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sábado, noviembre 23, 2024

Ya no quiero ser Valeria Luiselli

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Hace algunos años una colega me invitó a la UAEM de ciudad Nezahualcóyotl a dar una serie de recitales poéticos. Cuando llegué al campus me enteré de que estaba construido sobre un terreno que había sido un relleno sanitario. Durante la mañana del primer día –yo participaría en dos–, se inauguró la semana de la lectura y debía hacer el conjuro iniciático.

Engallada, hablé acerca de las palabras, de que cada poeta las trata como puede, en algún momento Octavio Paz las invitaba a que chillaran como putas, mientras que, para Nicanor Parra, en el deletreo del Hombre imaginario volvían a brotar las buenas olas, con ellas las palabras y con las palabras la vida.

Creí que vendría un auditorio para pasar a las siguientes charlas, pero lo que me esperaba era un patio abierto y dar mi conferencia a grito pelado. Y así fueron seis sesiones en el primer día. En el rayo de sol grité poemas de Rubén Bonifaz Nuño, conté la anécdota en la que una periodista le pregunta cómo le gustaría ser recordado, a lo que el poeta espetó: “Que no fui bueno para los golpes, pero nunca me rajé”.

Imaginé que era un foro griego, traté de ser amena y poeta, de comunicar aquello que en días de tardes de cielos encapotados me había sido revelado: la esperanza en la poesía, en que golpe a golpe, verso a verso la vida también puede ser librada.

Había algunas personas que pasaban, se quedaban, otras salían a montones, en momentos la audiencia se agotaba y me quedaba hablando sola, me prometí no detenerme así pareciera loca, y mientras todo ocurría pensaba insistentemente en el verso de Bonifaz, “Para los que quieren mover el mundo con su corazón solitario”… valía la pena arder, leer poesía, ser como Doña Quijote en un lugar donde nadie me escuchaba. En un descanso descubrí un tendedero de poesía y me animó el corazón un poema de Aníbal Niño:

 

Ayer por primera vez

supe lo que era la aritmética

cuando, sin que nadie se diera cuenta,
me besaste en los labios.
Ayer por primera vez
supe que 1 más 1 son 1.

 

Salí agotada rumbo a Toluca, donde me estaba hospedando. Recuerdo haber llorado mientras anochecía en la carretera, maldije mi suerte, mis sueños guajiros, la metáfora del auto engaño. Vi real el fracaso de Sísifo queriendo engañar a los dioses, que la vida es sueño y los sueños, sueños son.

Pensé y envidié a Carmen Boullosa y Valeria Luiselli, creí que para allá iba, a los auditorios de Berlín y NY, a hablar del Margen, de lo mexicano y la polifonía del yo lírico que danza con todos los mundos posibles. ¡Oh tonta que fui!, diría Bibi Gaytán. Ingrata y ciega desprecié mis propios pasos que me habían llevado a un ex vertedero de Neza York.

Al día siguiente tenía que presentarme a las 8:00 para la clausura, y de ahí mi regreso a Puebla. Durante el viaje fue amaneciendo, los colores dorados de julio, las frondas y el destino de luz. A lo lejos, pude ver una monumental estatua del poeta Nezahualcóyotl con la mano derecha levantando una antorcha, misma que era iluminada y enhiesta por el fulgor naciente. La antorcha tenía ese fuego del rey Sol. Así me sacudía y me saludaba el príncipe poeta y entonces, conmovida y redimida, bendije la bienvenida a su reino, bendije los pasos que me habían llevado a ese camino, bendije la misión y bendije la vida. En alguna coordenada estelar poder gritar poesía ya era el milagro, aún si el cuarto está vacío.

Era verdad aquello que Bonifaz había escrito: “Haber perdido lo que no se tuvo nunca, ya es ganancia de quién se jugó cuanto quería”.

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