Una gestión sumida en pleitos internos, sin dirección política, con las arcas diezmadas por multas surgidas de irregularidades en el manejo de los recursos, obras suntuosas, encono, con el peor resultado electoral desde finales de la década de los 70 y con denuncias permanentes de inmiscuirse procazmente para imponer a quien dicte el cacique bananero del PAN, Eduardo Rivera Pérez, es la penosa condición en la que Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández terminará su paso al frente del Comité Directivo Estatal.
En su defensa es necesario decir que fue ungida como candidata a la dirigencia estatal por descarte, ya que desde el Comité Ejecutivo Nacional se impuso la cuota de género en Puebla, lo que desbarrancó al insípido Marcos Castro Martínez, quien siempre ha sido el favorito del cacique toluqueño.
Eso provocó que siempre estuviera sujeta a una guerra intestina con la finalidad de mermar su liderazgo, boicotear su estrategia partidista, arrinconarla lo más que se pudiera e incluso dejarla como una figura decorativa al frente del PAN poblano.
El problema fue la ingenuidad de Eduardo Rivera y Marcos Castro debido a que Augusta Valentina se ha ganado renombre al interior del PAN por ser una política aguerrida que no se espanta con el petate del muerto.
Sin embargo, el tesón de la dirigente estatal no fue suficiente y sus errores la granjearon mayores animadversiones. Eso le ha cobrado una dolorosa factura como fue aquella ocasión en que Eduardo Rivera —adicto a gobernar y tomar decisiones basado en chismes surgidos de las lenguas viperinas de su séquito de buenos para nada— la quitó de la lista de candidatos plurinominales al Congreso del estado e incluyó en su lugar a su secretaria, Celia Bonaga.
El lunes pasado, el columnista consentido de la derecha poblana —que parece ya se peleó con ellos porque no deja de tundirlos— reveló que el proceso interno para la renovación de l dirigencia estatal se complicó de tal manera que Eduardo Rivera ha tenido que meterse personalmente en el cabildeo. En Tehuacán, intentó sin éxito convencer a los integrantes del Comité Directivo Municipal que respaldaran la elección a través del Consejo Estatal y, por el contrario, recibió un rosario de quejas “por el mal desempeño de la dirigencia estatal y de compromisos que no se cumplieron”.
Ese tipo de inconformidades que encontró Eduardo Rivera se replican prácticamente en todo el territorio estatal. En el interior, por ejemplo, hay municipios que nunca fueron tomados en cuenta para nada, pero los emisarios riveristas ahora pretenden que respalden la elección vía el Consejo Estatal.
Pero el desastre de la dirigencia panista debe verse no solo como el fracaso de Augusta Valentina sino también como resultado de la mezquina guerra a muerte que alimentó Marcos Castro, debido a que los continuos choques, puñaladas traperas, traiciones y grillas ponzoñosas envenenaron todas las actuaciones partidistas.
En última instancia, el desbarajuste que existe en todo el estado es la consecuencia directa del patético estilo político de Eduardo Rivera, quien con su omisión alentó la guerra intestina en el PAN estatal, lo que aderezó con su particular adicción por el sectarismo y el exterminio de los opositores.
Los reclamos, enojos y hartazgo que pululan como hongos en el panismo poblano tienen una lamentable explicación muy sencilla. Si la dirigencia estatal del PAN fracasó, el primer responsable de eso es Eduardo Rivera y, en segunda instancia, Marcos Castro y Augusta Valentina. En ese orden.
¿A poco pensaban que su sectarismo y excesos no les cobraría factura?