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sábado, septiembre 7, 2024

Lalo Rivera y la conexión Quintana Roo

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Corría el mes de junio de 2016 y en la bulliciosa Plaza Malecón Américas, en pleno corazón del paradisiaco puerto de Cancún, Quintana Roo, Eukid Castañón Herrera esperaba impaciente el arribo de su interlocutor, quien para no variar iba retrasado a su encuentro. La Pasteletería, un sitio conocido por sus dulces tentaciones y como el lugar ideal para disfrazar una reunión clandestina, era el punto de encuentro. La avanzada del interlocutor, un muchacho formado también en la ultraderecha poblana, no sabía cómo contener el enojo del entonces poderoso político. Su nerviosismo se evidenciaba en las manos y la voz temblorosa. Hacer esperar a Castañón Herrera no era cualquier cosa. En ese entonces, en el que todavía estaban muy lejos los tiempos de desgracia, Eukid era el enlace secreto de los hombres de poder de ese estado ubicado en el Caribe mexicano. Si alguien había tejido el arribo de Carlos Joaquín González a la gubernatura de Quintana Roo, ese había sido el operador de lujo de morenovallismo, en aquellas épocas
en que desde Puebla se extendían los tentáculos a todo el país y allí donde hubiera una oportunidad. Eukid fue el artífice del triunfo el 5 de junio y llevó a su amigo al poder tras convencerlo de quemar sus naves en el PRI y dar el saltó al Partido de la Revolución Democrática. Días después de los comicios, todo estaba listo para comenzar el proceso de entrega-recepción y se necesitaba que todo fluyera correctamente. Mientras el tiempo pasaba en la Pasteletería, Eukid cruzaba algunos comentarios con el pupilo de su interlocutor, quien llevaba en la cabeza todos los números y datos necesarios para cerrar un buen negocio. Pero, por un momento, todo pareció que se iba al caño. El operador morenovallista se levantó impaciente de la mesa en señal de que todo había terminado. Fue en ese momento en que apareció el interlocutor, enfundado ya no en su papel de político de la ultraderecha ni de perseguido político del morenovallismo sino de consultor de una prestigiada universidad de Puebla que, unos años después enfrentaría una de las mayores crisis internas a consecuencia de manejos turbios en la fundación que le dio vida. Eduardo Rivera Pérez, el originario de Toluca, exalcalde de Puebla y despreciado por el morenovallismo tocaba la puerta de quien en ese momento era considerado como la cara más dura de ese grupo. No le importaba que apenas unos meses atrás comenzara en el Congreso del estado un procedimiento por un grave desfalco hallado a su paso por el Ayuntamiento de Puebla. Eduardo Rivera iba por contratos, jugosos contratos para llevar a cabo las tareas que ayudaran a concretar el proceso de entrega-recepción de la nueva administración de Quintana Roo. Siete años después, seguramente Eduardo Rivera no quiere saber nada de ese momento y esos contratos. Hoy, que su campaña a la gubernatura va a pique, el enemigo que ha construido para desviar la atención es Eukid Castañón. Vaya cosas de la vida.

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