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jueves, noviembre 21, 2024

López Obrador recibe a Claudia Sheinbaum después del 2 de junio (un ejercicio de periodismo ficción)

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El presidente López Obrador desayunó tamales de chipilín, un café y un jugo verde.

Luego, caminó por los pasillos de Palacio Nacional acompañado de Jesús Ramírez Cuevas.

Como siempre lo hacía, se quedó un buen rato viendo el mural que Diego Rivera pintó en una de las paredes, ése en el que aparecen Quetzalcóatl, Hidalgo, Morelos, Zapata, Obregón…

El presidente le hizo un par de comentarios a Ramírez acerca de los trazos del pintor y siguió su recorrido.

—¿A qué hora llega Claudia?

—En media hora.

Habían pasado varios días después del 2 de junio.

Atrás habían quedado los señalamientos de fraude hechos por la oposición, la marcha del Ángel al Zócalo —encabezada por Xóchitl Gálvez—, y la feria de insultos en las redes sociales.

Los veintiún puntos de diferencia entre Sheinbaum y Xóchitl eran brutales, y tiraban por sí solos cualquier intento de anular la elección presidencial.

Claudia Sheinbaum llegó a Palacio Nacional y los guardias le hicieron un saludo reverencial.

Un auxiliar la llevó a donde la esperaba el presidente: la oficina de la silla del Águila.

Al entrar, López Obrador se puso de pie y la recibió con un beso en la mejilla y un abrazo cálido

—¡Felicidades, presidenta!

—¡Gracias, presidente!

Hablaron sobre lo que vendría.

Ella reiteró que no utilizaría los 30 millones de pesos destinados al periodo de transición y que seguiría operando desde sus oficinas de la colonia Portales.

Él le dijo que apresuraría la entrega-recepción para que todo estuviera en orden.

—¿Ya pensaste en tu gabinete?

—Estoy en eso, presidente.

—Llámame Andrés. Tú ya eres la presidenta.

—Gracias, Andrés.

El presidente le recomendó a algunos funcionarios cercanos a él.

—No olvides a ‘fulano’. Te va a servir en el tema de las finanzas. Te encargo, a ‘zutanita’, salió muy buena para el tema fiscal. Ojalá puedas incorporar al licenciado ‘mengano’, le sabe mucho al sector energético.

—Cuenta con eso, Andrés. Lo haré con mucho gusto.

La siguiente media hora hablaron del día después del 30 de septiembre.

—¿De veras te vas a ir a tu rancho, Andrés?

—Es un hecho, presidenta.

—Todo mundo te va a buscar para que le des consejo.

—No pienso dar el beso del diablo como le hizo Echeverría. (Risas). Eso sería una falta de respeto a tu investidura.

—Me gustaría que los consejos me los dieras a mí, Andrés.

—Cada vez que me busques, presidenta. No quiero ser una carga para ti. El gran error del presidente Cárdenas fue que no entendió su papel de expresidente. Fue un patriota, sí, pero jaló demasiados reflectores.

—Eres muy joven para retirarte, Andrés.

—Me voy a poner a escribir mis memorias. No como las de López Portillo, ¿eh? (Risas). Serán unas memorias muy republicanas.

—Gracias por traerme hasta aquí, Andrés. Cambiaste mi vida.

—Desde la primera vez que te escuché hablar supe que estabas hecha de otra madera. Serás una gran presidenta, Claudia. Sólo te pido una cosa: no te vuelvas amiga de mis enemigos.

—Nunca, presidente.

—Llámame Andrés. Tú eres la presidenta.

—Gracias, Andrés.

—Mis enemigos te llenarán de flores, presidenta.

—Pero yo no aceptaré su basura, Andrés.

—La mafia del poder cree que puede negociar contigo, presidenta.

—Eso no ocurrirá, Andrés. Tus enemigos son mis enemigos.

—¿Qué dice tu esposo? ¿Está contento?

—Jesús María es muy mesurado. Por eso nos entendemos bien. Está contento por mí más que por él, Andrés.

—¿Vendrán a vivir a Palacio?

—Si tú me lo permites.

—Tú ya eres la presidenta. Mi opinión no cuenta. (Risas).

—Pues entonces me vendré a vivir aquí, Andrés.

—¿Continuarás con las ‘Mañaneras’?

—Sí, pero durarán media hora. No tengo tu versatilidad, Andrés.

—No las dejes de hacer, Claudia. La gente ya se acostumbró.

—Lo sé, presidente.

—Llámame Andrés, presidenta.

—Gracias, Andrés.

—Supe que te habló el presidente Biden.

—Y también me habló Trump. (Risas).

—Es maravilloso cómo todo empieza a moverse, presidenta.

—Sí, Andrés. Reconstruiste muy bien este país.

—¿Qué harás con Adán Augusto?

—Será senador.

—Se siente relegado, presidenta.

—Me agravió en la precampaña, Andrés.

—Es un buen hombre.

—No lo voy a tocar.

—¿Por qué no le das la Comisión de Relaciones Exteriores? Le encanta viajar. (Risas).

—Buena idea, Andrés. Prometo que no le cobraré los agravios.

—¿Y Marcelo?

—También me agravió, Andrés. No lo quiero cerca. Espero que entiendas.

—Lo entiendo perfectamente. ¿Lo harás líder del Senado?

—Todavía no lo sé, Andrés.

—Es un buen hombre. El problema es su carácter, presidenta.

—Es muy temperamental. (Risas).

—Habrá que negociar mucho en el Congreso, presidenta. Al no tener las dos terceras partes habrá que ceder un poco con los grupos parlamentarios. Dante Delgado te dará algunos votos, pero no los suficientes. Tendrás que negociar con el ladrón de Alito.

—Ya lo tengo en la bolsa, Andrés. Alito se vende por diez cacahuates.

—Hay que sacar esas reformas, Claudia.

—Sí, presidente.

—Llámame Andrés.

 

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