La desesperada maniobra de Eduardo Rivera Pérez para hacerse con la presidencia del Comité Directivo Estatal del PAN lleva implícita la urgencia de quien se sabe en peligro e incluso con el pie en la cárcel.
La abultada lista de casos de corrupción es imposible de ocultar o desaparecer, por lo que tras la masacre electoral que el PRIAN sufrió el pasado 2 de junio, al exalcalde solo le queda un camino: ser la cara de la oposición y desde ahí pactar la impunidad para él y los suyos.
Así pues, el intento por apoderarse del CDE del PAN no tiene como fondo una lucha legítima de refundación o llevarlo a un nivel de competitividad, Eduardo Rivera solo quiere ser la aduana con quien el nuevo gobierno del estado tenga interlocución, porque eso le permitiría tener una carta de negociación para salvar el pellejo.
¿Qué puede ofrecer el político ultraderechista? Una oposición tibia, timorata, que no represente ninguna complicación para el nuevo gobierno, a cambio de que sus cuentas públicas sean aprobadas.
Y lo timorato y tibio se le da muy bien al panista. Si algo lo define como político es precisamente eso, bueno, a parte de la corrupción, claro está.
Rivera Pérez es la mejor oposición que necesita un gobierno porque es vulnerable a consecuencia de su paso por la administración municipal, pero también porque es incapaz de tener los tamaños para enfrentarse al poder en turno, criticarlo y asumir una postura firme que ponga el dedo en la llaga en los temas más escabrosos.
A Eduardo Rivera no le interesa el partido al que sumió en una profunda crisis que no se veía desde hace 25 años. Es por eso que en la contienda interna del PAN, cuando se renovó la dirigencia estatal, dejó a un lado su investidura como alcalde y se vistió del principal mapache que garantizar, desde el erario, ganar la elección.
Al tener al partido bajo su control, hizo lo que cualquier político de medio pelo puede hacer en su corta altura de miras: se agandalló las posiciones más valiosas, excluyó y persiguió a los disidentes, quebró su estructura y a la base, para finalmente hundirlo en la misera electoral.
Sabedor de que cuenta con el control de los órganos de gobierno de Acción Nacional, Rivera Pérez tampoco está interesado en que el Consejo Estatal discuta las causas que llevaron a la humillante derrota electoral.
De hecho, ya mandó a sus empleados a que emitan una convocatoria, pero solo para que el asunto sea analizado en la Comisión Permanente, es decir, la discusión se reducirá a 30 panistas, la mayoría sus empleados y aduladores, que evitaran a más no poder exhibir la pequeñez de su jefecito.
Con esta maniobra también pretende meter un pie en la renovación del Comité Ejecutivo Nacional. Al igual que él, Marko Cortés Mendoza ya tomó la decisión de impedir que la unción del nuevo dirigente en el país sea a través de una consulta a la base, sino que se elija por medio del Consejo Nacional; pasa por la aprobación de las tres cuartas partes de los comités estatales.
Abrir la elección a la base, Cortés Mendoza corre el riesgo inminente de que el Yunque se meta entre las rendijas para recuperar el poder, solo están a la expectativa para hincar el diente y su carta más viable es el senador Damián Zepeda.
Lo más patético de Eduardo Rivera es que llega a la cumbre de su carrera política con el estigma de ser un perdedor, provocar el desfondamiento del PAN, desesperado por encontrar un canal que le brinde impunidad y con la confirmación de que hasta un timorato puede echar a perder a la oposición en Puebla.