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jueves, noviembre 21, 2024

Psicoacústica

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Mensaje del maestro Roncador 

 

Existe un principio universal en todo organismo vivo, y es que pueda comunicarse con los demás, al menos por el instinto evolutivo.  

La comunicación, entonces, adopta muchos medios entre los que el ser humano utiliza esencialmente su voz, los sonidos aéreos y corpóreos que genera con su cuerpo, al tocar un instrumento musical o con otros objetos.  

Así, un puñetazo en la mesa de comer es percibido por los demás comensales mucho más fuerte porque incorpora sonido y vibración o impacto, transmitidos tanto por vía aérea como por la sólida, dado que dichas personas tienen los brazos apoyados en la plancha de la mesa.  

Me dice el músico de jazz, Ray Gallon, que en la radio aún se usa palmear el pecho con las propias manos para emular el sonido que hacen las alas de un pájaro cuando se pone a volar. Y, si os fijáis, el personaje del grito de Edvard Munch sabe que no puede chillar más, y entonces patalea sobre la pasarela de madera.  

Sin embargo, el “derecho al pataleo” quiere decir que no hace falta que la gente grite y pierda la voz para manifestar su indignación: conlos pies es suficiente. Además, en un aula pocas veces se sabe o se reconoce quién genera este sonido, porque es grave. Proviene de un sector, pero la cara de la gente que lo provoca no lo aparenta.  

A mí me conocen como MR, siglas que recogen mi apodo de “Maestro Roncador”, debido a mi condición profesional y a mi capacidad por roncar desesperadamente a un nivel superior a los 110 decibelios, cifra cercana al umbral de dolor del oído humano.  

Mi misión es la de despertar el interés por la acústica a través de la escucha activa y el conocimiento de la adjetivación sonora de los caracteres de los espacios y objetos que realizamos en todos los campos del diseño.  

Un día de tantos una carta 

Lo he decidido, esta vez me presento como mi propio relator.  

La editorial lo ha aceptado. Cree que es justo que pueda cobrar un sobresueldo, debido a mi situación económica tan precaria, porque todo me lo gasté comprando una colección de motos Harley Davidson, que pongo en marcha cada noche para amortiguar el placentero sonido de mis ronquidos.  

Ahora el vecindario ya no se queja. Hay una ley que protege el maravilloso sonido del motor de dos tiempos de las Harley, y no pueden avisar a la policía, porque cuando comprueban el origen de la queja, les ponen una multa a ellos. 

Sencillamente ya no se quejan porque se han buscado, todos, otras residencias. 

Hace tiempo que quiero escribir en primera persona del singular. Así podréis saber por mí mismo sobre mis pensamientos más directos, no contados ni tergiversados por terceros.  

Otros se han ocupado de realizar y organizar los relatos de mi vida con anterioridad, y no lo han hecho mal del todo, pero creo que ya debo intervenir en este tercer, y espero no último, libro de recopilación, porque lo que yo disfruto cambiando la forma de impartir los conceptos acústicos, solamente lo sé yo, pero me gustaría mucho compartirlo con vosotros. 

Maestro Roncador  

 

Ornamento o delito 

Cierro el libro en la página 50. 

“¡No debí leerlo! Ahora tengo la sensación de que todos los proyectos en los que he intervenido para lograr la necesaria absorción acústica del espacio, se han convertido en un delito”. 

En mis manos se encuentra el texto de Adolf Loos.* 

Hoy me he despertado con un alto nivel filosófico, y esto significa que tomo conciencia de un hecho: la forma arquitectónica debe responder a la función. Que la textura es solo necesaria si con la forma no se alcanzan los objetivos acústicos deseados. 

—Perdona, ¿puedo sentarme aquí? 

La pregunta me devuelve a la realidad. La ha realizado una alumna del primer curso de “Acústica Activa” que imparto en el CACTAS (Centro de Altos Conocimientos Técnico–Artísticos en Sonido).  

No me lo pienso dos veces. 

—No, está reservado —Digo sin mirar. 

Pero enseguida volteó a ver a la persona que me ha hecho la pregunta, y que no se ha movido ante la ruda respuesta, y rectifico. 

—Perdona, sí, puedes sentarte a mi lado. 

