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martes, julio 2, 2024

Entre la lealtad y la eficiencia

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No todo lo que piensan los políticos es pertinente con la realidad nacional. No todo lo que hacen será socialmente eficiente.

Por eso, en esta segunda etapa, seguir al pie de la letra el ideario, el plan y los programas de la 4T, sin adecuarlo a las realidades sociales emergentes, coloca a todos lo que gobiernen en una paradoja que puede ser extremadamente peligrosa para todos los que aquí vivimos.

Andrés Manuel también, lo hemos comprobado, ha sabido adaptar sus objetivos nacionales a la cambiante realidad social nacional y mundial.

Su aprendizaje también es valor agregado como metodología.

En los políticos la práctica honesta de los valores sociales es una condición ineludible.

Los valores, también es cierto, no admiten medias tintas ni medias verdades.

Frente al líder, se es leal o no. Frente al Programa también, pero esas lealtades hay que matizarlas con la lealtad al Pueblo, su inteligencia es la primera fuente de sabiduría política.

De ahí la preocupación para este segundo piso de la Cuarta Transformación Nacional.

Ninguno duda la legalidad de los recientemente elegidos, pero todos debemos dudar de su eficiencia con la sociedad entera, hasta comprobarla. Este es su costo de oportunidad. También lo es para toda la sociedad nacional.

Y esta duda no puede ser un problema de lealtad a la 4T, tiene que ser uno de eficiencia social.

Gobernar no implica seguir un recetario previamente establecido, aun cuando haya demostrado su utilidad social.

Este fue uno de los principales errores de la izquierda romántica de la segunda mitad del siglo pasado, cuando pretendieron encontrar en los discursos y escritos de don Vicente Lombardo Toledano la verdad razonada, que por lealtad confiaban como verdad revelada.

Desgraciadamente don Vicente no tuvo el tiempo o la necesidad de escribir de todos y cada uno de los asuntos de interés público, y también no tuvo la suerte de tener herederos formales, enriquecedores de su pensamiento. Sus seguidores lo veneraron al grado de convertirlo en mesías de la emancipación mexicana y latinoamericana.

Le prendieron todas las veladoras, lo revisaron hasta el agotamiento y en ese ejercicio hicieron obsoleto su pensamiento. Ahora, las ideas y las intenciones de don Vicente están archivadas en el cajón del olvido.

No debe pasar lo mismo con don Andrés Manuel.

Ni santo, ni demonio. Simplemente un humano al que, confiamos, apreciamos su inteligente intención de emancipación de las clases pobres y marginadas y a quien elevar a los altares de la devoción sería ofenderlo.

Los nuevos dirigentes nacionales necesitan imponerse como medida cautelar de la lealtad, expresarla en obediencia plena, que de entrada, los aleje del conocimiento del sentir de la sociedad nacional, cuya única regla, conocida o no, es el cambio, la desesperación y de repente odios y rencores, que solo esperan una espada valiente para expresarse en todo su contenido reprimido.

La lealtad no debe ser sumisión, ha dicho Juan Ramón de la Fuente, uno de los principales activos de esta segunda etapa. Y dice bien.

La primera Presidenta de la República debe tener bien presente esta reflexión. Su lealtad debe ser para todos los que la eligieron y ahí, las ideas y programas de don Andrés Manuel son guía metodológica a la que se debe enriquecer con los actos del nuevo gobierno. Don Andrés Manuel es un líder nacional al que hay que apreciar su valor central, el Humanismo, que sugiere al nuevo gobierno, un humanismo como norma ética de la política nacional y se enriquezca, como práctica política, al escuchar y compartir con todos.

La definición de la Presidenta, y de su gobierno, tiene su gran oportunidad histórica, está entre la lealtad y la eficiencia social.

La segunda etapa de la 4T requiere profundización en las definiciones gubernamentales y transformación en muchas instituciones nacionales, que se esperan no sean negligentes.

La 4T, es cierto, implica más cambios, yo entiendo, algunos indispensables, porque creo que como sustento de transformación, “Primero los Pobres” es una línea fundamental. Pero todos esperamos que ese objetivo no se refugie, ni se confunda, con los dictados de una idea central, inamovible, en sus maneras de lograrlo.

Si eso pasa, y para muchos es el gran riesgo del próximo gobierno, la lealtad a ciegas, nos llevaría a la sumisión y esta no es condición de la libertad por la que luchan todos, izquierdas, derechas, y no definidos ideológicamente.

No sería justo convivir solo con la devoción al programa, porque la devoción es antítesis de transformación, termina siendo conservadora y eso no es lo que deseamos.

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