El fallido candidato del PRIAN a la gubernatura, Eduardo Rivera Pérez, protagonizó ayer un carrusel de medios −sobre todo entre los que tiene bien maiceados desde el Ayuntamiento de Puebla− en donde reconoció que analiza buscar la dirigencia estatal del PAN, la cual se renovará en noviembre próximo.
¿Estamos ante un caso de locura o de estupidez? Sabemos que la pregunta resulta muy dura en el contexto local y puede interpretarse como una ofensa, pero en realidad no lo es ni pretende usarse como tal.
Hace unos años tomó auge la frase atribuida erróneamente a Albert Einstein sobre la definición de locura: “Hacer una cosa, una y otra vez de la misma forma, esperando un resultado diferente”.
La Real Academia de la Lengua Española define locura, en su segunda acepción, como “despropósito o gran desacierto”, entendiendo despropósito como “un hecho fuera de razón, de sentido o de conveniencia”. En tanto, la estupidez es la “torpeza notable en comprender las cosas”.
¿Por qué la decisión de Eduardo Rivera de buscar la presidencia estatal del PAN puede encasillarse en alguna de estas dos palabras?
Vayamos por partes.
Después de la elección del 2 de junio y la ola armentista que masacró al PRIAN, la importancia de la dirigencia estatal del partido más importante en la oposición local radica en el surgimiento de una opción política que no sólo sea un contrapeso al gobierno en turno, sino que su apuesta surja de un profundo ejercicio de autocrítica del por qué pasó lo que pasó.
Así pues, la nueva dirigencia tendría que surgir de un amplio consenso y recoger el pensamiento de todas las expresiones que coexisten al interior.
Tras la debacle del domingo, es necesario un tiempo para la guerra interior, pero también para la paz y la construcción de un proyecto que dé vida al partido que la sociedad demanda y que se expresó claramente en las urnas. ¿Qué quisieron decir?
¿Qué anhelos no han visto reflejados en la oposición? ¿Hacia dónde puede encaminarse el grueso del electoral que sigue pensando que el PAN es la opción que se necesita?
No se trata de la renovación a una dirigencia más sino de LA DIRIGENCIA, así, con mayúsculas, porque debe llevar a cabo el proceso más complicado de todo partido en riesgo de desaparecer: su refundación.
Es aquí donde viene la parte más difícil para Eduardo Rivera: ¿Puede el malogrado candidato ser ese dirigente que la oposición necesita en este momento? ¿El responsable de llevar al partido a la peor debacle electoral de la última década puede ser quien encabece la refundación de la oposición?
¿Tiene la solvencia moral para sentar a la mesa a todas las expresiones políticas y pedirles su respaldo?
¿Goza del prestigio y buena fama entre los diferentes actores políticos y de poder a fin de que pueda entronizarse en su papel de duro, conciliador y confiable, todo al mismo tiempo?
Los números que arrojó esta elección son fríos y reales. De los 26 distritos electorales en la entidad, el yunquista solo ganó dos y no fue precisamente por su arrolladora personalidad. En el Distrito 18 de Cholula se alzó con la victoria gracias al extraordinario desempeño de Guadalupe Cuautle, candidata a la presidencia municipal de San Andrés Cholula y a que la perredista Roxana Luna Porquillo se metió de lleno a su campaña en San Pedro, a tal grado de que está a punto de ganar la elección.
El otro caso es el Distrito 17, la demarcación más panista de toda la entidad. Un triunfo ahí no es sorprendente, aunque sí lo fue la candidata del Verde, María de la Barreda, que ganó la diputación local.
En los 24 distritos restantes, Rivera Pérez fue humillado electoralmente. Ahí está el caso de los dos distritos de Tehuacán, otrora bastión del PAN, en el que perdió por una diferencia de 40 puntos.
Esa misma tendencia se reproduce en todo el estado e incluso en sitios donde se suponía que sus aliados priistas le ayudarían a ganar como Zacatlán, Chignahuapan o Xicotepec, cayó por 37, 27 y 39 puntos.
Los resultados de la elección no fueron gratuitos debido a que detrás hubo una serie de malas decisiones producto de la particular forma de hacer política de Eduardo Rivera: el sectarismo, la exclusión, la intolerancia y privilegiar solo a un puñado de amigos. Eso sin contar que las candidaturas plurinominales tanto a San Lázaro, el Congreso del estado y las principales presidencias municipales fueron para su esposa y sus cuates.
Por eso no es gratuito preguntarse si la apuesta de Eduardo Rivera es una locura o una estupidez, pues una de las cosas que más castigó la militancia panista fue la exclusión que sufrió.
En el interior del estado, por ejemplo, el yunquista es un auténtico desconocido y los números están ahí. Para aliviar esa situación, en lugar de ir por la militancia, la base panista, apapacharla e impulsarla, prefirió darle todo el peso a Pacto Social de Integración, un partido que está por perder el registro y que goza de una pésima fama por sus presuntos vínculos con el crimen organizado.
¿PSI cumplió lo que le prometió? Ni de chiste.
Ser el líder de la oposición en este momento requiere de un hombre o mujer con solvencia moral y de naturaleza conciliadora. Eduardo Rivera es un sectario que en los hechos ha dado muestras de que no está dispuesto a permitir el disenso. Ahí está la persecución que inició contra Eduardo Alcántara Montiel, Genoveva Huerta, Mónica Rodríguez o Guadalupe Leal, por mencionar solo a algunos.
De 2010 a 2018, el PAN fue una fuerza política regida por el garrote morenovallista, pero era capaz de ganar elecciones. Todavía en 2021, Genoveva Huerta logró una respetable bancada del PAN en el Congreso del estado y se impuso un corredor azul en la capital y la zona conurbada. Lo hizo sin el apoyo de la estructura de gobierno o incluso el Yunque.
En el 2021, Eduardo Rivera no ganó. Decirlo es ignorar la realidad. En esa elección perdió Claudia Rivera Vivanco porque decidió echarse de enemigo al hombre más poderoso del estado por su inexperiencia política.
Hoy, en 2024, al PAN solo le quedó el garrote político y un torpe equipo que no es capaz de ganar ni la casilla de la zona donde vive, a pesar de que volcaron el aparato del Ayuntamiento de Puebla a favor de Eduardo Rivera.
¿Puede Eduardo Rivera encabezar una dirigencia que debe refundar al partido a sabiendas que su estilo político sumió al PAN en su más grave crisis política de la última década? ¿Puede un sectario que se agandalló las mejores posiciones de gobierno para su familia y amigos, amalgamar a las diferentes corrientes urgidas de un liderazgo que las motive y aliente?
¿Puede ser el líder estatal de un partido a pesar de que ni los propios sectores afines, como el empresariado, confían en él y tienen muy claro que no cumple su palabra?
¿Puede ser visto como un líder de la oposición de altura y solvencia moral, cuando la carta de presentación del panista es que es un político que no cumple acuerdos?
¿Acaso cree que la vida interna del PAN es tan dócil para que se imponga nada más porque así lo quiere?
¿Estamos ante un caso de locura o estupidez, es decir, ante el “despropósito o gran desacierto” o la “torpeza notable en comprender las cosas”?