A punto de ser echado a patadas del Comité Directivo Estatal del PAN, el grupo de Eduardo Rivera Pérez sigue haciendo lo mismo que lo llevó al desastre. No han aprendido nada y confirmaron que su miopía pesa más que su propia subsistencia. El mejor ejemplo son Marcos Castro Martínez y Augusta Díaz de Rivera Hernández, quienes —todo parece indicar— han decidido mantener su pelea a muerte hasta el último día de sus vidas. El nuevo capítulo de este culebrón digno de Televisa —en el que lo mismo ha habido sexo furtivo, traiciones palaciegas, videos incriminadores, defenestraciones y show en vivo y a todo color— se centra en la secretaría general del partido. Con la llegada del insípido Castro Martínez al Congreso del estado, en donde ocupa la cartera de asuntos sin importancia y dizque coordina la bancada más pequeña que el PAN tuvo desde la época de los 70, Augusta Valentina vio la oportunidad de deshacerse de su odiado enemigo y exigió por varias vías que dejara la secretaría general porque ya era coordinador de los diputados locales. Al percatarse que Marcos Castro no hacía caso, entonces, optó por un recurso legaloide. La presión incrementó y muchos en el Comité Directivo Estatal tomaron su caja de palomitas y se sentaron a ver el nuevo episodio. Al saber que su cabeza en el comité pendía de un hilo, Castro Martínez optó por lo que mejor sabe hacer: una marrullería. Fue así que en respuesta sencillamente se atrincheró en ambos cargos y vio a lo lejos cómo a su odiada enemiga le embargaba la muina. Más allá de lo patético de esta guerra, este nuevo episodio da muestra que el verdadero problema del PAN fue haber caído en las garras de Eduardo Rivera y su grupo. Su pequeñez política llevó al partido a su peor crisis política desde hace un cuarto de siglo y, lo que es peor, nunca ha habido un mea culpa ni el menor interés por cambiar el rumbo. Mire que a un mes de la elección de la nueva dirigencia y en la que seguramente perderá Eduardo Rivera, que la prioridad de la presidenta estatal y el secretario general sea continuar con su pelea personal es la mejor explicación del caos que vive Acción Nacional. Ambos, en estricto sentido, tendrían que ofrecer las condiciones suficientes para que la contienda interna se desarrolle de la mejor forma y ofrecer un clima de estabilidad. Eso está vedado. Lo importante es el pleito personal, el chisme de lavadero y ver quién le pica más los ojos a su oponente. Se supone que tanto Augusta como Castro son los operadores más importantes que Eduardo Rivera tiene para presionar y/o tender los puentes de negociación con los integrantes del Consejo Estatal para que se decanten por Felipillo Velázquez Gutiérrez, quien hasta el momento solo ha dado muestra de tener arrastre entre cartuchos quemados, cuya fuerza radica en contar con un solo voto —y eso si es que no se atraviesa otra mejor oferta—, como es el caso de Ana Teresa Aranda y el perdedor de lujo del PAN Oswaldo Jiménez López.