La única forma en que el candidato perdedor de la coalición Mejor Rumbo para Puebla, Eduardo Rivera Pérez, puede ser el nuevo presidente del Comité Directivo Estatal del PAN es la imposición. Por eso es que, en un acto fuera de los tiempos que establece el Estatuto de ese partido, puso a sus achichincles a que recorran todos los comités municipales para que les extiendan cartas de respaldo a fin de que el Consejo Estatal del blanquiazul sea la instancia que designe al nuevo dirigente.
Decimos que es fuera del Estatuto, luego entonces ilegal, porque eso solo puede ocurrir una vez que concluya la dirigencia de Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández y, entonces, el máximo órgano de gobierno del PAN decida si su nuevo presidente es elegido por consulta a la militancia o a través del Consejo Estatal.
Para que la segunda opción sea un hecho, el 75 por ciento de los más de 120 comités municipales que operan en la entidad deben avalar la medida, la cual debe ser aprobada a través de una asamblea en la que participen todos los integrantes de los órganos de gobierno partidista en dichas alcaldías.
Insistimos: Eso no puede ocurrir hasta que concluya la actual gestión, pero Eduardo Rivera y sus inútiles operadores pretenden ganar todo el tiempo posible y se desplegaron por toda la entidad con la finalidad de presionar, engañar y embaucar a quien se deje. Lo irónico es que, siendo candidato a la gubernatura, el exalcalde desdeñó y pisoteó a las estructuras panistas, pero ahora que su supervivencia política está en juego, pretende ir en su búsqueda.
La vía del Consejo Ciudadano, como planteábamos en un inicio, es la única forma en que tiene de retener el control del partido, debido a que una consulta a la militancia, es decir, una elección abierta, sería imposible de ganar a consecuencia de los agravios, desencanto, maltrato y marginación que han sufrido a manos de Rivera Pérez y el Yunque.
El exmunícipe podrá decir misa, pero está muy lejos de ser querido entre la base panista, lo que significa una grave derrota en su carrera política. Así pues, lo que más le conviene es controlar a la élite del blanquiazul, insertada en el Consejo Estatal.
Su apuesta es más segura debido a que, como se recordarán, Eduardo Rivera utilizó toda la estructura del Ayuntamiento de Puebla para comprar cuantos votos fueran necesarios para la elección del Comité Directivo Estatal y, posteriormente, para la asamblea.
El Consejo está integrado por 112 panistas, de los cuales 53 son afines a Eduardo Rivera, otros 27 se identifican con Genoveva Huerta Villegas y Eduardo Alcántara Montiel, así como otros 37 que son considerados como fluctuantes debido a que se acomodan según sea la coyuntura.
Lo grave de esta repartición es que hace tres años había un acuerdo interno para que el 50 por ciento de las posiciones fueran para Rivera Pérez, otro 25 por ciento para el grupo de Mario Riestra Piña y el restante 25 por ciento para Genoveva Huerta. Eso no se cumplió debido a que el excandidato a la alcaldía permitió que le fueran sembrados entre sus fichas a personajes cercanos al yunque.
(Ahora que Mario Riestra pide un método democrático y no la imposición vía el Consejo Estatal deberá reconocer que su decisión de ceder espacios a Eduardo Rivera fue el peor error que pudo cometer para su propia subsistencia política).
Para Eduardo Rivera es más fácil ir en busca de los 37 consejeros fluctuantes, ya que entre ellos también están actuales trabajadores del Ayuntamiento de Puebla que pueden ser cooptados o coaccionados por distintas vías como por ejemplo amenazarlos con darlos baja de la nómina municipal, retenerles pagos o cancelar cualquier bono que pudieran adquirir, entre ellos el aguinaldo y prestaciones de fin de año.
Ir a una contienda abierta, en la que la militancia decida quién debe ser su nuevo dirigente estatal es un acto suicida, de ahí que la forma más segura es controlar a la estructura que, de por sí, ya está de tu lado. Así pues, todo se convierte en una elección de la élite en la que los únicos beneficiados serán prominentes integrantes de la cofradía del Yunque.
Eduardo Rivera nuevamente ha decidido jugar a favor de la secta en perjuicio de la militancia. Se siente seguro de ganar y hará todo lo posible porque así sea.
En esta jugada está puesto todo su futuro político e incluso su libertad personal.