“¿Yo no sé dónde quedó todo ese dinero?”.
La frase del gobernador Miguel Barbosa Huerta apareció tras casi una hora de discurso salpicado de inversiones públicas multimillonarias en salud, el campo y seguridad que nunca se habían realizado en Puebla.
La pregunta es totalmente válida cuando se escucha que con inteligencia se ha logrado administrar el dinero público para que alcance para todo lo posible, incluida una pandemia que puso de rodillas a todos los gobiernos del mundo.
Hoy sabemos que la modernidad que los morenogalistas nos vendieron durante casi 10 años era un espejismo, que la administración estatal pendía sobre hilos y que el estado terminó endeudado hasta el cuello en el afán para construir la imagen de un gobierno exitoso en todo el país.
Y aunque Miguel Barbosa no lo dice, los poblanos sabemos dónde quedaron los millonarios recursos: en los bolsillos de los morenogalistas y en el proyecto presidencial de Rafael Moreno Valle Rosas.
En retrospectiva, tener un gallo a la presidencia de la República nos salió muy caro a los poblanos.
Algo así como 30 años de pagar millones de pesos a privados por obras mal planeadas técnica y financieramente.
Y es justo ahí cuando queda claro lo que ha estado haciendo Miguel Barbosa todo este tiempo que ha sido gobernador.
En seguridad: romper con las mafias del crimen con las autoridades e invertir miles de millones.
En el campo: alentar a los productores, potenciar la exportación y el consumo interno.
En salud: hacer frente a la pandemia y a la gigantesca demanda de inversiones para salvar vidas. La lucha, alguna vez lo reveló, ha sido en solitario, con recursos propios, sin pedir un peso prestado y el abandono de la Federación.
Pero cuando toca el tema de la lucha anticorrupción se desgrana la clave de su gobierno: austeridad, férreo control de la finanzas, inversión con una fuerte carga de justicia social, tener los tamaños para ponerte al tú por tú con los criminales que crecieron al amparo e indiferencia de las autoridades; el refinanciamiento de los pasivos y la búsqueda de castigo para quienes cometieron el latrocinio más grave de la historia reciente de la entidad poblana.
No es una lucha de buenos contra malos como se pretenden hacer creer quienes ahora sudan frío porque su pellejo está en riesgo.
Es una lucha de Estado de derecho versus la impunidad, los cotos de poder, los intocables, los funcionarios multimillonarios que sentían con fuero casi divino.
Y eso había que aderezarlo con una gestión eficaz que permitiera extender la cobija para que alcance para todo.
Por eso toma mucho sentido cuando Barbosa Huerta sostiene que no hay perseguidos políticos en su gestión.
Sí, no los hay. Lo que tenemos son exfuncionarios de dudosa solvencia moral y ética que están siendo investigados ante la cascada de irregularidades encontradas por el primer gobierno de izquierda en Puebla.
(Todos sabemos que ese cúmulo desencadenó en aquella frase emblemática del mandatario estatal: “¿Pues qué se sintieron estos cabrones?”).
Barbosa habló desde la tribuna legislativa y su discurso político fue una gran reflexión sobre dónde estamos, lo que heredó, lo que se está corrigiendo y todo lo que hubo que hacer frente con una administración hecha pedazos y una contingencia sanitaria que derivó en una crisis humanitaria.
No se es obsequioso u oficialista cuando se reconoce que la lucha de Barbosa ha sido más que titánica. (Me preguntó qué hubieran hecho los morenogalistas ante la pandemia. Seguramente callarían a todos los medios de comunicación y taparían la realidad de los hospitales que dijeron construir: sin personal, medicinas, equipamiento. Lo peor: ¿habrían tenido la sensibilidad para salvar vida en lugar de salvar negocios?).
Al escuchar Miguel Barbosa no se puede eludir la pregunta clave que lanzó ayer frente a los 41 diputados locales en la entrega de su tercer informe de gobierno: “¿Yo no sé dónde se quedó todo ese dinero?”.
La respuesta la sabemos: en un maldito proyecto presidencial que ni se concretó y nos dejó encuerados en medio de la más cruda nevada.