Durante su etapa como dirigente de la Sección 51 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), y hasta su paso como diputado local, líder del Congreso local y demás cargos menores que ocupó durante el morenogalismo, un factor que siempre jugó a favor de Guillermo Aréchiga Santamaría fue su cercanía con Elba Esther Gordillo Morales. Ese era realmente su único capital político. Si bien logró colarse como secretario general del magisterio estatal, ahí fue donde fortaleció su relación con la defenestrada presidenta vitalicia del SNTE. Dos hechos en particular le abrieron la puerta: 1) enfrentar al entonces gobernador Manuel Bartlett Díaz para conseguir la histórica prestación de 90 días de aguinaldo. Para lograrlo, Elba Esther enfrentó a los estados y la Federación. En Puebla, los maestros tomaron casetas y cerraron vialidades. La confrontación escaló poco a poco hasta el mandatario no tuvo otra opción que ceder, ya que entre sus objetivo se encontraba la candidatura del PRI a la presidencia de la República y, bien o mal, necesitaba del sindicato magisterial para conseguirlo. 2) La otra acción que le dejó muy buenos dividendos fue la creación del partido Nueva Alianza, satélite magisterial que fue usado como cuña política, según se necesitara. Cuando Rafael Moreno Valle Rosas fue acogido por Gordillo Morales, Aréchiga Santamaría ya era parte de la burbuja sindical, aunque eso no significaba que tuviera capacidad de influencia en la Sección 51. El mejor ejemplo es que su base de apoyo era inexistente y cuando había que negociar solo metía las manos por su hermano Gabriel Aréchiga. No obstante, el hoy detenido sabía simular muy bien y jugaba con las apariencias, pero eso le duró muy poco. Su primer gran descalabro ocurrió justo con el morenovallismo en ciernes. Al convertirse en diputado local, Aréchiga se convirtió por razones del destino en el líder del Congreso local, pero su papel fue tan decepcionante que de plano le tuvieron que mandar a un operador para que pudiera sacar el trabajo y los acuerdos. Sin embargo, por un momento hizo creer que era el favorito a la senaduría en 2013 por parte del morenovallismo, pero la especie se cayó de la misma manera que fue difundida. De ahí en adelante, la carrera de Aréchiga fue francamente patética, e incluso, fue señalado de tender una emboscada a Rubén Sarabia Sánchez, alias Simitrio, el histórico dirigente de la Unión Popular de Vendedores Ambulantes “28 de Octubre”, cuando se desempeñaba como secretario de Gobernación municipal en la gestión de José Antonio Gali Fayad. El cargo lo abandonó con más pena que gloria. Sus relaciones con el morenogalismo se enfriaron y vino la ruptura natural. Con la maestra en la cárcel y sin el apoyo político que siempre tuvo, Aréchiga Santamaría supo oler le efervescencia social y dio un salto a Morena para la elección de 2018, lo que le permitió ser electo como diputado federal. Estuvo en San Lázaro hasta que fue invitado a incorporar al gabinete estatal. Con esa incorporación, el exlíder del SNTE 51 tenían en sus manos la oportunidad de oro: rendir buenas cuentas, usar la negociación y el diálogo para enfrentar a las mafias del transporte y cumplir con unas de las demandas más sentidas de la población. Hacerlo, le hubiera redituado no sólo el reconocimiento de su jefe sino también podía aprovecharlo para su proyección personal. Pero Aréchiga demostró la pequeñez de su espíritu y optó por lo más mundano: el dinero mal habido. La consecuencia está a la vista. Pensó que podía hacer lo que quisiera y verle la cara al hombre que le depositó su confianza y le encomendó el programa, tal vez, más importante de su gestión. En la política mexicana, rateros hay muchos, pero buenos políticos muy pocos. En Puebla, ya se ve que Aréchiga no pudo librarse de lo aprendido en el morenogalismo, cuando los que estaban a cargo robaron a manos llenas. Después de saber con precisión todo lo que estuvo involucrado, no queda otra que preguntarse, parafraseando al gobernador Miguel Barbosa Huerta: ¿Pues qué se sintió este cabrón?