Piotr Kielanowski*
A 10.000 kilómetros de México está Polonia. A pesar de tal distancia, se puede decir que son países hermanos. No sé por qué es así, pero tengo dos explicaciones para este hecho. Una, nos entendemos muy bien porque México y Polonia tienen un gran vecino dominante en sus fronteras y por esa razón nuestra forma de vida y pensamientos son similares. La otra explicación es un poco humorística, basada en un chiste que escuché una vez. No recuerdo si era sobre Polonia o México, pero decía que las cosas importantes en Polonia/México pueden ocurrir de forma milagrosa, o de forma normal. La forma milagrosa es cuando los polacos/mexicanos se organizan bien y hacen lo correcto. Y lo normal es que la Virgen ayude a conseguir el objetivo.
México y Polonia se acercaron durante la Segunda Guerra Mundial. Polonia, invadida por la Alemania nazi y la Unión Soviética en 1939, fue ocupada por estas dos potencias. En las tierras polacas los ciudadanos fueron objeto de persecución por parte de los ejércitos ocupantes. Los alemanes exterminaron a los ciudadanos polacos en campos de concentración y establecieron ghettos para los ciudadanos judíos. La Unión Soviética llevó a cabo una política de “limpieza’’ de ciudadanos polacos en los territorios ocupados y organizó la deportación a Siberia de familias enteras, adultos, ancianos y niños. Alrededor de un millón de polacos fueron deportados de esta manera; permanecieron en Siberia en condiciones muy difíciles, con hambre y frío. En 1941, Alemania entró en guerra con la Unión Soviética. Las autoridades soviéticas y Stalin permitieron la salida de los deportados. No todos lograron salir, pero muchas familias lo consiguieron. Los hombres se alistaron en el ejército y las familias tuvieron que buscar un nuevo lugar para sobrevivir. La mayoría de los polacos fueron enviados a países del Imperio Británico, en Asia y en África. La única nación fuera del imperio que acogió a los polacos fue México, adonde vino el primer ministro polaco en el exilio, Władyslaw Sikorski, en 1942. Con el presidente Manuel Ávila Camacho acordaron que México acogería a unos 5.000 ciudadanos polacos. Al final, arribaron alrededor de 1.500 polacos, entre ellos 800 niños. Estas personas fueron ubicadas en la hacienda de Santa Rosa, cerca de León, Guanajuato. El viaje para ellos fue arduo, pues el itinerario debía de pasar por Nueva Zelanda, India o Estados Unidos.
A pesar de la distancia geográfica, polacos y mexicanos se hallan más cerca de lo que se piensa. Un documental en homenaje a Pleblañski nos muestra la admiración que miembros de la Academia de Ciencias de Polonia profesaban por el notable físico matemático radicado en México. Tanto en la capital, Varsovia, como en la bella ciudad cultural, Cracovia, se le admiró por su enorme talento. “¡Dichoso México que pudo disfrutar de su sabiduría, pobre Polonia que lo perdió gracias a la bota comunista!”, afirmaban quienes conocieron su obra.
El intérprete del Primer Ministro polaco durante su estancia en México fue Henryk Szeryng, violinista y políglota. Szeryng impresionó tanto al presidente Manuel Ávila Camacho que le ofreció vivir de manera permanente en este país. Szeryng aceptó la oferta y, a partir de 1943, participó en la vida cultural. Se nacionalizó mexicano ese mismo año, ofreció conciertos, además de ser profesor en la UNAM hasta 1956, cuando fue nombrado embajador cultural itinerante de buena voluntad. Desde 1970 fungió como consejero musical honorario de la Representación Permanente de México ante la UNESCO, convirtiéndose en el primer artista que viajó con pasaporte diplomático.
México también fue un país muy importante para el Papa polaco, Juan Pablo II. Fue el primer país al que peregrinó en 1979, y posteriormente lo visitó en cuatro ocasiones más. El culto a la Virgen de Guadalupe significó una parte importante de la estrecha relación de Juan Pablo II con México y, sin duda, acercó espiritualmente a la sociedad mexicana al Papa. La plena aceptación de la cultura nacional por parte del pontífice fue evidente durante sus peregrinaciones.
Hacia 1960 las autoridades mexicanas, por iniciativa de los profesores y las autoridades del Politécnico, decidieron ampliar la oferta educativa a fin de incluir estudios de posgrado. Esta tarea fue encomendada al conocido profesor de fisiología, Arturo Rosenblueth Stearns, pilar de las neurociencias en Harvard. El principal problema de estas intenciones era encontrar personas de alto nivel científico para dirigir dichos estudios.
En 1961 se creó el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (Cinvestav), que en un inicio contaba con cinco departamentos. El profesor Jerzy Plebañski, de Polonia, fue invitado a organizar el departamento de física. Plebañski era un estrecho colaborador del eminente físico polaco, Leopold Infeld, quien a su vez trabajó de forma intensa con Albert Einstein. En 1961 Plebañski tenía 33 años de edad, pero ya había conseguido logros muy importantes en la teoría general de la relatividad. Gracias a la presencia de Plebañski en el Cinvestav se estableció un grupo muy sólido de física matemática y teoría de la relatividad general. Sin embargo, el desarrollo del departamento de física no terminó ahí. Gracias a la actividad e iniciativa de notables físicos mexicanos como Feliciano Sánchez Sinencio, Augusto García, Arnulfo Zepeda, Miguel Ángel Pérez Angón, se crearon otras líneas de investigación. Gracias a ello el departamento de física del Cinvestav es hoy un importante centro científico a nivel mundial. Otro físico polaco que gracias a Plebañski trabajó en el Cinvestav fue Bogdan Mielnik, ilustre especialista de los fundamentos que sostienen la mecánica cuántica y la física matemática. Mielnik formó a muchos destacados jóvenes físicos mexicanos.
Vemos lo fácil que resulta la colaboración entre mexicanos y polacos. De hecho, uno de mis estudiantes se encuentra trabajando en su doctorado en la Universidad de Varsovia. Está muy contento. Los polacos se sienten bien en México y los mexicanos, de igual manera, en Polonia.