A menos que sea un verdadero zoquete, la estrategia de Eduardo Rivera Pérez en todo este tiempo ha sido jugar, ante la vista de todos, con la vieja práctica del panismo tradicional: Jugar a pactar. O, dicho de otro modo, a mantener sus intereses y a simular.
Por muchos años, aquellos en que no podía alzarse con el triunfo ni en la elección de la mesa directiva de su colonia, el grupo del exalcalde no compitió en los procesos electorales para ganar sino para aprovechar su condición de “oposición” y así obtener contratos, obras, concesiones y hasta colocar a candidatos plurinominales.
Eran años en que el PRI fue el mejor aliado del Yunque por la cantidad de negocios que se podían hacer desde la sombra del poder. Y se radicalizó con Mario Marín Torres, de quien aprovecharon su desgracia para que, a cambio de limpiarle la cara les entregara la multimillonaria bolsa del Impuesto sobre Nómina. “El mejor gobernador que ha tenido Puebla”, era la expresión más socorrida entre los santos varones.
Los años pasaron y llegó Rafael Moreno Valle para enseñarle a Eduardo Rivera y a su grupo cómo se ganan elecciones y, de paso, demostrarle su pequeña estatura política. El yunquista nunca lo entendió y hasta se atrevió a asegurar que si el exsenador había ganado la elección de 2010 fue por los votos que le otorgó la capital poblana.
La pequeñez política lo siguió por todos los lados que pisó como la ANAC y UDLA Consultores. Hasta que una mezcla de suerte y oportunismo lo hizo regresar a la alcaldía en 2021.
En esa ocasión no jugó tampoco a ganar, pero para el gobierno del estado emanado de Morena era fundamental que llegara al Ayuntamiento de Puebla, por una sencilla razón: Era eso o dejar que Claudia Rivera Vivanco siguiera destruyendo la ciudad.
Una vez reinstalado en el Palacio Municipal, Rivera Pérez se encargó de hacer todas las cosas mal. Demostró con ahínco que nada había aprendido de su paso por la anterior gestión municipal y dejó a la ciudad sumida en una grave crisis financiera, de inseguridad y de servicios.
Pese a ser el mejor rankeado del PAN en la lucha por la candidatura a la gubernatura, Eduardo Rivera nunca quiso asumir un papel protagónico y se dio el lujo de desdeñar la construcción de una estructura en el interior del estado.
¿No quiso, no pudo o sencillamente no sabía cómo? En política no hay casualidades y ahora se sabe que, en la pasada elección del 2 de junio, Eduardo Rivera jugó, una vez más, el viejo juego de ganar perdiendo.
Desde que el exmunícipe se enteró que Alejandro Armenta Mier era el candidato de Morena a la gubernatura, sabía que sus posibilidades de triunfo se habían esfumado.
Tanto era su interés por conocer quién iba a ser su contrincante morenista que aplazó todo el tiempo que pudo su destape y unción como candidato del PRIAN. Tuvo que ser el entonces dirigente nacional del PAN, Marko Cortés Mendoza, quien lo obligara a destapar su aspiración y hasta le instruyó que fuera durante su segundo informe de labores.
Acorralado y seguro de su derrota, Rivera Pérez jugó a ganar perdiendo. La mejor prueba fue la candidatura plurinominal para su esposa. Su llegada a San Lázaro estaba garantizada fuera cual fuera el resultado del 2 de junio. La familia Rivera Ortiz tendría diputada federal haiga sido, como haiga sido.
Esa posición, se supo en ese momento, fue condición indispensable para que Eduardo Rivera llevara a cabo el “sacrificio” de competir por la gubernatura.
Así se lo hizo saber a la dirigencia nacional y así se encargó de confirmarlo a su séquito más cercano.
Pero esa no fue la única ganancia que obtuvo de la derrota. Resulta que el fallido candidato también solicitó a los organizadores de la Marea Rosa, a que apoyaran a uno de sus hijos con una beca de posgrado en una de las universidades más prestigiosas de la costa oeste de Estados Unidos.
¿Quién cree que es el empresario que más recursos aporta para ese tipo de becas? Acertó: Claudio X González.
Nada mal para Eduardo Rivera. Diputación federal pluri y beca de posgrado, todo a cambio de perder la gubernatura o, dicho en palabras del propio exalcalde, hacer el “sacrificio” de competir.
Como diría el clásico, la casa nunca pierde y por cosas como estas queda claro porque no quiere perder la ubre llamada Partido Acción Nacional.