Llegó la bonita hora en que todos quieren ser Valentina Alazraki, la veterana periodista adscrita al Vaticano.
López Dóriga no podía faltar en este trance.
Su protagonismo sólo es corregido por la señora Alazraki, quien sí conoce los protocolos de los machuchones de la Iglesia.
Cada vez que López Dóriga comete alguna pifia, ella lo corrige.
Y son muchas las pifias de quien siendo mexicano suele definirse como madrileño.
(Que Mariano Rajoy lo redima).
Carlos Loret también se fue al Vaticano.
Y Javier Alatorre.
Sólo faltó Paty Chapoy con su diadema de mala pedrería.
Algo tienen en común todos estos vaticanólogos: jamás aciertan sus predicciones, y narran bajito ante las cámaras.
(Como un pedófilo ante su víctima).
Creen que susurran.
No es así.
El susurro es un arte poco cultivado.
Hablan bajito, aunque quisieran hacerlo a gritos para anunciar la llegada del nuevo Papa.
(Del Papa muerto ya pocos se acuerdan).
Vi la transmisión de Televisa (camuflada en N+) por puro morbo.
Y es que López Dóriga se ha convertido en uno de los dos viejitos emblemáticos de los Muppets que no paraban de refunfuñar desde un palco.
Con lo que él no contaba es que Valentina Alazraki estuviese ahí para corregirlo en todo.
El protagonismo del periodista madrileño no tiene parangón.
Diría el clásico: tiene la audacia de los pendejos.
Tanto así que quiso hacer una quiniela, cosa que Alazraki reprobó.
A cuadro aparece insistentemente una chimenea de la que saldrá el humo.
(La “fumata”, dicen los Vaticanólogos).
Si sale blanca, habrá Papa.
Si sale negra, continuará la trama.
López Dóriga dice algo en un italiano de Chipilo.
Nadie lo entiende.
Repite el aforismo.
Valentina Alazraki lo corrige.
Y así hasta que llega el humo negro, señal de que los cardenales —los machuchones de la Iglesia— no se han puesto de acuerdo.
Por cierto: cuando salió el humo de la chimenea, la productora Denise Maerker ya había quitado de la transmisión a López Dóriga.
¿Habemus Papam?
No, todavía.
