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jueves, noviembre 21, 2024

El día en que Alejandro Armenta ganó la elección poblana (un ejercicio de periodismo ficción)

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Eduardo Rivera, el candidato del PRIAN, se encomendó a todos los santos antes de salir de su casa en el fraccionamiento ubicado en la calle Cañada, en Santa Cruz Buenavista.

No muy lejos de ahí, entre Zavaleta y Boulevar Atlixco —en Estrella del Sur—, vive Alejandro Armenta, candidato de Morena.

Su chofer lo llevó a un desayuno que se convertiría en una misa en escena con quienes durante años han sido sus guías morales y jefes políticos: los santos varones del Yunque.

En una casona del Centro Histórico recibió la bendición de los señores Quintana, Espina, Navarro, Arrubarrena y otros más.

—¿Cómo sientes la elección, Lalo? —preguntó uno de ellos con cierto tono de español de Cholula.

—Difícil, pero confío en el umbral del silencio. Si la gente sale en masa, vamos a ganar —fue la respuesta.

—¿Crees en el voto oculto, Lalo?

—Dice Xóchitl que existe.

—¿Y tú lo habéis visto, Lalo?

—(Risitas). No, pero Xóchitl y Claudio X. González dicen que hay un voto oculto masivo que nos puede dar el triunfo.

—Ya estáis como Juan Diego con nuestra madre la Guadalupana, Lalo. (Risas).

El desayuno incluyó rezos, hostias, chocolate, conchas y cuernitos.

 

En busca del rinoceronte blanco

Durante la madrugada del 2 de junio, Alejandro Armenta supervisó personalmente con su gente que las cosas estuvieran impecables.

Checó que sus representantes en casilla estuviesen completos y que durante el día tuvieran lo necesario para no caer en el embeleso de la oposición.

(Embeleso, en términos electorales, es embrujo: coptación. Algunas de las mejores elecciones se han perdido debido a que los representantes de los candidatos se venden por pepitas de oro o de lenteja).

A eso de las tres de la mañana buscó conciliar el sueño.

Imposible.

¿Quién duerme en la antesala de cazar al rinoceronte blanco?

En la cama familiar trazó el mapa de su vida política, desde que a los veintiún años obtuvo la alcaldía de Acatzingo hasta ese viernes 10 de noviembre que ganó la candidatura de Morena al gobierno de Puebla en el hotel Camino Real de Polanco.

(Una de las etapas que más presente tiene fue cuando presidió la Cámara de Senadores durante un año).

Pensó también que antes de celebrar sus 55 años de edad, el 9 de julio —ya como gobernador electo—, se sometería a una cirugía del talón de Aquiles del pie derecho.

Esto ocurrirá el lunes 3 de junio, una vez que ofrezca la rueda de prensa en la que confirmará su triunfo.

De ahí saldrá al hospital, donde permanecerá tres días.

A las cinco de la mañana se puso de pie y volvió a revisar detalles del día más importante de su vida.

Luego hizo ejercicios de respiración y se preparó para la jornada.

Tras comunicarse con José Luis García, su operador más confiable, trazó la ruta crítica definitiva de la jornada.

Bromearon unos minutos y quedaron de verse para ir votar.

 

Un día muy largo

Alejandro Armenta instaló un búnker en el hotel Presidente Intercontinental.

Después de votar, se instaló ahí con un pequeño grupo de colaboradores.

A la par de diversas juntas, recibía información sobre las elecciones en diversas partes del país.

Un par de veces habló con Claudia Sheinbaum para informarle el minuto a minuto de la contienda.

Poco después de las once de la mañana recibió el resultado de la primera encuesta de salida.

Con una sonrisa le dijo a José Luis García que iban arriba por veinte puntos.

Las buenas noticias no pararon.

En todo el estado, la gente se movilizaba con singular enjundia.

Pepe Tomé le preguntó a Javier Sánchez Galicia sobre las encuestas de salida de los candidatos a diputados y senadores.

—Nacho, ya sabes, llegó enfermito. A ver si no le da una pulmonía.

(Risas).

 

En la casa del Yunque

A las tres de la tarde, Eduardo Rivera recibió una encuesta de salida que lo ponía veinte puntos debajo de Alejandro Armenta.

—Ahorita viene el voto oculto. Ya verás, Fer —le dijo a su operador subterráneo Fernando Cortés.

—Lo que ya viene es una tromba, Lalo. Mira cómo ya se puso el cielo.

—Ésa es la señal del voto oculto, Fer. Vamos a ganar, ¿eh? ¿Qué vas a querer ahora que despachemos en el cuarto piso del CIS?

 

El ritual de la victoria

A eso de las cinco todo era júbilo en el Presidente Intercontinental.

Todo mundo se abrazaba entre gritos de alegría.

Por ahí andaban Juan Manuel Vega Rayet, Rafael Moreno Valle Buitrón, Rodolfo Huerta, Abraham Quiroz y los hijos del candidato.

En un privado, Cecilia Arellano, su esposa, lo escuchaba hablar con Claudia Sheinbaum sobre los números en Puebla.

Una tormenta brutal caía sobre la zona metropolitana.

 

La negra noche

La esperanza del voto oculto se difuminó con la tromba que cayó.

Eduardo Rivera se aisló de su equipo y oró en silencio.

Durante varios momentos del día lo había hecho sin que nadie lo viera.

Una llamada lo distrajo.

Era Xóchitl Gálvez.

—Perdimos, mi Lalo, ¿pero sabes una cosa?

—¿Qué, mi candidata?

—Aprendimos un chingo en estas campañas. ¡Somos mejores seres humanos, mi chingón! Métete eso en la cabeza antes de dormir.

—Si Dios lo quiso así es por algo, mi candidata.

—Dios nunca se equivoca, Lalo. ¡Es más chingón y cabrón que nosotros!

(Risas).

 

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