Los votantes en todo el continente están moviendo su voto hacia los gobiernos de izquierda. Con votos echan fuera a los demogorgons del neoliberalismo.
Es una marea roja, que muchas veces ha sido acompañada de una marea verde.
(Aunque hay quien dice que no es que estén votando hacia la izquierda, sino que están votando por el cambio político. Este enunciado más bien parece una manera de escabullirse de la ideología).
Colocar lo imposible como lo posible es un reto de la política. Armar con la fisura el algoritmo de la transformación, dice Álvaro García Linera.
La política como un espacio para detectar las fisuras y hacerlas más grandes.
Lejos del determinismo de las élites partidistas.
Aquí lo relevante no es que Morena sea el partido con mayor fuerza política para retener la presidencia de la república, si la elección presidencial fuera en este momento.
Lo notable es cómo el partido movimiento materializa su potencial de lucha, se transforma en un movimiento al interior de la sociedad.
Algo que descontrola y desubica las propias inercias y lógicas del poder.
Volverse un partido burocrático es lo más fácil del mundo.
Es lo más tentador para la conservación del poder, como parte de una oleada progresista en el continente.
La matraca y el confeti reemplazan los proyectos. Y la tentación de hacer política a través de tuits es enorme.
La disputa por los cargos y las candidaturas pasa de ser una disputa de las bases y de proyectos políticos para situarse como un escenario de la película El padrino.
Volverse un partido que repite las fórmulas de otros partidos es perder la esencia de esa fuerza política.
Al final y al cabo, la confianza en los partidos políticos es baja.
Cuando alguien dice que a Morena le falta institucionalidad, el emisor del enunciado posee una expectativa en la que ese partido sea otro de esos partidos burocráticos en los que las élites determinan y filtran las decisiones.
Lo que hizo vivo a Morena en el 2018, cuando participó por primera vez en la elección presidencial, no fue el arrastre unipersonal de Andrés Manuel López Obrador, que por supuesto, siempre estuvo ahí desde la tenacidad opositora y antisistema, sino la conducción del malestar social.
Lo que hizo vivo a Morena en el 2018 es que condujo y canalizó un gran descontento popular en contra de los gobiernos del pasado vinculados al neoliberalismo.
(Y a este tren de la historia se subieron todos, priistas, panistas, perredistas, morenovallistas, etcétera, y en la lógica de la repartición de cuotas los más hábiles encontraron un acomodo).
Lo que viene en Morena será otro capítulo de Stranger Things, sin Winona Ryder por supuesto.
Una verdadera lucha de demogorgons.
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En Colombia ganó la vida.
Andrés Manuel López Obrador pidió una cumbia en La Mañanera de este lunes.
Y con la voz de Margarita, la diosa de la cumbia, López Obrador dedicó unos minutos a hablar del triunfo de Gustavo Petro.
La elección de este domingo en Colombia arrojó el triunfo en la votación de segunda vuelta de Gustavo Petro y Francia Márquez.
Por primera vez, un bloque progresista y popular ganó la elección en Colombia.
La votación obtenida por Petro y Márquez dibuja un nuevo mapa en el continente.
Colombia nunca había tenido un gobierno popular y a la izquierda.
El triunfo de Petro y Márquez promete un nuevo contorno.
Poco a poco los gobiernos progresistas y de izquierda ocupan los espacios de poder.
Estos triunfos no se deben al marketing político (que es un ingrediente más) o alguna especie de virus comunista que se transmite en el continente o a alguna ilusión continental que se propaga en los países de América Latina.
Los triunfos de estos candidatos son resultado de largos procesos de transformación desde los sectores populares.
Son el resultado de enfrentarse a estructuras electorales y mediáticas, y de concebir nuevas narrativas fundadas en lo social.
Petro fue candidato en tres ocasiones a la presidencia de Colombia.
Fue alcalde de Bogotá.
En su juventud fue guerrillero del M-19 y en la década de los noventa fue parte del liderazgo del M-19 que transitó hacia la vía pacífica.
Hay una larga historia detrás del triunfo de Petro y Márquez.
Francia Márquez es una activista y defensora de los derechos humanos. Además, es opositora al extractivismo, y es una mujer afrocolombiana.
El liderazgo de Francia Márquez permitió a Petro conectar con los sectores populares del país y fortalecer su presencia con las mujeres.
“Después de 214 años logramos un gobierno popular, de la gente de las manos callosas, de las nadies y de los nadies de Colombia”.
Aunque esto por sí sólo no puede traducirse como el fin del neoliberalismo si significa otro tipo de políticas públicas y de preocupaciones en el continente.
La creencia de que es privatizándolo todo, desde la educación hasta el agua, la manera de resolver los problemas que afronta la población es ya una creencia desechable.
Falta aún que estos gobiernos de izquierda respondan a las expectativas de sus electores.
Pero en el futuro inmediato, aunque este futuro es impredecible, se muestra una tendencia para que los gobiernos de izquierda mantengan su presencia en América Latina.
Poco a poco estos triunfos electorales también deberán mostrar cambios en la vida de las personas y deberán también ganar los espacios culturales que habían sido dominados por los partidos políticos y políticos que defendían el neoliberalismo.
Aunque el buen pesimista sabe que ni los triunfos ni las derrotas electorales son eternas, y que la historia política de América Latina funciona como un péndulo en este eterno presente, o más bien, eterno retorno nietzcheano con sabor tropical.
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La semana pasada escribí en Hipócrita Lector un texto titulado El fin del PRI.
El título del texto era un recuento de los últimos años neoliberales en los que el PRI se ha venido despidiendo del electorado, y de su fallida oportunidad para democratizarse.
(Pensé en titularlo Adiós al PRI en un guiño a la película postsocialista Adiós a Lenin, pero el guiño me pareció demasiado atrevido).
El texto no pretendía comprender la historia de ese partido ni sus aportaciones valiosas a la construcción del país en los primeros cincuenta años del siglo pasado, una tarea que otros han acometido en ensayos diversos como Luis Javier Garrido.
Agradezco los comentarios de lectores acuciosos y entusiastas de esta columna sobre este tema postrevolucionario, militantes y exmilitantes del expartidazo.