La vida no transcurre en los grupos de WhatsApp —en particular, los vecinales.
Tampoco en las redes sociales, con tantos borrachos sueltos como hay, que a la menor oportunidad lanzan escupitajos o botellas.
(John Lennon lo dijo con mayor crudeza: “Vida es eso que pasa mientras estás haciendo planes”).
En un grupo de WhatsApp de condóminos, del que formó parte, se habla de todo: desde los partidos de la Champions hasta las elecciones del 2 de junio.
Justo cuando este lunes había vecinos infartados por el resultado de los comicios, una señora —cuya existencia va en la ruta de la verdadera vida— se quejó de que otra vecina la hubiese exhibido en un video por una fuga de agua en plena temporada de sequía.
La respuesta —brutal— me hizo recordar que la vida es eso que pasa mientras estás hablando de elecciones:
“Creo que el tiempo que te tomó filmar el video y subirlo al chat es el mismo tiempo que te hubiese tomado tocar el timbre y avisarnos”.
Dicha respuesta no impactó a nadie más que a mí.
En ese momento salí a buscar un poco de aire —no había pegado el ojo durante la madrugada del lunes 3 de junio en aras de no perder detalle de las elecciones— para respirar profundamente y ver el sol de este verano loco.
Regresé al chat vecinal y los usuarios ya hablaban de fraude cibernético, de manipulación de actas, de la traición de Xóchitl Gálvez al reconocer el triunfo de Claudia Sheinbaum, de la necesidad del voto por voto (casilla por casilla), de la “sonrisa siniestra” del presidente y del “país de simios” en el que nos habíamos convertido.
Otros usuarios hablaban de dejar el país porque México ya estaba en la ruta de convertirse en Venezuela.
Alguien más subió un video de Nicolás Maduro a bordo de su avión presidencial arribando a “México lindo y querido”.
Las expresiones abundaron: “asquito”, “qué asco”, “¡lo único que faltaba!”.
De vez en cuando reviso los mensajes del grupo de WhatsApp, y es en ese momento que me convenzo, aún más, de que la vida está en otra parte.
Lo mismo me pasa cuando entro a Twitter y leo tuits amargos y plagados de odio en contra del presidente y la futura presidenta.
O en el caso poblano: en contra de Morena y los ganadores de esta elección.
He perdido amigos y conocidos durante este proceso.
(Algunos de ellos se sienten ‘sesudos analistas’).
Los vi convertirse a lo lejos en odiadores de todo lo que fuese una opinión distinta.
Los vi asegurar que viviríamos una elección de Estado y que el país —más violento que nunca— estaba por convertirse en una aldea.
Incluso el domingo 2 de junio alertaron sobre el fraude electoral que ya era visible para ellos.
Al día siguiente —oh, fariseos—, la vergüenza de no quedar como Alazraki y Ferriz de Con abatió sus delirios.
Fue entonces que —para no quedar en ridículo— cambiaron de opinión.
(Siempre lo hacen).
La vida es eso que pasa mientras estás odiando al mundo, parafraseando al beatle.
Creo que fue un polaco el que dijo que “democracia es partidos que pierden elecciones”.
(Él lo enfocaba a “partidos en el gobierno”).
Doña Eufrosina, robusta tamalera que despachaba en la Capu y radioescucha del extinto programa radiofónico ‘la quintacolumna’, entendía muy bien el juego democrático que hoy estamos viviendo.
Cuando en 2006 le pregunté vía telefónica por quién iba a votar —Morena ni siquiera existía—, respondió al bote pronto:
“Todavía no sé. En veces voto por el PRI, en veces voto por el PAN”.
Es lo mismo que dijo el polaco — Adam Przeworski— sobre la alternancia en el poder.
Me quedo con doña Eufrosina.