Adán Domínguez Sánchez cobra como presidente suplente en el Ayuntamiento de Puebla, pero en realidad es una figura decorativa, incapaz de hacer frente a los graves problemas de la ciudad. Quien realmente controla la gestión municipal es la camarilla
del exedil Eduardo Rivera Pérez que, entre otras muchas cosas, decidieron poner en marcha el Año de Hidalgo para esquilmar a los ciudadanos y presupuesto en todo lo que puedan, antes de que salgan huyendo. El alcalde suplente rendirá su único informe de labores de un año caracterizado por los delitos electorales, eludir la responsabilidad que los obliga la ley, la ausencia total de planeación y ocurrencias 24/7. Adán Domínguez hará lo mismo que su socio comercial: utilizar los reflectores para potenciar su imagen —a cargo del erario— ante la elección de la nueva dirigencia estatal del PAN. Como su antecesor, rebajó la investidura y aparato de gobierno a un asunto de índole intrapartidista sin importar que en esa apuesta se llevaran entre las patas de los caballos a la ciudadanía. Cuando Claudia Rivera Vivanco llegó a la alcaldía de Puebla tenía en sus hombros un alto bono democrático y los poblanos estaban a la expectativa de lo que significa ser gobernados por la izquierda. El resultado fue desastroso. Pero cuando pensamos que lo habíamos visto todo, llegó Eduardo Rivera para demostrar que se pude ser peor gobernante que su antecesora. El yunquista llegó recargado de todo lo negativo del poder. Con la experiencia que tuvo 10 antes de haber sido alcalde de la capital, se creía que ese bagaje serviría para potenciar a la ciudad y muchos creían que tenía en bandeja de plata la oportunidad de dar el salto más importante de su carrera política. Solo bastaron un par de meses para comprobar el fiasco de la administración panista. Al Palacio Municipal no llegó una nueva camada de políticos sino jóvenes panistas con el colmillo muy retorcido en su intención de hacer negocios y más negocios. A eso se sumó un alcalde timorato, que siempre evadió su responsabilidad para hacer frente a la ciudad en temas tan graves como la inseguridad y servicios públicos. Cuando Eduardo Rivera dejó la alcaldía para irse como candidato del PAN a la gubernatura de Puebla su destino ya estaba marcado: el fracaso total de quien estaba llamado a ser el jefe político que impulsaría la refundación de Acción Nacional. Sustituyó la apertura con el sectarismo; al oficio político con la ocurrencia mezquina; a la responsabilidad de rendir buenas cuentas con un aparato mediocre de comunicación que ni siquiera le alcanzó para poner en un nivel de competitividad electoral. Un fracaso redondo. Así pues, ahora que Adán Domínguez se alista a rendir su informe de labores, lo único que se puede decir es que fue el vivo retrato de Eduardo Rivera, pero sin experiencia y más estulticia. Puebla sufrió una regresión con el PAN que sirvió para olvidar el desastroso gobierno de Claudia Rivera. Con gestiones de este tipo, lo único que están generando estos políticos es que los ciudadanos hagan efectiva la consigna: “Que se vayan todos”.