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sábado, noviembre 23, 2024

Espectros de Calibán

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Mario Martell Contreras*

 

Calibán irrumpe en los momentos en que es necesario reescribir el mapa de las literaturas trasnacionales. Calibán aparece como hija de diversas herencias. A Calibán de Roberto Fernández Retamar la atraviesan rostros desfigurados por el materialismo histórico de la época. Corrían ese siglo de revoluciones contra el capital, y las utopías determinaban los proyectos políticos emancipatorios del continente.

Rostros reintegrados al mapa regional latinoamericano gracias a la crítica de José Carlos Mariátegui y de José María Arguedas. La ciudad letrada se traslada por el continente y se replica desde los confines de la Patagonia hasta las orillas del río Bravo. La metáfora de la Vorágine se funda en la fuerza de la naturaleza. La actividad de la naturaleza todo lo devora y como todo lo devora entonces nada escapa a su movimiento. Como apunta Carlos Jáuregui en Canibalia, el canibalismo es el tropo preferido por la Europa colonialista para imaginarse a la población de América. Es así el canibalismo el filtro construido por los relatos, deseos, fantasías y temores del Ego conquiro duselliano en un imperio globalizado. Para Antonio Negri en el mundo globalizado del capital el proletariado se ha diseminado, la política de las diferencias y la comunicación instantánea nos presentan la metáfora de la multitud. Ahí donde había proletarios, campesinos y obreros, hoy existe la masa amorfa de la multitud bajo el orden constituido del imperio.

La invención del buen salvaje pertenece al orden de las invenciones creadas para la producción del consenso. Aquel sector dominante procede para imponer en el imaginario esa tajante frontera entre la modernidad occidental y la periferia salvaje, bucólica, barroca, macondiana.

Jean Franco en su ensayo Una modernidad cruel nos recuerda una lectura sobre el rostro violento y desfigurado de esta modernidad, al que Franco liga con los genocidios que produjeron la guerra contra el comunismo, la adopción del neoliberalismo como sistema económico y el exterminio feminicida en América Latina.

Las visiones optimistas de la historia oscurecen los límites de la ideología del buen salvaje. Sin esa invención retórica-dominante no se podrían justificar los actos de barbarie de la colonización. Fue la narrativa civilizatoria de occidente la que sostuvo el exterminio de las poblaciones nativas y los bárbaros salvajes, figuras dominadas por el escudo del conquistador que se dispersan en literaturas orales y telúricas, documentos del archivo imperial.

Además, tampoco se podría justificar la dominación del Otro sobre las distintas periferias. El relámpago racionalista dejó una estela de pueblos dominados, así como la autoconciencia de una historia que se piensa a sí mismo en términos hegelianos.

El siglo de las luces fue otro capítulo de la dominación imperial sobre los territorios conquistados. La tierra abundante de América es la condición previa al despegue del capitalismo del siglo XIX. Mientras los pueblos conquistados buscaban su emancipación política de los antiguos centros metropolitanos se vaciaba en el interior del cíclope calibanesco el torbellino del capital. La historia americana del siglo XX parece la inversión de la Conquista. Mientras la revolución industrial ponía las bases para otras formas de colonialismo y expansionismo, los letrados latinoamericanos se reflejaban en los conflictos identitarios para construir una idea de nación.

Todos estos síntomas de un paraíso caníbal imaginado reflejaron los anhelos occidentales de recrear el edén en una América imaginada. Es el edén primigenio de donde la pareja primordial del Génesis fue expulsada.

Más aún, en las ciudades estadounidenses y canadienses irrumpen las poblaciones que sortearon los avatares de la migración. Es una cartografía humeante. La retórica nacionalista y latinoamericanista añoran que esta cartografía sea una sustancia. Sea el retrato de una retórica que establezca fronteras nacionales y culturales.

A esta lógica obedece Calibán de Fernández Retamar. Es una lógica reactiva inspirada en las consignas republicanas del siglo XIX, quedaban aún frescos los efectos de la Revolución cubana, en plena guerra fría. El pensamiento de las elites del continente transitaba entre las cordilleras telúricas de la poesía nerudiana y los sueños revolucionarios. Un universalismo emancipatorio en el desfiladero de la guerra fría. Efectos y resultados de esa pendiente por el mundo, hoy son más que conocidos, forman parte de la discusión permanente de este siglo.

El mapa global de Calibán pertenece en la crítica literaria a la construcción de un mapa global-local diseñado desde una periferia pensante, en respuesta a un largo proceso de emancipación y de autonomía del campo literario de Hispanoamérica.

