En un solo día, el equipo de Eduardo Rivera Pérez demostró su flaca consistencia para ir a la pelea y que están a un paso de la fractura.
El primero en demostrarlo fue el velador más caro del Ayuntamiento de Puebla, Adán Domínguez Sánchez, al utilizar un acto oficial de gobierno para abordar temas de índole partidista, en los que tiene un interés especial al ser perfilado por su socio comercial como el próximo dirigente estatal del PAN.
¿Qué hizo? El muy cara dura aprovechó su posición para criticar agriamente a su compañera de partido Mónica Rodríguez Della Vecchia, presidenta Comisión de la Familia y la Niñez del Congreso del estado, quien no ha tenido temor en señalar como responsables de la derrota del 2 de junio a la dirigencia estatal del PAN, encabezada por Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández, y al candidato perdedor a la gubernatura.
Una vez más, Adán Domínguez demostró su minúsculo tamaño como político al impulsar la andanada hacia los críticos de su socio comercial, pero justamente esas son las acciones que le encantan a Eduardo Rivera, a las que califica como muestras de lealtad.
El alcalde suplente tiene un interés particular en los conflictos que se viven en Acción Nacional debido a que es la verdadera carta de su antecesor para que arribe al CDE panista. De esa forma, Rivera Pérez tiene un fiel emisario que lo defenderá de todos los ataques que se lancen respecto a sus cuentas públicas.
Esta desaseada intervención de Adán Domínguez solo enturbia el proceso interno panista y confirma que no habrá cambio en la política sectarista impuesta por el Yunque y que llevó al partido a la peor crisis que ha tenido en las últimas dos décadas y media.
A las pocas horas del exabrupto del edil suplente, Marcos Castro Martínez, el otro empleado del exedil en el Comité Directivo Estatal del PAN, evidenció que no está nada contento de ser marginado en la sucesión del partido y si es necesario presionar para ser escuchado, entonces, no tendrá objeción en hacerlo.
Ayer, por ejemplo, salió a descomponer toda la estrategia de Rivera Pérez sobre la sucesión en el partido, al afirmar que el revelo debe ser a través de una consulta a la militancia, un método al que su jefe se opone con uñas y dientes porque sabe que no podrá controlar a la maquinaria azul que, entre otras muchas cosas, lo ve como el auténtico responsable de la masacre electoral.
Se entiende que, al sugerir la elección a través de la militancia, Marcos Castro cuenta con los números para la operación. Y puede que así sea, debido a que durante tres años fue el responsable de hacer cuanta porquería fuera necesaria en el partido para imponer a incondicionales en los comités municipales y diferentes órganos de gobierno.
El protagonismo del sujeto llegó a tal extremo que desde que tomó protesta como secretario general inició una guerra intestina contra Augusta Díaz de Rivera. Esta confrontación llevó al PAN a vivir una crisis de gobernabilidad que se vio reflejada en la incapacidad de la estructura panista para siquiera cubrir un poco más de la mitad de las casillas instaladas.
Ya no se diga de la movilización. Todavía siguen apareciendo denuncias porque el dinero que se debió repartir a los operadores sencillamente nunca llegó, y lo poco que cayó fue lo que mandó el Comité Ejecutivo Nacional. Esa bolsa fue la que se utilizó para justificar los recursos repartidos, pero se suponía que había por lo menos otra fuente de financiamiento adicional de la que nunca se supo a dónde fue a parar.
La realidad es que Marcos Castro siempre fue la ficha de Eduardo Rivera para la dirigencia estatal del PAN, pero tuvieron que subir a Augusta Valentina para cumplir con el requisito de género.
Otro dato que no debe perderse de vista es que fue la propia dirigente estatal la responsable de adelantar los tiempos de la sucesión. En su guerra a muerte con Castro Martínez, utilizó la jornada en la que se reconoció la derrota para destapar a Eduardo Rivera, con la finalidad de cerrarle el paso a su odiado enemigo en la secretaria general.
Fue por eso que ayer Marco Castro también calificó como “una equivocación” las ansias de Díaz de Rivera por adelantar el proceso.
Así pues, en 24 horas, Eduardo Rivera pudo comprobar que su equipo sigue siendo igual de pequeño, pero con una diferencia: La fractura en su interior se asoma.