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jueves, noviembre 21, 2024

Mis momentos con José Agustín

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José Agustín, se me murió. Sí, se-me-murió a los casi ochenta años. Mi memoria lo congeló en sus cincuenta y tantos y mi corazón, en su juventud.  

¿Cómo es que aquel morenazo de copete largo, mirada tristona y sonrisa apretada era ya un adulto mayor al cuidado de su inseparable esposa, Margarita? Pues sí, se le hizo tarde, se nos hizo tarde y ni cuenta nos dimos.  

 

Fue culpa de la maestra de Lectura y Redacción en el CCH-Sur. El proyecto semestral sería la lectura y discusión de De perfil. La situación en casa no estaba para libros, o sí, pero a mis papás les parecía un lujo entrar a las librerías ubicadas sobre Miguel Ángel de Quevedo donde yacían los cientos de ejemplares en espera de adolescentes como yo. Tuve entonces que recurrir a las santas y benditas fotocopias en lo que alguien de mi salón se apiadaba a prestarme el original.  

Un fin de semana fue suficiente para quedar prendada de él. El desparpajo, lo cotidiano, el lenguaje del chido one y el albur, despertó mi lado salvaje. Vi por primera vez páginas desgarbadas, entre el inglés, el francés y el español, yo que venía de las lecturas de secundaria como Nala y Damayanti o La Celestina, de la siempre parca editorial Porrúa, toparme con José Agustín fue un alucín. Ha de ser un carnal bien mariguano y buena onda, pensé.  

Lloré y supliqué y me revolqué para que mis papás me compraran el libro. Me van a reprobar si no lo llevo a clase, sentencié y funcionó. Así me hice también de La Tumba y nosequién me prestó Ciudades Desiertas. Me sentía la más rebelde, impúdica y transgresora con José Agustín en mi mochila, en el microbús, en mi cama.  

 

 

II 

En la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, donde estudié Ciencias de la Comunicación, plagié párrafos enteros de Tragicomedia Mexicana 1y 2. En mi mente juvenil y huevona, José Agustín era tan underground que el profe de traje gris oxford, zapato bostoniano de charol negro y corbata azul marino, no notaría el atrevimiento. ¡Tonta de mí! Fui increpada con ambos libros en mano página por página.  

Mientras el Don hojeaba los libros con sumo cuidado, sentí envidia porque imaginé los ejemplares habitando una biblioteca prolija y simplona en lugar de yacer manoseados sobre la alfombra café de mi recámara, cerquita de la grabadora roja con el casete pirata del Tri comprado afuera de Filosofía y Letras. 

Por nuestros instintos 

Las tentaciones nos hacen actuar 

De forma irracional 

 

Y es que uno es frágil 

La carne es débil 

Y el diablo es hábil 

Pa convencer 

 

Atiné a decir, sin quitar la vista de mi falso ensayo o de mi ensayo medio verdadero o de mi ensayo medio falso, que el acapulqueño y yo pensábamos igual. Imagino que mi respuesta le pareció sincera y desfachatada porque salvé la materia de Historia de México con un deshonroso ocho.  

 

 

III 

Mi último encuentro con el Maestro fue en 2004 mientras hacía mis prácticas profesionales en el área de Prensa de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería. Compré con mi sueldo Vida con mi Viuda, otra novela provocativa, divertida y surreal que en 2005 ganó el Premio Mazatlán de Literatura.  

Más tarde me hice maestra allá por la costa michoacana y aproveché para que mis alumnos conocieran a José Agustín a la misma edad que yo. Las chicas estaban enloquecidas, ruborizadas y perturbadas, mientras que los chicos —incrédulos y sorpresivamente pudorosos— mostraban envidia de ese otro costeño que para entonces les triplicaba la edad.  

Y es que es así, a José Agustín se le ama o se le odia. Quienes lo amamos lamentamos su muerte como la pérdida irreparable de un estupendo camarada y quienes no, que su vida ingrata se los cobre. Lo que es innegable es que hizo de la literatura un juego, un experimento, una fórmula sin fórmula, donde todas las posibilidades del lenguaje caben. Esa manera de escribir, cercana, incómoda y burlona fue desde entonces posible y adictiva. 

Ahí nos vidrios José Agustín (1944-2024) Maestro de muchxs que hoy intentamos escribir gracias a ti.  

Au revoir  

 

 

P.D: Te me mueres cuando ya me alcanza para comprar todos tus libros ¡chingadamadre! 

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