de quienes son mejores, porque uno de los requisitos de esta nueva historia es la igualdad y colaboración, esa es nuestra gran apuesta.
Haremos una historia diferente, su eficiencia social estará fincada en la indispensable equidad de oportunidades, porque no se supone que el principio político eficiente sea el de comprobar superioridades. La nueva historia mexicana nos llama a otro ejercicio de participación, vital y entusiasta.
No desperdiciemos la oportunidad. Ninguno aporta si se excluye. Ninguno ayuda si no comprende este nuevo capítulo. El orden político que se consideró durante miles de años como natural y normal ha cambiado.
La nueva naturaleza del poder político, de la armonía inteligente para construir decisiones políticas se finca ahora en una nueva naturaleza del poder público, que tiene, dijera el poeta, rostro de mujer, pero tendrá la inteligencia y fortaleza de todos.
Ya tenemos Presidenta de la República y el país cambiará. Que cambie, pero con todos, sin excusas ni pretextos.