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sábado, abril 20, 2024

Alejandra Gómez Macchia. La amante poblana II

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Alejandra Gómez Macchia

CAPÍTULO DOS

Divorcity

Para el verano del 2005, Anais estaba infelizmente casada con un arquitecto que conoció 10 años atrás en la universidad.

La unión se dio en cuanto él regresó de cursar una maestría en Alemania y la boda fue, como todas las bodas poblanas de aquel entonces, en la capilla de Santa María Tonanzintla, y la onerosa recepción se dio en Las Bodegas del Molino.

Al festejo asistieron los amigos más allegados del novio: familias rancias de Puebla, pero también un corrillo de nuevos ricos que ya se estaban encumbrando gracias a lo que después se conocería como “el imperio de las factureras”.

Por la parte de Anais, sólo llegaron algunos parientes cercanos y un político de altos vuelos nacionales que traía de amante a una prima suya, exmiss de belleza de Xalapa. Anais no nació en Puebla; más bien llegó a estudiar a la Udlap diseño gráfico, pero como suele suceder, no tomó en serio la carrera y mejor se dedicó a disfrutar de la vida nocturna que ofrecía Cholula.

Anais es veracruzana, específicamente de Fortín de las flores.

Su breve vida conyugal oscilaba entre el aburrimiento y la comodidad. Tanto el marido como ella decidieron desde un principio esperar varios años antes de tener hijos. Anais no tenía la menor intención de amarrarse a la crianza y él, Fernando Amaro… a él lo que le interesaba era convertirse en el arquitecto de moda en la ciudad, cosa que consiguió por un lapso igual de breve que su matrimonio: hasta que el 26 de diciembre de ese 2005, una mano le arrancó la vida con tres balazos cuando iba entrando al estacionamiento del edificio de condominios en donde vivía.

Después de que la noticia recorriera como reguero de tinta por todas las casas y los restaurantes y los cafés de La Juárez, Huexotitla y la nueva área de Angelópolis; y una vez que la familia recibió durante dos días seguidos los pésames en los velatorios de Valle de los Ángeles, aquellos que vociferaban en secreto que la muerte de Fer había sido un tema pasional, dejaron los murmullos y empezaron a divulgarlo en voz alta.

El chismerío se desbordó, sobre todo, en el lugar en donde se daban las más jugosas infidelidades: el Sport City, rebautizado por los intrigantes y los directamente afectados como el “Divorcity”.

Cada tres o cuatro meses, desde que se volvió el punto de encuentro de los panzones que querían dejar atrás su pasado adiposo y de las señoras que anhelaban tener un trasero de calendario, del famoso club deportivo brotaban las historias más jugosas de cuernos y traición: mamitas rubias con instructores prietos, cougars encopetadas con los camaradas de sus hijos, maestras de zumba con vejetes de cartera robusta y compadres tránsfugas con las comadres mojigatas.

El patíbulo estaba instalado en los vestidores de ambos sexos, así, mientras las señoras se paseaban desnudas del jacuzzi a las regaderas, y de las regaderas a los lockers, sus lenguas viperinas agujereaban honras y desvelaban nombres cercanos.

En esa dinámica, no han faltado escenas absolutamente memorables: agarrones de greñas en los que se quedaban extensiones de pelo en las manos de la agraviada, cepillos voladores y un exquisito y nutrido repertorio de insultos entre “amigas” que, una vez descubiertas en la traición, dejaron de serlo.

Anais era asidua al Divorcity, pero al contrario de las otras señoras poblanas, ella iba sola. Nunca necesitó comparsa para llegar a ningún lugar, ni tampoco tomaba las clases a las que regularmente asistían las mamás jóvenes adictas a mantener Legionarios de Cristo. Ella legaba y se dirigía directamente a las pesas. Hacía su rutina, saludaba de pronto a alguna hipócrita que se le acercaba para indagar si “Fer”, su marido, ya le tenía listo el proyecto de su casa, y se retiraban dejando un olor a sudor Dior y tragándosela viva.

Con los hombres sí trababa más conversación, cosa que les ponía los pelos de punta a las demás señoras.

