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Puebla
viernes, marzo 29, 2024

Sigilo 37

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Capítulo 37

La caída de las dos aves azules

 

Dejando en la cafetería el capuchino y la pañalera de la niña corrí para alcanzar a Maribel en la tienda. Entré como loca. No tardé en verlas. Estaban frente a una hilera de imágenes marianas de gran tamaño, la mayoría de resina, aunque algunas me parecieron de marmolina o madera. Mi incómoda amiga parloteaba con la bebé en un idioma rarísimo al cual la pequeña parecía responder. La mujer parecía revisar una figura de la Virgen del Rosario.

Amaris dejó de escuchar lo que le decía Maribel y comenzó a revolverse en sus brazos, inquieta. Al verme cerca me tendió las manitas. Sin siquiera avisar, tomé a la niña, que seguía mirándome con fijeza. Por sus movimientos entendí que quería ir al pasillo inmediato donde se erguía, sobre un pedestal de exhibición, una figura de tamaño grande de San Miguel Arcángel. Su entusiasmo por la imagen me conmovió y me hizo sonreír. Le pregunté si le gustaba, y ella, por toda respuesta, volvió a tender las manos para tocarlo. Fue entonces que se me ocurrió la idea: ése sería un regalo singular para Antonio, quien no tenía ninguna representación del arcángel. Cuando me encaminaba a la caja, le brillaron los ojitos a Amaris que aplaudía complacida con el chupón en la boca.

Maribel se acercó para decirme:

–Bonito obsequio, debes saber que el arcángel es el santo patrono de la ciudad de Puebla.

Su pedantería de guía de turistas me cayó gorda. Enojada, no me quedó otra sino recordarle que yo tenía una maestría en Historia del Arte.

–La segunda fundación de Puebla se dio precisamente el día de San Miguel, el 29 de septiembre –agregué a mi recordatorio–. Puedes verlo, por cierto, en muchos espacios de la ciudad: la catedral, la arcada de Santo Domingo, el antiguo palacio episcopal, la capilla del Ochavo de Catedral. Y en las fachadas de casas y edificios.

Los ojos color miel de mi interlocutora adquirieron una tonalidad brillante, como si adentro de ellos se hubiera encendido la tramoya. Al principio pensé que era una reacción por responderle con la misma pedantería. Pero no, con su mismo tonito de
guía de turistas enronquecido por el secreto que iba a contar me dijo:

–Hay ángeles que son emisarios de luz, y hay otros que cuando toquen sus trompetas quedará herida la tercera parte del sol, la tercera parte de la luna, y la tercera parte de las estrellas. Unos y otros andan entre nosotros desde hace mucho, y también otro tipo de seres, porque hay portales abiertos por personas idiotas.

Ya me empezaba a desesperar con sus mensajes en clave, de los que poco entendía, o más bien no quería entender nada. De pronto mi vista cayó en una reproducción del polémico cuadro de un pintor sobrevalorado que así rindió homenaje a la gobernadora en funciones y su esposo, un cuadro que ciertos funcionarios oportunistas pusieron en exhibición tan solo a cuatro días de su trágica muerte: dos aves azules, heridas por las llamas, cayendo al vacío con las alas entrelazadas. Me pregunté por qué esa tienda de artículos religiosos tendría una reproducción del cuadro. Su acelerado proceso de elaboración y la discutible habilidad del artista habían generado un cuadro de pésima factura. No pude entonces sino recordar el momento en que supe la noticia de la caída del helicóptero de los difuntos políticos, al pie de la fuente de San Miguel. Se lo conté a Maribel y ella volvió a darme una respuesta hermética:

–No es casualidad que hayas visto la pintura en ese momento y en este lugar. Hay señales por todas partes –agregó.

Sacudiendo la cabeza, harta de los pseudonigromantes, le pregunté a la dependienta si era posible que me entregaran la enorme figura alada ese mismo día.

— Claro, señora, pero tiene un costo extra. ¿Es en departamento o casa?

—Casa. Aquí está la dirección. No me fallen. Es un regalo para mi esposo.-Remarqué la frase para dejar muy en claro que Antonio era mío nada más. Maribel solo se echó la rubia melena hacia atrás y se encaminó a la salida. Miré su esbelta figura, sus caderas moviéndose con una sutileza que siempre me pareció irreal. Su cuerpo parecía ser de aire, pero también, a veces adquiría una cualidad corporal densa, como si la invadiera el trópico y su sangre musitara cantos de pasión y de guerra.

Regresamos a pagar los cafés y a recoger la pañalera. Aproveché entonces para preguntarle por qué había llevado a la niña a la tienda y quién era la persona a la que se acercó al momento de entrar al establecimiento. Discutimos un poco, y finalmente me dijo:

–No entré ni me encontré con ninguna señora, menos con una muerta. Y si fui con la niña a la tienda fue porque ella insistía en que la llevara allá. Y tú estabas muy ocupada limpiándote el café que se te derramó en la ropa.

Su tono más tranquilo logró también tranquilizarme. Aunque después de eso me dijo algo que, pese a no creerlo del todo, logró preocuparme:

–Como enfermera te diría que podrías estar teniendo alucinaciones postparto. A veces esa etapa se prolonga por más de un año, aunque no lo crea mucha gente. Y genera depresión, miedos, ataques de pánico o alucinaciones, algunas tan vívidas como la que dices haber visto hace rato.

Ante esa probabilidad, me sentí confundida y hasta apenada con una chica que sólo pretendía ser atenta y servicial conmigo. Que incluso me había rescatado esa noche cuando me salvé misteriosamente de las fauces del lobo. Arrepentida, se me ocurrió ofrecerle trabajo en mi casa para cuidar a la beba y a mí misma.

Maribel resplandeció de alegría y me dijo inmediatamente que sí, que con gusto. Yo también me sentí alegre unos instantes. Pero después recordé que los vampiros y los demonios sólo invaden tu casa y tu vida si los invitas a entrar.

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