Es Sora, que me mira con ojos afectivos. 

Estoy encantado, porque Sora debe sentarse en medio, al lado del profesor de Acústica de Salas llamado Al. 

Sora se sienta, ruborizándose al verse sometida al escrutinio de este joven profesor. 

—Os voy a presentar —digo dirigiéndome a ambos—. Al, te presento a Sora, que es una alumna muy especial de este último curso mío en este centro. Sora, te presento a Al, que, aunque joven, es uno de mis mejores colaboradores y un profesor con gran porvenir. 

Al la mira directamente a los ojos, y Sora no baja la mirada, sabiendo que debe mantener el nivel visual con él. 

Y surte efecto, porque Al queda prendado de esa actitud desafiante. 

—Hola —dice ella—, te he visto por el Centro. 

—Si, imparto Acústica de Salas, pero no te he visto hasta ahora. 

—Es que acabo de volver de mi stage de intercambio. 

Al se queda cortado. No sabe qué otra pregunta hacerle, y decide hablar de temas del Centro. 

—Ahora que recuerdo, y ya que te has incorporada hace poco, igual no sabes que existe un concurso para presentar ideas para el acondicionamiento de la Sala de Actos de este Centro, exclusivo para que lo presenten los alumnos del mismo. 

Sora no sabe nada al respecto, así que la sugerencia de Al le parece muy oportuna. 

—¿Me lo dices para que participe, o … para que te pregunte al respecto? 

Al se funde en su asiento del banco situado en el centro del parque, también junto al lago. 

A mí, esta situación me recuerda mi inicio con la Directora del Centro. En contra de toda lógica, permanezco totalmente callado, aparentando pensar en mis cosas. 

—Pues … verás, yo … creo que … 

—Perdonad —intervengo finalmente—, quizás os pueda ayudar si os digo que el concurso está preparado para que participe un equipo formado por un mínimo de un alumno y supervisado por un profesor. 

Sora pone los ojos en blanco disimulando su emoción. 

—¿Y tú puedes formar equipo conmigo? —Le dispara a bocajarro a Al sin esperar una respuesta positiva, pero deseándola de todo corazón. 

—Esto …, sí, por supuesto. Me encantaría hacerlo contigo —deja pasar unos segundos que aprovecha para relajarse respirando lentamente—, aunque ya supondrás que nos va a llevar tiempo de reuniones para su estudio. —Dice, ocultando su emoción. 

Al cabo de unos días hacen la inspección ocular con otros grupos participantes. 

—¡Uau! Esto es fantástico —exclama ella—, he recogido los datos geométricos y acústicos de la Sala, y debo decir que no va a ser tan fácil resolver su tiempo de reverberación de tres segundos en vacío. 

—En efecto —sigue él—, el interiorista que intervino en su momento, prestó más atención a lo que aparentaba el ornamento de la Sala que no a la acústica resultante, y aunque en sala llena la reverberación es casi tolerable, especialmente para la música, en sala vacía nadie puede ensayar, ni siquiera la coral del Centro. 

—Para el ensayo de un coro, tengo entendido que se precisa de un lugar donde el director pueda detectar los fallos de cada uno de los componentes de las distintas cuerdas. Creo que, para eso, el recinto debería ser muy absorbente, muy seco —dijo Sora entonando la palabra seco con gran inflexión. 

—Así es —continúa el profesor siempre maravillado por los variados matices que ella utilizaba—, es muy importante que el director pueda detectar perfectamente que alguien no afina a la perfección, o hace el pez porque no se ha aprendido la partitura, y para esto va muy bien que el lugar, con su reverberación, no disimule estos fallos. 

Les llaman la atención y han de callar para escuchar las explicaciones del presidente del Patronato del Centro. 

Después de esto salen a intercambiar opiniones al banco del campus, donde se conocieron. 

—Centrémonos en la Sala, lo vital es que obtengamos una reverberación similar, y cercana a un segundo, tanto en sala vacía como llena. 

—Eso va a ser muy complicado —exclama ella. Se toma unos segundos y prosigue: —¿Qué tal si hacemos unos paneles escamoteables en paredes y/o techo? Podrían representar unas figuras que se van vistiendo a medida que se va vaciando la sala. 

