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viernes, agosto 8, 2025

El ciberacoso y los linchamientos: una serpiente que se muerde su propia cola

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Uno de los puntos torales de la debatida Ley de Ciberseguridad es el acoso en las redes sociales.

(Asedio y acoso son técnicamente sinónimos y tienen que ver con acciones de hostigamiento e intimidación).

Armando Vega Gil, rockero y escritor, terminó colgándose de un árbol en su casa de la colonia Narvarte, en la Ciudad de México, el 1 de abril de 2019.

Tenía 63 años de edad y era un hombre feliz.

¿Por qué se suicidó?

Semanas atrás, fue señalado en #MeToo, vía Twitter, de haber acosado sexualmente a una niña de 13 años.

El músico de “Botellita de Jerez” negó la acusación, pero la comunidad tuitera se le vino encima.

Incluso llegó a ser hostigado en su propio domicilio.

Perdió contratos, amistades y, sobre todo, la tranquilidad.

En un tuit, Vega Gil escribió: “No se culpe a nadie de mi muerte: es un suicidio, una decisión voluntaria, consciente, libre y personal”.

Una vez muerto, #MeToo desapareció.

Las operadoras de la cuenta dijeron que había sufrido un ataque cibernético, pero que seguirían recibiendo denuncias.

Las cosas no volvieron a ser iguales.

Y #MeToo se fue diluyendo.

¿Qué hubiese pasado si en el país o en la Ciudad de México hubiera existido una Ley de Ciberseguridad?

Nunca lo sabremos.

Pero seguramente Vega Gil seguiría vivo.

Otro tipo de acoso, aunque no sea cibernético, tiene que ver con los linchamientos en los pueblos.

Cada vez son más constantes y temerarios.

Y aunque en esos casos no sería aplicable dicha ley, lo cierto es que no se han encontrado los canales legales para frenarlos.

Papatlazolco es una junta auxiliar de Huauchinango —de dos mil 600 habitantes— que está muy cerca de Las Colonias de Hidalgo.

Esta población también forma parte del municipio.

Los vecinos se conocen entre sí.

Hacen su vida, muchos, cerca de la Presa de Tenango.

Daniel Picazo, de 31 años de edad, nació en la Ciudad de México, pero sus padres son originarios de Las Colonias.

Una y otra vez regresó al lugar de origen de sus progenitores.

La gente lo ubicaba.

Incluso, su apellido paterno —Picazo— es común en esta zona de la sierra norte.
No era un desconocido.

No era alguien que estuviese haciendo turismo nocturno.

Cuando vía WhatsApp algunos pobladores empezaron a hablar de él como un robachicos, la cosa empezó a descomponerse.

¿Quiénes lideraron el linchamiento que terminó por cubrir de vergüenza al municipio entero en junio de 2022?

Las escenas atroces que se sucedieron mantienen una constante que rebasa acciones similares en varias regiones del país.

Golpes, patadas, laceraciones…

Y todo acompañado de un coro infernal de “¡mátenlo, mátenlo, quémenlo!”.

Las antorchas encendidas fueron el prólogo de lo que ocurrió.

Quemarlo aún vivo fue lo que vino después.

El brutal espectáculo de ver arder un cuerpo reúne a las masas entre el cuchicheo.

Algunos gritan, otros murmuran, pero nadie quita los ojos de esa cosa que arde e ilumina la noche.

¿Qué placer enfermizo hay en esos actos que devuelven al hombre a una condición depredadora?

¿Con qué caras se podrán ver después de esto?

Cada vez que sucede un hecho así todos recurren a Fuenteovejuna, de Lope de Vega, para explicarlo.

Nada que ver.

En la obra del poeta español, el pueblo se levanta —hasta matarlo— en contra del Comendador debido al abuso de poder del que hacía gala.

Daniel Picazo fue linchado por razones que no guardan relación con esa obra de teatro.

(Fuentes que pidieron la gracia del anonimato refieren que su linchamiento fue un crimen de odio por su preferencia sexual).

En Papatlazolco, como en la mayoría de los linchamientos que siguen ocurriendo en México, el pueblo se levantó contra sí mismo, aunque, paradójicamente, estos actos sólo reflejan un afán enfermizo de poder.

¿Cuánta ansia de ese poder hay en quienes sostienen una antorcha encendida a mitad de la noche?

¿Cuánto delirio enfermizo hay en la acción de golpear, primero, y luego hacer arder al supuesto robachicos?

¿Cuánta ausencia de piedad hay en esos actos sincronizados?

¿Con qué ojos se miraron después de esto los asesinos?

Y cuando digo asesinos pienso en el tendero de la esquina, la piadosa que va a misa, el humilde estudiante, el borracho del pueblo, el tornero, el carpintero, el pescador…

El asesino vuelve siempre al lugar del crimen.

En Papatlazolco, al día siguiente del linchamiento, la gente siguió haciendo su vida normal sin sentimientos de culpa.

Se enteraron que en las redes sociales otros linchadores hicieron lo mismo con ellos.

De asesinos sin alma no los bajaron.

Nadie estuvo dispuesto a delatar al otro: hubiesen señalado a buena parte del pueblo.

La infame turba duerme tranquila tres años después de ese horrendo crimen.

Unos cuantos terminaron en prisión.

Y después de varios años, cuando el olor a carne quemada se haya ido, los asesinos encenderán una vez más sus antorchas.

¿Cuándo empezó esta espiral de tanto odio?

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