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lunes, marzo 31, 2025

Las buenas plumas

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En el Día Mundial de Poesía tuve la fortuna de escuchar Ictus de la voz de su autor y director de este periódico, Mario Alberto Mejía.

​El poema cuenta el episodio vascular que sufrió mientras manejaba su auto; su desconcierto, el hospital y lo que haría si su mente brillante quedara reducida a una pasacomo dijeran los médicos.

Empeñaré mi Remington antigua/Venderé mis Montblanc de colección/Dejaré de comer.

​Pensé de inmediato en la máquina de escribir, en su lacado negro, en sus teclas redondas, impecable como todo lo que le rodea. ¿De qué año? ¿Cuánto hubiera pedido por ella? Me rendí, para entonces no conocía a Mario Alberto y apenas me alcanzaba para leche, pañales y las consultas con el pediatra.

​De la colección de Montblanc, ni hablamos.

​Mi papá tuvo una, no una colección como tal sino una pluma – toda vez que Mario Alberto hablara de plumas y no de relojes o de perfumes-. Si el efecto Mandela no me traiciona, juro que vi el estuche rectangular en el buró de su cama, después en el clóset junto a las lociones y, finalmente,en el fondo del cajón de la ropa interior donde guardabatambién los relojes.

Era un bolígrafo Meisterstück Legrand, un regalo de graduación de un amigo comandante de la Policía Judicial en los años que mi papá jugó a ser uno de ellos. Una pluma negra con dorado dormida como Blanca Nieves sobre un pedazo de tela brillante debía costar lo que mil millones de plumas Bic de la papelería, pensé a corta edad.

En esos años desconocía que la marca era alemana, aunque la lógica de las palabras dibujó en mi mente un monte blanco como los inviernos de la caricatura de Heidi, la niña de los Alpes suizos. Emocionada de estar frente a mi lámpara de Aladino, o de haber encontrado el final del arcoíris, juré que usar una Mont Blanc me otorgaría el poder de escribir en otro idioma.

Lo cierto es que la pluma no tuvo quien la rescatara del sueño eterno y la llevara a bailar sobre hojas de papel hasta consumirse. Papá nunca la usó ni me la dejó usar, me pregunto si se la habrá llevado junto con su colección de botas vaqueras y una vez que mis padres decidieron separarse.

​A la fecha considero más poderosa una pluma Bic -incluso las de punto fino que tendrán por siempre mi odio – que una Mont Blac. ¿Quién no ha firmado el contrato de sus sueños con una? ¿qué me dicen de los cheques de nómina?¿el acta de matrimonio? ¿algún préstamo hipotecario? ¡el divorcio! Recordemos, queridos hipócritas lectores que Bic, no sabe fallar.

Mario Alberto tampoco. Cerró el evento de la Noche de Poetas con A la manera de cierto Cummings, un poema sobre dos parejas durante el sexo.

¿Puedo morderte? dijo él.

¿En qué parte? dijo ella.

En los pezones-dijo él.

Ay, qué rico dijo ella.

​Conocía el poema, tan bien que la hoja setenta y cinco de mi libro está manchada de maquillaje. El final es desalmado, un juego sexual e incómodo donde la vulnerabilidad y el miedo se lee entre líneas. En su lectura, el poeta maldito que en medio de la recuperación de su cerebro de pasa escribió Ictus (Destrazas Ediciones, 2019) le pasó la estafeta al periodista, al hombre elocuente y empático para cambiar la última palabra del verso y, con ella, demostrar sin demostrarlo su alto sentido de la responsabilidad social.

Aplausos para ti Mario, querido.

​Aplausos también para las buenas plumas, las plumas sin usar, las Remington y las Lenovo.

Aplausos para el área de broca, el lóbulo frontal y el bulbo raquídeo que nos permiten tener memoria de lo que fuimos y cambiar el curso de lo que somos.

Y, por supuesto, aplausos para la poesía.

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