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viernes, abril 19, 2024

La Falsa Trama de los Lavaderos (y un Reportero Llamado Óscar Victoria)

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Una historia delirante mezclada con documentos alterados culminó con el despido de un reportero y la disculpa de un diario poblano. 

Y todo centrado en los polémicos e históricos Lavaderos de Almoloya. 

El miércoles 18 de agosto de 1993, el reportero Óscar Victoria reveló en La Jornada de Oriente que los Lavaderos tenían dueña: Patricia Kurzcyn Villalobos, esposa del exgobernador Mariano Piña Olaya. 

Para documentar el reportaje, publicó un documento del pago de impuestos sobre la adquisición de bienes firmado por el notario Carlos Roberto Sánchez Castañeda y dirigido al Departamento de la Propiedad Inmobiliaria del ayuntamiento de Puebla. 

Y es ahí donde empiezan las irregularidades. 

Y peor: las falsificaciones. 

Y es que sobre la copia obtenida a través de una computadora aparece un montaje realizado con máquina mecánica. 

En otras palabras:  

La impecable letra de la computadora había sido violada por las letras chuecas de una máquina de escribir. 

Incluso la parte sobrepuesta alteraba groseramente el margen de los párrafos. 

En la descripción del inmueble aparecía —con letras sobrepuestas— una leyenda: “los Lavaderos de Almoloya”. 

Óscar Victoria aseguró en dicho reportaje que el gobernador Piña Olaya le había vendido los Lavaderos a su esposa en 2 millones 750 mil viejos pesos. 

El escándalo se desató, pero pronto empezaron a surgir las mentiras y las evidencias de la falsificación. 

Doña Patricia Kurzcyn, en efecto, había adquirido una casona antigua que estaba ubicada en la calle en la que se encuentran los multicitados lavaderos. 

Dicha propiedad se la compró a una señora de apellidos Ruiz Delgadillo, hermana de quien fue secretario de Tribunal Superior de Justicia en los tiempos de don Guillermo Pacheco Pulido: Enrique Ruiz Delgadillo. 

En otras palabras: 

Sí hubo una compra, pero ésta nada tenía que ver con la que el reportero aseguraba. 

Y otra más: 

El vendedor no había sido el gobernador Piña Olaya sino una señora de apellidos Ruiz Delgadillo. 

Tras revelarse el fraude periodístico, los directivos de La Jornada de Oriente hicieron dos cosas: 

Despidieron a Óscar Victoria y publicaron un editorial en primera plana reconociendo que el documento que habían publicado —firmado por el notario Sánchez Castañeda— era una copia alterada del original. 

En otras palabras: era apócrifa. 

La trama completa se cayó, aunque años después, en las páginas del ya desaparecido El Universal Puebla, Fernando Pérez Corona quiso revivir la farsa sin fortuna alguna. 

Y para demostrarlo aseguró que que el caso había sido aclarado: “Los Lavaderos de Almoloya sí eran de Patricia Kurezyn Villalobos”.  

¿En qué se basó? 

En que “la Secretaría de Finanzas le pagó 325 mil pesos por la expropiación de su propiedad con un cheque de Inverlat”. 

Lo que omitió el reportero fue que dicho cheque sí fue recibido por la esposa del ex gobernador Piña Olaya —el 19 de junio de 1996—, pero no por el tema de los Lavaderos, sino por la expropiación realizada para la creación del proyecto Paseo de San Francisco 

El gobernador ya era para entonces Manuel Bartlett Díaz. 

La señora Kurzcyn fue indemnizada por la casona antigua que le había vendido la señora Ruiz Delgadillo. 

Sólo eso. 

Nada que ver con los muy polémicos y resucitados Lavaderos de Almoloya. 

En su momento, Óscar buscó a los involucrados en la falsa trama para ofrecer disculpas. 

Poco después falleció víctima de una neumonía. 

 

Nota Bene sobre Óscar Victoria. Era un reportero nato. 

Tenía dos cosas brutales: honestidad y pasión reporteril. 

Donde él estaba, todo era alegría. 

Su risa contagiosa, estruendosa, cambiaba la ruta de las reuniones. 

Incluso en la cobertura de algún hecho —los parpadeos del volcán, alguna sesión maratónica en el Congreso de los diputados, un informe de Bartlett— surgía, inevitable, su extraordinario humor. 

Amigo de sus amigos, era despiadado en el reporteo. 

Sólo en ese contexto trabajaba solo. 

Su concentración era ejemplar. 

Por eso la duda mata: 

¿Quién engañó a Óscar? 

¿Quién le vendió la falsa trama? 

¿Quién le hizo creer que lo que narró en su momento era real? 

Nunca lo sabremos. 

Me quedo con el recuerdo de quien dejó una huella imborrable en la prensa de esos años. 

Me quedo con sus carcajadas. 

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