Roberto Fernández Retamar nos heredó una hoja de ruta desde la cual encaminar una discusión para emancipar a la literatura latinoamericana y caribeña de los reflejos y los impulsos de las capitales literarias mundiales. Para Fernández Retamar, la literatura latinoamericana se debe pensar en un proceso delirante y carnavalesco para asumir los desafíos de la escritura.

Calibán es la figura antípoda de Ulises, pero al mismo tiempo mantiene la misma forma heroica. Tras la máscara del conquistado se concentra una corriente del lenguaje que desemboca en las preocupaciones estéticas de liberar al lenguaje de sus propios elementos constitutivos.

Nos encontramos en un empalme de tiempos.  Una de las características del talento barroco por el que Bolívar Echeverría abogaba era el cambio de paradigmas y la invención de una modernidad occidental en el continente. Estos tiempos que se intersectan y se mezclan nos impiden abarcar con el pensamiento una totalidad discursiva o un relato unificante. Nos hallamos frente a temporalidades enrevesadas y frente a lecturas que están en proceso de visibilizar acontecimientos y verdades que se habían dado por descontadas. La construcción de una perspectiva global es el mayor esfuerzo de cualquier lectura en su ejercicio de su nivel crítico.

Por más que la vivencia de Latinoamérica sea una vivencia rica en contradicciones, anclada en un pasado colonial y en las distintas rupturas liberales de las repúblicas decimonónicas, existe también ese clima festivo en la que la razón latinoamericana intenta también trascender las fronteras nacionales.

La heterogeneidad del continente fractura los relatos unitarios de una América global en la que existe un algo común y compartido universalmente. La reducción de lo múltiple a lo uno ha sido la tarea de los discursos críticos emancipatorios de escritores e intelectuales. Fernández Retamar tampoco renunció a esta tarea, que imaginó, era la tarea del intelectual del siglo pasado; unificar concepciones, trascender las diferencias y crear un traje a la medida de la interioridad conflictiva de lo latinoamericano y del caribe frente al centro colonizador.

Como una canción de Calle 13 que intenta agrupar los centros y las periferias imaginarias del continente ese deseo de un relato unificante para hacer frente a una amenaza exterior ha nutrido el discurso de intelectuales y escritores. El propósito de crear una América en común ha recorrido las expectativas de los poetas del modernismo y de los próceres libertarios. La literatura latinoamericana ha sido el escenario de estos vaivenes. Es en el campo literario en el que se toman forman los anhelos políticos de una lengua común y de dispositivos liberadores de las energías estéticas acumuladas.

El riesgo de Calibán es circunscribir la literatura a los torbellinos de las ideologías de la guerra fría y postular el fenómeno literario como una rémora de los conflictos políticos trasnacionales. No hay nada más riesgoso que deponer el carácter autónomo de la literatura para transformarla en una literatura ancilar, y empalmar los conflictos entre los actores y participantes de los campos literarios, con las cuitas de una revolución con más carisma que dosis estéticas.

Si algo hay que caminar con Calibán de Fernández Retamar es la ruta hacia otros senderos, bifurcaciones y sendas más primitivas y arcaicas, bosques y pasajes sembrados de dudas y de incertidumbres. Hoy los caminos siguen abiertos y los parajes se vislumbran con otra amplitud.

Calibán abrió espacios para desmontar los discursos ancilares, una vez que Calibán se rebeló contra su creador, y desprotegió a quienes estiman la literatura a partir de sus referentes internacionales. En la historia del pensamiento literario del continente, Calibán escogió participar para saldar aquellas cuentas y pasivos que redujeron a América Latina y al Caribe a productores de materias primas y de insumos básicos. Después de Retamar la exigencia para pensar en América Latina es enorme. Junto a Ángel Rama, a Mariátegui, a Henríquez Ureña y al propio Rodó, se ha desarrollado un corpus del pensamiento latinoamericano y del caribe cuya avanzada fue Calibán. Sin precipitarnos ni huir, los tiempos literarios esperan nuevos textos y narrativas capaces de romper las tendencias ancilares e instrumentalizadas de la literatura. Esto tardará mucho tiempo, porque fuimos expulsados de las transformaciones recursivas en las que la literatura es cruzada por distintas disciplinas, sin el compromiso de un rigor metodológico, sino por el plus-placer de un goce. El tropo del caníbal es el que devora un algo que puede ser otro cuerpo de la misma especie que la del caníbal. Así con la literatura, que solamente puede existir porque devora otros textos, tendencias y literaturas, para habitar una América macondiana, intertextual, barroca, desértica y cercana a la dialéctica de lectores que se abandonan a lecturas transformadoras.

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