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viernes, abril 19, 2024

La Pluma Fuente de un Rey o las Nimiedades del Poder

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“Casi todos podemos soportar la adversidad,

 pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder”

                                                               Abraham Lincoln

 

Alguna vez escuché esta estupenda frase: “La grandeza de un ser humano, se conoce por las cosas que le hacen enojar”.

No es nada fácil tenerla siempre en cuenta. Se requiere de paciencia y de una conciencia despierta para forjar un carácter sensato, prudente, serio y fuerte.

Un carácter fuerte no es lo mismo que encabronarse por todo.

“La mayoría de la gente dice que es el intelecto lo que hace a una gran persona. Se equivocan: Es el carácter”.  Albert Einstein.

Elizabeth II del Reino Unido llegó al trono de manera totalmente circunstancial, cuando su tío Eduardo VIII, prefirió el amor de una divorciada en lugar del trono.

Siendo ya su progenitor Jorge VI monarca del Reino, la princesa Elizabeth convenció a sus padres que la dejaran ayudar a su país, durante la 2ª Guerra Mundial. Por supuesto, no fue enviada al frente. Pero aprendió mecánica. Ayudaba a reparar vehículos militares y logró, con su ejemplo que muchas mujeres se involucraran de manera comprometida en apoyar a su nación.

La reina forjó su carácter ante situaciones complicadas y complejas. Fue como el pegamento, o la levadura de un pastel en un reino que tuvo que vérselas con una sociedad y una economía devastada por la guerra. Y aunque su papel no era de mucha acción en el manejo del gobierno, siempre cumplió de manera comprometida, con las tareas que tenía a su cargo.

Jamás se le vio haciéndole caras a alguien. Figura indiscutible del flemático carácter inglés, fue cuestionada fuertemente durante la muerte de quien fuera su nuera, Lady Diana Spencer.

Su pueblo quería que mostrase algún tipo de sentimiento ante la pérdida de una figura adorada no solo por sus súbditos, sino por el mundo entero. Lo entendió en su momento.

No soy partidario de cómo se han manejado las monarquías desde hace mucho tiempo. Dado que la nobleza se adquiría por acciones, comportamientos y hechos. No por herencia.

Creo que la meritocracia debería estar en el centro de nuestro desarrollo humano. Por supuesto, asumiendo las responsabilidades que eso conlleva. A mejores talentos, mayores los compromisos y obligaciones ante la sociedad.

Sin embargo, debo de reconocer que Elizabeth II fue una persona que logró trascender porque entendió su lugar. Fue una mujer que supo contener. Jugó su papel con decencia y elegancia.

La siguiente anécdota me fue contada por Melissa Álvarez, directora de ICON Group y consultora en Imagen Pública, durante un curso que tomé con ella de comunicación organizacional, imagen política y protocolo.

Ilustra perfectamente la gran categoría y fina educación de quien fuera hasta hace poco la soberana del Reino Unido.

Corría el año de 1975. Luis Echeverría Álvarez era el presidente de México y visitaba oficialmente Inglaterra. Durante la cena ofrecida en su honor por la monarca, se sirvió un platillo, seguramente un hors d’ouvre, donde fue necesario utilizar las manos. (Mariscos, unas manos de cangrejo, tal vez; no tengo el dato exacto).

Antes de continuar con el banquete, fue puesto frente a los comensales un aguamanil. También conocido como enjuaga dedos. En francés rince-doigt o en inglés finger bowl.

Normalmente servido con agua tibia, una rodaja de limón o pétalos de rosa, este pequeño recipiente sirve para enjuagarse los dedos. Echeverría, al no tener idea de lo que era… ¡se bebió el agua del pequeño tazón!

Seguramente pensó: “Estos ingleses y sus raras costumbres”.

¿Qué hizo la anfitriona? La reina Isabel, para no dejar en ridículo y exhibir a su invitado de honor, se bebió el agua de su propio finger bowl. Cosa que imitaron a su vez, todos los comensales.

A eso se le llama tener clase y categoría.

El día que Carlos III, firmó el documento que lo iba a nombrar rey, tuvo dos berrinchudos desplantes. Algo que nunca se le vio hacer a su madre.

Con cara de “fuchi” y una actitud totalmente displicente y prepotente, le pidió al huissier, quien le asistía, que le retirara el soporte de la pluma. Le estorbaba para firmar.

Poco después, maldijo porque se equivocó al escribir la fecha y la pluma fuente con la que estaba firmando, le manchó los dedos. Camilla Parker tuvo que salir a su rescate.

No fue la mejor manera de iniciar un reinado. Es muy poco tiempo para hacer una evaluación. Pero ojalá haya heredado algo de la esencia y valía de su madre.

Mientras tanto, casi al mismo tiempo, fuimos testigos en nuestro país, de una de las actitudes con menos clase política que me haya tocado ver.

No soy experto en protocolo. Entre franceses, lecturas y uno que otro curso, algo debo de haber aprendido. Al final, lo que ayuda mucho… muchísimo, es el sentido común.

Que una oficial del ejército retire de la comitiva a los representantes del Poder Legislativo, Santiago Creel, presidente de la Cámara de Senadores y Alejandro Armenta, del Senado, exhibió una falta de categoría total de la o las personas responsables del protocolo en el evento pasado.

Si hubo un error y solamente los secretarios de Marina y de la Defensa Nacional eran los que tenían que acompañar al titular del Poder Ejecutivo, debieron de haberlo asumido y buscar solventarlo de una manera menos obvia y más digna.

Hay que ser muchísimo más cuidadosos de las formas políticas y del propio protocolo. Alguien debe poner atención. Nadie está obligado a saber todo. Pero la persona encargada de las políticas protocolarias debe de supervisar cada acto.

No puedes instruirle a una oficial de rango medio, que se encargue de conminar a los líderes de las Cámaras, a que abandonen la comitiva.

México es un país que merece estar a la altura. No solo protocolariamente hablando. En muchos otros menesteres.

No eran Juan y Paco de los Palotes los que acompañaban al Presidente.

En fin, en todos lados se cuecen habas, diría mi abuela.

Lo que no se vale es despreciar e ignorar las altas tareas de gobierno. Las razones de Estado son mucho más importantes que las nimiedades a las que se enfrentan los hombres y mujeres en el poder.

Y si no tienen la paciencia, la capacidad y el carácter, que se hagan a un lado.

¡Qué Dios salve a la Reina y se acuerde de México!

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