Durante los años previos a la muerte de Fernando, se murmuró que Anais tenía un romance con un exazteca de Udlap que de pronto se le acercaba para cargarle la pesa o modificarle la postura en las barras. Sin embargo, nunca se le pudo comprobar ese romance.

novela por entregas, capitulo 2, Divorcity

Anais no se bañaba en los vestidores del gym. Trataba de evitar a toda costa toparse con esa escena nauseabunda de prótesis erectas, por un lado, tetas caídas por el otro, y el chancleteo nervioso de quienes hacían del vapor un enorme y húmedo cesto de serpientes.

Como en todo club social, un escándalo nuevo cubría al anterior.

En el vestidor de caballeros no era tan distinta la cosa, sólo que ahí, en vez de acribillar a la adúltera del trimestre, más bien trataban de investigar todo sobre ella para dejárseles ir como perros de caza.

La muerte de Fernando estuvo rodeada de muchas especulaciones: la primera teoría fue, como ya se dijo, el resultado de un triángulo amoroso, ¡o más bien de un cuadrado!, pues Fernando también traía su movida en el despacho que lideraba: salía con la hija de un importante proveedor de mármol, esposa de un junior de familia textilera. Así que el escenario de un crimen pasional era muy probable desde ambos frentes: el textilero cornudo de su amante o bien, el supuesto quelite que traía Anais, sin embargo, las investigaciones del crimen se fueron enfriando cuando el fiscal que llevaba el caso se enteró que lo más probable es que el asesinato se haya dado por otras razones: Fernando se había hecho de una fama y una fortuna inmediata al ser el arquitecto consentido de los narcos que, a partir de ahí, comenzaron a anidar en Puebla.

El luto de Anais fue otro escándalo.

Las buenas consciencias esperaban que la joven esposa del arquitecto se retirara a sus habitaciones para llorarle años al difunto y ponerse el hábito de las hermanas clarisas; cosa que no ocurrió porque tenía que sacar rápido la cabeza y contratar un abogado agudo para que llevara a buen puerto la sucesión testamentaria, que como era de esperarse, se convirtió en un verdadero rosario de Amozoc.

Como esos juicios son un calvario de años, ante todo debido a lo inesperado de la baja, lo primero que pidió Anais a su abogado fue que evitara a toda costa que la familia de Fernando la sacara de su casa. Desde entonces odiaba el ambiente de Puebla, pero era preferible quedarse aquí, que regresar a Fortín a codearse con sus vecinas en el hotel Villa Florida y sus lirios felices.

El abogado resolvió el problema de la vivienda en dos patadas; los divorcios eran su especialidad. Por ese despacho habían pasado las mujeres más desposeídas que, en determinado momento, se querían librar de un marido pusilánime, codo o infiel.

La familia de Fernando afiló también las uñas… si Anais (que nunca terminó de ser de sus agrados) no le dio la gana tener hijos con su difunto hijo “para poder seguir en el desmadre”, decían, entonces que se diera de santos con que no la echaran del departamento en donde vivía.

Tres semanas después de enterrar a Fernando, Anais regresó al Divorcity sin que le importaran las miradas morbosas de los demás usuarios.

Fue recibida con un despliegue de hipocresía sin parangón: las mujeres la abordaban para sacarle el chisme y refrendarle su apoyo in-con-di-cio-nal, para luego voltearse y musitar: “vaya cinismo el de esta puta ”, mientras los hombres, un poco menos contaminados en sus criterios morales, se ponían a su órdenes pa-ra-lo-que-ne-ce-si-ta-ra, al mismo tiempo de tratar de controlar una súbita y rotunda erección.

Por esos mismos días, Anais comenzó con el viacrucis de la sucesión testamentaria. Su abogado era un hombre rudo y sin pelos en la lengua. Llegado el momento, le dijo: “A ver, yo voy a ser el cirujano en esta operación, pero como cirujano me tienes que decir todos los vicios y achaques que puedas tener. La familia de tu marido te va a querer dejar en cueros. Yo ya indagué y sabemos que Fernando tenía sus viejas aparte de ti y andaba en negocios medio chuecos.  Ahora bien, sé sincera (y disculpa la rudeza, pero así hablo yo): ¿Tú también te andabas cogiendo a otro cabrón?”.

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