Lo ocurrido el pasado viernes en el Cabildo de Puebla con la rebelión de un grupo de panistas y antiguos aliados es el mejor síntoma de cómo termina la administración de Eduardo Rivera Pérez: sumido en el descrédito, caos y hartazgo. Al igual que lo hiciera Claudia Rivera Vivanco, el velador más caro del Ayuntamiento de Puebla, Adán Domínguez Sánchez, tuvo que ejercer su voto de calidad para que fueran aprobados sus estados financieros que incluyen la deuda de 680 millones de pesos que dejará a José Chedraui Budib. Está es la primera vez en tres años que algo así ocurre en el Cabildo, pero lo grave es que justo sucede cuando Rivera Pérez pretende entronizarse en la dirigencia estatal del PAN. Es obvio que el fracaso del viernes pasado es un cobro de factura al exedil y, de paso, para su socio comercial porque de los dos no se hace uno. No es necesario buscar tanto para saber que Adán Domínguez resultó la peor hechura que su jefe político y ahora tendrá que navegar con el estigma de ser un bueno para nada, al que el Ayuntamiento le quedó muy grande. En política nadie está tan muerto ni nadie tan vivo, pero el velador acude hoy al último día de gobierno en condiciones similares a la de los muertos vivientes. O, más bien, Adán es la gallina descabezada cuyo cuerpo corre desaforado por el corral. Lo peor del asunto es que tanto Eduardo Rivera como su velador provocaron que el gobierno de Claudia Rivera se vea menos peor de lo que era y mire que eso es muy malo. Bueno, ya hasta la exalcaldesa anda dando lecciones moralinas en redes sociales sobre lo que significa gobernar. Háganos usted el favor.