Tiene razón Lorenzo Córdova, quien fue presidente del INE durante 9 años: “La del 2 de junio no es una elección de Estado. La última se dio en 1988”.
La respuesta —puesta en una mesa de Latinus— no le gustó a Denise Dresser ni a Héctor de Mauleón, pero sí a Jesús Silva Herzog Márquez y a Lorena Becerra.
¿Por qué les disgustó a los primeros?
Porque ellos, y una larguísima fila ovejera, están convencidos de que las elecciones de Estado son como ésta, en la que no hay nada dicho para nadie y todo depende del voto ciudadano.
Ellos creen que no es así.
Y piensan decididamente que todo está amarrado desde Palacio Nacional.
En la elección del domingo hay dos millones 700 mil mexicanos involucrados en el protocolo de montar casillas y contar los votos.
Esos millones no tienen la consigna de favorecer a un partido político determinado.
Al no ser parte de un plan maligno, el mito genial no se configura.
No hay carnita.
Tampoco carnicero.
En la elección de 1988, el protocolo se hacía desde la Secretaría de Gobernación.
Los funcionarios del gobierno priista, pues, eran quienes tenían el control absoluto de los protocolos.
Ningún ciudadano sin partido participó aquella vez.
El que Lorenzo Córdova, crítico inteligente del presidente López Obrador y de Morena, sea quien tire el castillo de naipes significa mucho.
¿Qué significa?
Que su crítica no está fermentada en los búlgaros del fanatismo.
(Búlgaros: bacterias ácido-lácticas que fortalecen el sistema inmunológico si se consumen todos los días).
La crítica de Córdova es la que le hace falta a este país, tan lleno de críticos ácido-lácticos que tienen la flora intestinal francamente destruida.
Un poco de sentido común es necesario para enfrentar el lunes 3 de junio, cuando despertemos en un nuevo país.
Leo en las redes antisociales a quienes juran que hay un fraude en curso debido a la ‘elección de Estado’ que se está cocinando.
Y ponen de ejemplo auténticas minucias que ni siquiera configuran la sombra de un delito.
Este 2 de junio iremos a votar masivamente sin que nadie nos diga por quiénes hacerlo.
Será un acto de la libertad en un clima de libertades, salvo en los territorios controlados por el crimen organizado.
No hay nada que temer.
O sí: a esos espectros ácido-lácticos que buscan destruir la flora intestinal de un país que goza, pese a todo, de cabal salud democrática.
Ojalá el 3 de junio despertemos en el mejor de los mundos posibles y que los sedicentes demócratas acepten los resultados aunque no les favorezcan.