Al está maravillado con las ideas que ella expone. Ya se imagina una mecanización con unas cortinillas desplegables, o unos cilindros escamoteables. Pero esas ideas son caras y requieren de un soporte tecnológico complejo, aparte de su mantenimiento, que de seguro no debe ser sencillo. 

—Opino que hemos de basarnos en los asientos. Que tengan la misma absorción en vacío que ocupados. —dice finalmente Al. 

Sora ahora está admirada. Sí, esa es la sencillez necesaria. Sin ornamentos, solamente se precisa estudiar muy bien la función absorbente y difusora de los asientos a diseñar. 

—¿Crees que los encontraremos en el mercado, o hemos de diseñarlos nosotros? —, preguntó Sora. 

—No supongo que existan todavía los que necesitamos. Precisamente eso es lo que hemos de investigar, y es lo que seguramente nos diferenciará de los restantes equipos concursantes, ya que me imagino que casi todos irán al ornamento de paredes y techos, olvidando la gran superficie que siempre tienen los asientos en la planta. 

La idea va desarrollándose en los meses siguientes, en los que aprovechan para ir conociéndose mejor. 

Un día, me encuentro con los dos en el jardín del campus. Ambos están tendidos sobre una manta situada cerca del lago. 

Me acerco, y antes de llegar oigo esta frase: 

—¿Es que ya no me quieres? 

Es la voz de Sora 

Ahora no sé si acercarme más o desaparecer. 

Queda claro cómo han acabado con el proyecto. Me acerco a ellos. 

—Perdonad, pasaba por aquí y me ha parecido que estabais hablando de mí. Me preguntaba cómo tenéis vuestro trabajo. 

—¿Qué? —dice ella mirando a Al. 

—¿Qué? —pregunta él, sorprendido, mirando a Roncador. 

Siguen unos segundos de silencio, rotos por algunas miradas entre ambos. 

Yo no espero respuesta y me alejo. 

La interrupción del maestro les hace volver a pensar en el concurso, cuyo trabajo deben entregar al día siguiente. 

—Claro que te quiero, y ya casi tenemos la presentación acabada, o sea que vamos a terminarla. 

Escucho perfectamente esta frase mientras me alejo de ellos. 

Sonrío para mí. 

El fallo del jurado fue unánime. Sora y Al ganaron el concurso; fueron loados por la sencillez de la solución que habían presentado. Inmediatamente, el Patronato encargó el diseño del prototipo de los asientos a un equipo de profesores, entre los que estaba el Director del Laboratorio. 

Todo se mantuvo en un secretismo injustificado. 

El día de la inauguración, justo antes de abrir la sala al público, el Profesor del Laboratorio expuso en el tablón de anuncios del Centro los resultados de las mediciones acústicas de la sala. Al parecer eran inmejorables, tanto en sala vacía como llena. Las pruebas se realizaron con voluntarios venidos de otros lugares, cuya participación también se realizó con la mayor discreción. Reverberaba exactamente igual en toda la audiencia, y duraba no más de un segundo. 

Conocedores de esta circunstancia, Sora y Al estaban impacientes por ver cuál había sido el resultado final de su proyecto. 

—Me han informado que, como ganadores del proyecto, tenéis los asientos reservados para los VIP’s en las primeras filas. —digo mirando a ambos. 

Las puertas se abren y todos los asistentes entran buscando el mejor lugar. 

Me sorprendo al ver el interior. Nada ha cambiado en el techo ni en las paredes, solamente las sillas, pero éstas presentan un diseño sumamente abarrocado. Miro a Sora y Al. 

Avanzan lentamente por el pasillo central, observando, boquiabiertos, el patio lleno de sillones. Porque no se trata de butacas, sino de auténticos sillones de estilo antiguo, parecidos a los de Luis XVI, fabricados en madera de caoba, con preciosas tallas doradas, apoyabrazos y respaldo alto a fin de reclinar la cabeza, todo forrado de blanco y con botones Swarovski. 

Sora y Al lucen pálidos. Se detienen y lentamente retroceden hacia la salida. 

“Ornamento o delito”, pienso, mientras yo también regreso por mis pasos. 

 

El maestro Roncador nos pide que no revelemos (por ahora) su identidad real. 

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